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La vuelta de los cines. Por Francisco Haroldo Alfaro Salazar y Alejandro Ochoa Vega

Con
este título tan cinematográfico como irónico es que anunciamos, que después de
18 años de su primera edición y 16 de una reimpresión, el libro Espacios
distantes… aún vivos, las salas cinematográficas de la Ciudad de México, UAM-X,
CyAD-CSH y UNAM, 2015, por fin está de nuevo en circulación, en una versión
actualizada y aumentada.
Gracias SDB. Por Francisco H. Alfaro Salazar

Se ha ido Salvador Díaz Berrio Fernández (en mi cabeza siempre fue SDB, quizá por su firma) y podemos recordarlo como maestro de generaciones de conservadores y restauradores de bienes inmuebles, en tantas instituciones como la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía del INAH desde los tiempos del Centro Latinoamericano de Conservación UNESCO en Churubusco. También su colaboración fundadora de la especialidad en facultades de Arquitectura como la Universidad de Guanajuato, la UNAM, la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, la Universidad Autónoma de Colima, sin dejar de reconocer su paso por nuestra Universidad Autónoma Metropolitana.
Los documentos dicen que nació en 1940, pero él pareciera venir de otros tiempos, de todos ellos, materializados ahora. Su saber estaba en él y en lo que siempre quiso hacer: estudiar, enseñar, reflexionar, proponer, escribir y transmitir su conocimiento. Las historias personales y profesionales que pudo tocar están en el pensamiento y la voz de todos aquellos que tuvieron, que tuvimos, la posibilidad de compartir un aula, una oficina, una parte del territorio recorrido. SDB fue pionero en muchos campos y generador de proyectos académicos que le dieron sentido al estudio y formación de especialistas en la Conservación del Patrimonio Cultural.
Conocí a SDB a través de un texto que fue llevado a las aulas universitarias de la UAM, a fines de los setentas, por Rodolfo Santa María, bajo el título Conservación de monumentos y zonas monumentales, de aquella colección conocida como SEPSetentas. Esa fue una primera aproximación a un autor que se desplazaba entre el análisis y la reflexión y cuya estructura teórica lo volvía un texto de referencia para la comprensión del Patrimonio Cultural y el valor social, histórico y material de éste. Y de ahí a entender a la conservación como un acto para comprender al legado material del pasado y su valor como contenedor de presente y futuro.
Pasaron cerca de 10 años desde aquel contacto bibliográfico para conocer personalmente a SDB. El lugar de encuentro fue, necesariamente, un recinto académico. Aún recuerdo los primeros días de septiembre de 1989 cuando inicie los trámites para inscribirme a la Maestría en Arquitectura con Especialidad en Restauración de Monumentos. A partir de aquel momento hubo un contacto amable, cordial que podría entender como afectuoso. Después del ciclo completo de estudios de la Maestría, el arquitecto Díaz-Berrio(como yo lo llamaba)me invitó a colaborar con él en el Ex-convento de Churubusco, tanto en actividades de docencia en la Maestría, como en otros temas. Recuerdo especialmente mi experiencia en la elaboración de expedientes para la inclusión de sitios mexicanos en la Lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO, desde el documento de 1990 (Morelia) hasta el de 1998 (la zona Arqueológica de Xochicalco). A lo largo de esos años tuve el privilegio de colaborar con él en la ENCRyM, en su trabajo del INAH-CONALMEX, así como ser partícipe de las primeras andanzas de la Maestría en Restauración de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca. Los proyectos con la UNESCO también estuvieron presentes, y gracias a su apoyo fue posible mi asistencia, en 1995, al curso de especialización en conservación arquitectónica en el ICCROM, en Roma. En 1998 me tocó ver y ser copartícipe de su alejamiento del INAH y la ENCRyM, así como su llegada a la UAM Xochimilco en 1999, gracias a lo cual seguimos colaborando y encontrándonos, aunque cada vez más esporádicamente.
Aún recuerdo con plenitud esa labor exhaustiva, extenuante, demandante que significó colaborar con él. Y de aquellos años guardo el rigor en la investigación, la docencia y el trabajo académico sostenido. El legado recibido por parte de SDB creó escuela en tantas generaciones, en muchos de nosotros formados dentro del ámbito del patrimonio cultural edificado y su conservación y restauración como un medio para mantenerlo presente. Los que tuvimos la oportunidad de convivir con el maestro, hoy podemos sentirnos tristes y afectados por su partida, pero también agradecidos por haber estado cerca para constatar la congruencia de su vida como docente y formador de especialistas… y de seres humanos.
Gracias SDB
Octubre, 2013
Octubre, 2013
Conjunto Manacar, un ícono que se esfuma. Por Francisco Haroldo Alfaro Salazar y Alejandro Ochoa Vega

En febrero de este 2013 iniciaron las obras de demolición del otrora
conjunto urbano Manacar, construido entre 1963 y 1965 en la confluencia de las
avenidas Insurgentes y Río Mixcoac, al sur de la Ciudad de México. El proyecto
original fue realizado por los arquitectos Enrique Carral, Héctor Meza y Víctor
Bayardo, mismo que a lo largo de casi 50 años se convirtió en referente urbano
por su expresión elegante y moderna, a partir de un bloque horizontal que
albergaba una plaza comercial, el volumen sólido de una sala cinematográfica,
una equilibrada torre de cristal para oficinas, y complementado todo con un
estacionamiento resuelto en sótano y azotea. El esquema funcional se resolvía
con pasajes interiores que comunicaban la zona comercial, el cine y la torre de
oficinas con la plaza de acceso y las calles vecinas. Al exterior, fueron parte
de la imagen urbana por muchos años tanto el Banco de Industria y Comercio como
el Sanborn’s y la Librería de Cristal.
Conjunto Manacar. Fuente: Archivo AOV y FHAS
Aun cuando el conjunto empezó a sufrir alteraciones se mantenía vigente
en sus usos mixtos y seguía cubriendo las necesidades contemporáneas. Ya en los
años noventa del siglo pasado las alteraciones fueron agresivas, al cambiar el
giro del restaurante y agregar texturas y colores a la fachada, sin relación
con la imagen restante del conjunto. Por otra parte, la planta baja de la
torre, por años libre y transparente, sólo con el vestíbulo y circulaciones
verticales para acceder a los niveles superiores, fue ocupada por un local
comercial.
En cuanto a la sala cinematográfica, funcionó como sala única alrededor
de 30 años, pero a finales de los noventa se fragmento en nueve salas para la
cadena Cinemex. Dicha intervención radical al interior, mantuvo el amplio
vestíbulo original así como la blanca fachada ciega hacia la avenida
Insurgentes y la pequeña calle transversal. En esas condiciones, el conjunto se
mantuvo durante la primera década del siglo XXI, pero paulatinamente se
cerraron las salas de cine, el restaurante, los locales comerciales y las
oficinas. En 2011, con el conjunto cerrado y en obras de remodelación, se
anunciaban trabajos para convertir al cine en casino, sin embargo, la
desarrolladora DAHRNOS adquiere el terreno y autorización para demoler y hacer
un nuevo proyecto urbano multifuncional de gran escala, con la autoría del
arquitecto Teodoro González de León.
Ante estos hechos contundentes, que se suman a varios otros de años
recientes que han mandado a la picota a esos viejos recintos de exhibición
cinematográfica (tan distintivos por varias décadas del siglo XX y para el goce
de varias generaciones como el Latino, Teresa y Paris entre otros) no queda más
que preguntarnos, ¿Cuál es el siguiente, de los pocos que aún nos quedan?, ¿el
Opera o el Orfeón?, ambos en condiciones de abandono, sino es que de ruina
total.
Con una piel totalmente acristalada en la torre, el cine era el contraste
con su fachada ciega, recubierta con una cerámica blanca y el bloque de unión
era la zona comercial, horizontal y transparente que servía para armar el
conjunto que ligaba a los dos volúmenes extremos. Efectivamente, el cine
Manacar representó muy bien la etapa final de la tipología de gran formato, que
lejos de las grandilocuencias en fachadas e interiores de los viejos recintos
de las décadas de los años treinta y cuarenta, ya en los sesentas no perdían
monumentalidad pero agregaban ligereza y modernidad, a través de luces
indirectas, espacios diáfanos y un arte plástico de carácter abstracto. Es así
como en el Manacar fue famoso ese telón del artista guatemalteco Carlos Mérida,
desaparecido desde la fragmentación de los años noventa.
Vestibulo del cine. Fuente: Archivo AOV y FHAS
El conjunto Manacar y su cine fueron referentes de vida urbana desde el
último tercio del siglo XX. Agotadas sus posibilidades de permanencia en un
mercado inmobiliario que descubre nuestras carencias para valorar, proteger,
conservar y reutilizar el parque construido, el conjunto ha cedido ante los
embates de la transformación. Dado el carácter de la esquina referida,
seguramente el nuevo proyecto se alzará con las innovaciones propias del siglo
XXI, y con la visión de un mundo nuevo que se abre paso ante el pasado, demoliéndolo
y dejando huérfana a la cultura contemporánea. La modernidad del siglo XX tuvo
un excelente ejemplo en el Manacar y su memoria solo quedará en los registros
que harán comprensible su historia, y cuyo hecho tangible ahora se ha esfumado.
Agosto, 2013
Cine Teresa, uno más que se va… Por Francisco Haroldo Alfaro Salazar y Alejandro Ochoa Vega
Apenas nos estábamos reponiendo de la demolición del cine Latino, cuando a principios de junio nos enteramos que estaba empezando las obras para echar abajo unos de nuestros palacios del cine sobrevivientes, “el Teresa”. Integrante de uno de los perfiles urbanos más emblemáticos y característicos de la Ciudad de México, el de la otrora avenida San Juan de Letrán, que no sería reconocible sin el anuncio bandera del Teresa, grabado por cierto en el celuloide en una secuencia fugaz de “Los Olvidados” de Luis Buñuel. Presente, vivo y en funciones por casi 70 años, fue inaugurado el 9 de junio de 1942 bajo proyecto del ingeniero y arquitecto Francisco Serrano, el cine Teresa paso del esplendor a la decadencia, de la “decencia a la vergüenza”, de la gloria al olvido, tal como el barrio y calle donde nació. No pudo resistir la picota por más que se aferraron sus dueños, que como último aliento de vida tuvieron que programar películas pornográficas, lo cual le dio una fama particular en su etapa final.
Y uno se pregunta, ¿por qué la ciudad y sus autoridades nunca lo voltearon a ver, como una posibilidad para convertirlo en un teatro del pueblo, ya que se ufanan tanto de pensar en los más necesitados? ¿Por qué el Gobierno Federal y CONACULTA no lo consideraron como opción para crear el Museo del Cine Mexicano?, que mejor que proyectar el cine de la Época de Oro, en su formato original, en una de sus emblemáticas salas. ¿Por qué el INBA, institución oficial encargada de la documentación y salvaguardia de la arquitectura del siglo XX, no movió ni un dedo para defenderlo?. El gobierno, las autoridades culturales y las instancias para la conservación del patrimonio, guardaron silencio y la ciudad pierde uno más de sus monumentos. ¿Era tan difícil y utópico pensar que con un poco de creatividad y buena voluntad el cine Teresa se pudo salvar, como un testimonio de la arquitectura moderna de mediados del siglo XX en México?. Parece que no, porque lo que importa al final es el dinero, la rentabilidad y el negocio. Entonces, sin la certeza de verlo desaparecer por completo, o si acaso permanecer su cascarón, lo que ahí resurja, seguro será algo más cercano a la mediocridad edilicia en aras de una rapaz visión mercantil.
La ciudad se va quedando sin sus grandes cines: Chapultepec, Latino, París, Paseo, Real Cinema, Palacio Chino, Variedades, Maya y Teresa, todos ellos desaparecidos en los últimos 15 años. Les seguirán sin duda, los que sobreviven: Orfeón, Mariscala, Las Américas, Insurgentes, Cosmos, Opera, Río, Venus, Savoy, Nacional, Manacar, Continental, Tlatelolco y pocos más. Sin negar el fenómeno como una realidad mundial, cuesta aceptar que no seamos capaces de aprovechar y usar nuevamente las viejas salas cinematográficas, como se ha demostrado en casos como el Metropolitan de la Ciudad de México o el Mérida de Yucatán, y varios casos internacionales. Deberíamos entender que son un bien cultural “no renovable” perfectamente rescatable para los requerimientos de la sociedad contemporánea. Y sin embargo, se mueren…
Julio, 2010.
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