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Mamani y el espejo de la modernidad

 

Mamani y el espejo de la modernidad

Javier Caballero Galván*

 

Cruzar el espejo que la modernidad nos ha impuesto, no parece ser una alternativa viable para los pueblos que ven en él su propia imagen devaluada. Sin embargo, el arquitecto aymara Freddy Mamani, nos demuestra a través de sus edificios y de su enorme creatividad, que no sólo es posible atravesarlo sino estrellarlo en nombre de la dignidad.

 


Freddy Mamani es un arquitecto, ingeniero y constructor aymara que decidió traspasar el “espejo” de la modernidad. Un acto que, desde mi perspectiva, es el resultado lógico de la resistencia que ha ejercido un pueblo al que a sangre y fuego se le ha intentado grabar en el rostro el signo de la subordinación. Hoy, sino de manera general, muchos indígenas bolivianos se colocan delante de este “espejo” para mirarse en la lucha y recordar que no se puede vivir sin dignidad. Por ello los edificios que Mmani diseña y construye, conmueven e impactan, justo porque se está delante de una afrenta espacializada; una obra que desafía no sólo al paradigma arquitectónico promovido por la academia, sino a toda una ideología que ha intentado convencernos de que aceptar el lugar en el mundo que la modernidad nos ha asignado, es el único horizonte posible. Se trata sin duda de un manifiesto que no puede pasar desapercibido, justo porque señala asertivamente la descentralidad del lugar de enunciación dominante hasta ahora localizada en el sujeto moderno.

Este “espejo” al que nos referimos, es una metáfora interesante del efecto ontológico que ha producido la modernidad. Como sabemos, el proceso de imposición civilizatoria europea que ha operado en el territorio americano durante más de 500 años no sólo ha consistido en la explotación de la naturaleza y de la fuerza de trabajo local, sino que ha construido un sistema social perfectamente articulado sobre la base de un sujeto “superior”. Me refiero al sujeto moderno, a esa abstracción conceptual que se materializa a través del color de la piel, del dato sexual, del dato cultural o religioso y que permite controlar sus dividendos. En este sistema, el sujeto moderno es “superior” per se, y no existe mayor explicación; todo aquel que no sea moderno, es inferior y no hay forma de modificar este principio elemental.

Aunque hoy puede parecernos completamente absurdo, las prácticas sociales contemporáneas nos desmienten y nos demuestran que se trata de un principio vigente. Una permanencia extraordinaria porque la tesis por sí misma es sumamente frágil: ¿por qué este sujeto es superior? ¿Por qué su superioridad óntica tiene como base el dominio material? ¿Por qué es superior el color de piel blanco? ¿Por qué el arte burgués, blanco y masculino es mejor que la “artesanía” indígena? Así que sabiendo que preguntas tan ingenuas cimbran con facilidad el edificio de una organización social absurda, se optó por construir un referente marginal que fuera consciente de su propia irrelevancia existencial. En otras palabras, se produjo un “otro” automáticamente inferior, al que no se tuviera que estar convenciendo de ello: que simplemente lo fuera y lo supiera.

La estrategia se fue encontrando gradualmente en el proceso mismo de modernización, pues se descubrió que, a los sujetos no europeos, no blancos, no hombres y no burgueses se les podía extraer con facilidad su propio trabajo; una acción que los vaciaba y los dejaba sin contacto con el mundo que producían. La enajenación fue y ha seguido siendo, el principal instrumento de la colonización y del proceso de aculturación más eficiente, justo porque se trata de un fenómeno que pone delante de los explotados el “espejo de la modernidad”, es decir,  la devolución de una imagen devaluada y fragmentada de sí; una imagen que los coloca por debajo de aquel ser inexplicablemente “superior” que los flagela y les impedía comprender por qué es este el lugar que les corresponde. Este efecto especular ha generado con el tiempo la frontera que separa la zona del ser de la del no-ser, si gustamos remitirnos al pensamiento de Fanon, o bien, a la línea abismal, que escinde la existencia relevante de la no existencia, si preferimos recurrir al pensamiento de De Sousa Santos. En cualquiera de ambos, el “espejo” es un dispositivo de control que bloquea la mirada hacia adentro y hacia afuera, y produce un sin sentido que impide comprender que existen dos zonas. Y es que justamente de eso se ha tratado la estrategia, de impedir que el que está del otro lado de la línea (el marginado y excluido) sea incapaz de concebir tanto su lugar de enunciación como la posibilidad de trascenderlo.

La arquitectura es por ello un ejemplo excelente de este proceso. Por un lado, es una actividad que depende completamente de la especialización técnica y artística; y por el otro, se trata de la materialización de los códigos que el sistema de exclusión reproduce. En efecto, los trabajadores que la hacen posible dejan de sentirla como suya porque sin saberlo son despojados de los códigos necesarios para hacerlo; espacio sin significado es un espacio lleno de nada. La ilegibilidad de lo habitable produce la extrañeza que es constitutiva de ese “otro” moderno.

Ahora bien, ¿de qué forma estos códigos son sustraídos? ¿existe forma de evitarlo? Un factor necesario para ello podría ser evitando que los productores sean despojados de su trabajo, cosa que se antoja compleja dentro del modo de producción capitalista. Pero existe un atajo que bien podemos promover, a saber, la responsabilidad académica, la obligación de concientizar y concientizarnos del efecto que causa la rigidez del paradigma disciplinario, esto es, de una práctica que se niega a reconocer que existen otros saberes y otros valores que la forman; narrativas que pretenden negar la diversidad de la arquitectura porque no se aceptan las historias, tradiciones y estilos de vida que se encuentran fuera de la modernidad.

En este sentido, la academia arquitectónica puede ser tan severa como las demás, pues concibe una sola forma de producir su objeto de estudio y no admite ni variaciones ni confusiones. Y es comprensible porque mucho le ha costado sistematizar un oficio que de alguna manera no ha dejado de serlo; porque la arquitectura nació siendo eso, un oficio que poco tiene que ver con la formación rigurosa y técnica que se impone en las aulas y en los tratados.

Tenemos que comenzar por reconocer que la propia academia se ha encargado de ir marginando a los trabajadores de un conocimiento que antes les pertenecía y que dominaban a partir de la estructura de su vida cotidiana. Se sustrae el saber popular y se le da una base “científica” para modernizarlo y legitimarlo ante un gremio que no puede pensarse más allá de su propia “especialización”. De esta manera, al que antes era el artífice de la producción espacial, hoy se le otorga el estatuto de neófito o más radical, de ignorante.

Mamani sufrió este revés a pesar de haber pasado por la Universidad Mayor de San Andrés, ya que, incluso habiendo estudiado ingeniería y posteriormente arquitectura, se le relegaría del gremio porque a decir de los “especialistas”, el arquitecto aymara tiene una lógica bidimensional no espacial, y en consecuencia genera fachadas como si estuviera trabajando con textiles. Según éstos, nada que ver con el arte de crear “espacio”. Sin embargo -lo que este ignora- es que el “espacio” es otro en la marginalidad constitutiva, tiene otra forma en la zona del no-ser, y esto es justo la que Mamani acarrea en sus criterios de diseño.

La modernidad pronto supo que eso podía ser un problema y de alguna manera se obligó a trabajar con un conocimiento sistematizado en el lugar de “todos”, en el espacio público, pues ese“otro” no podría ejercer su “inferioridad” si los códigos en las ciudades seguían siendo producidos desde su “extraña” zona. La arquitectura homogénea capaz de aniquilar el factor cultural en el que se reproduce esa otredad, comenzó a realizarse con el argumento de la necesidad de vivienda masiva. La maqueta con la que soñaba incansablemente Le Corbusier y toda la Bauhaus, comenzó su diatriba. La ciudad moderna, concebida no en la forma de vida de la gente ni en los modos de organización comunal, sino en el restirador de algún urbanista sacado de la Escuela de Chicago, comenzó a funcionar como un espejo de dimensiones descomunales que se ha encargado de devolverle a los habitantes no urbanos una imagen de atraso y subdesarrollo, y un sentimiento de exclusión a todas las personas hacinadas en las zonas conurbadas (“coincidentemente” donde se encuentra la zona del no-ser).

En este sentido, la academia ha creado y difundido las tramposas etiquetas de “arquitectura vernácula”, “autoconstrucción” o “arquitectura popular”, para intentar encapsular a todas aquellas producciones espaciales que no nacen de lo que Bolívar Echeverría llamó el “estado de partitura”, es decir, esa región temporal en el que la idea, organizada y racionalizada bajo cánones específicos, aún no se materializa.

En consecuencia, la arquitectura que produce la gente y que tiene la virtud de formarse en comunión con el territorio, con las condiciones naturales y culturales específicas de su tiempo -la que podríamos llamar verdadera arquitectura orgánica-, es vista como un residuo histórico que arroja a todos sus habitantes y productores a la vitrina del museo patrimonial. Y es en esta línea donde se sitúan todos los detractores de Mamani, pues resulta intolerable para ellos saber que el “espejo” -por un instante- dejó de funcionar: el alarife aymara que estudió arquitectura decidió avanzar hacia este y estrellarse contra él, y entonces supo que su trabajo tenía valor; Ddecidió hacerse consciente de su lugar de enunciación. Por supuesto, Mamani no produce ni una arquitectura orgánica -en el sentido definido con anterioridad-, ni una arquitectura ajustada a los cánones académicos. ¿Qué es entonces lo que crea? ¿Cómo entender o leer la sintaxis visual que nos propone este artista?

Como mencionamos, Mamani dejó de ver su imagen devaluada en el “espejo” y sin proponérselo, se imaginó del otro lado; soñó -y así lo demuestran sus creaciones- con una modernidad aymara, con una forma de hacer arquitectura tardomoderna en El Alto, Bolivia. Y tal y como se exige en la formación arquitectónica en cualquier parte del mundo, innovó una morfología espacial que no tiene parangón.

Concibió el cholet, nombre peyorativo que combina la palabra chalet -vivienda unifamilar construida con madera característica de la campiña alpina- con la palabra cholo -nominación discriminatoria que recibe la población urbana con ascendencia indígena-, y que, en palabras del propio Mamani, decidió aceptar como acto de reivindicación. Comenzará de esta forma a conocerse su obra la cual será el resultado directo de localizarse del otro lado del “espejo”. Desde luego, no pensemos que con ello Mamani está cuestionando o poniendo en tensión a la modernidad capitalista; tampoco está pretendiendo modificar la forma en que se produce la arquitectura contemporánea. El cholet es el resultado de una pulsión que según nos explica Lefebvre, yace contenida en la realización del proceso de enajenación.[1]

La clave, desde mi perspectiva, es que Mamani no abandonó el concepto de la decoración; por el contrario, mantuvo -con base en la arquitectura de Tiahuanaco- el binomio inseparable de objeto-ornamento. Una fórmula que curiosamente también fue escindida durante el proceso de modernización, porque la decoración, justo a finales del siglo XIX en Europa, comenzó a considerarse como un añadido y una sobreposición completamente prescindible; una escisión perturbadora que me atrevo a afirmar no forma parte del sistema de conceptos que rige la estética de casi todos los pueblos premodernos. Pero la civilización moderna lo arranco después de su fase barroca y decidió internarse en el oscuro pasaje de la funcionalidad.

Para el siglo XVIII, el clérigo y matemático veneciano Carlo Lodoli, ya había comenzado a abogar por una arquitectura racionalista libre de la seducción sensorial que pregonaba el barroco contrarreformista; una arquitectura generada únicamente a partir de su función y carente de elementos ornamentales que para él no tenían ninguna utilidad. Pero será con el arquitecto austriaco Adolf Loos, que quedarán asentadas las bases de la expulsión del ornamento que ha permitido clasificar a todas la producciones espaciales y culturales fuera de Europa, como atrasadas. Loos incluso sentenció que el ornamento era un delito, y que la decoración había dejado de formar parte de la cultura europea, de la civilización y del futuro.

En este sentido la obra de Mamani se vuelve sumamente provocativa, y estresa a todos los arquitectos/as formados bajo la guadaña de la modernidad; la estridencia del color y la profusión de elementos que encuentran su razón y finalidad dentro del sistema que la obra misma propone, no tiene forma de ser juzgada y/o entendida. Por ello se etiqueta Mamani de “fachadista”, porque a decir de ellos, sólo agrega elementos en la fachada sin alterar la calidad del espacio interior. Pero el arquitecto aymara piensa en otra cosa, porque justo esta decoración que usa de manera tan categórica es la parte invisible de la pulsión de esa forma natural que la enajenación continuamente está tratando de aniquilar. Una pulsión que un día vence y desvela la potencia del trabajo no enajenado, aquel que le pertenece al trabajador, y que, al hacerse consciente de ello, modifica la forma en que se mira en el “espejo de la modernidad”.

La dignidad con la que Mamani diseña, debería ser un aliciente no sólo para todas las personas que consideran que su forma de imaginar el mundo es inocua, sino sobre todo para un gremio que peca de soberbia y que mucho podría hacer si decidiera incluir entre sus paradigmas la imaginación, la resistencia y la diversidad.

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*Estudiante del Doctorado en Ciencias y Artes para el Diseño, UAM-X.

Referencias:

 

Echeverría, B. (Ene-Jun 2006). “Lefebvre y la crítica de la modernidad”. Veredas. Vol. 7 (12) pg. 33-37

 

 



[1] En su texto “Lefebvre y la crítica de la modernidad”, Bolívar Echeverría explica que el concepto de enajenación en Marx puede dejar de ser entendido como un concepto acabado; como si el capital, en su proceso de reproducción, le sustrajera el trabajo al sujeto de una vez por todas y para siempre, y decidiera depositarlo en el objeto. Lefebvre -nos dice Echeverría- nos obliga a comprender que la enajenación es más un acontecimiento que un destino, algo que tiene que estar ocurriendo permanentemente porque el valor de uso generado por el mundo de la vida, se renueva siempre. “La enajenación está siempre aconteciendo porque la forma natural siempre está reviviendo y siendo subordinada, subyugada por la forma de la valorización, por la acumulación de capital, por el valor valorizándose.” (Echeverría, 2006, pg. 36).


JUNIO,2024

El Trazo Semanal, 15 años y la incertidumbre del relevo generacional en CyAD

 


Alejandro Ochoa Vega*

 

Pues resulta que se cumplen 15 años de este medio de difusión de temas de diseño, como periódico mural y blog, con el apoyo inicial de mis amigos y ex alumnos  Fernando Minaya, Pamela Vicke, y mi área de investigación, Procesos Históricos y Diseño (PHyD) del Departamento de Métodos y Sistemas (MS), como respaldo. Un esfuerzo que nace de un interés personal añejo, por el valor de las notas periodísticas, y hemerográficas en general, las cuales he recapitulado por años y que seguro no me alcanzara la vida para organizarlas, digitalizarlas y compartirlas en números futuros de El Trazo Semanal (TS).

Después al emigrar Fer y Pame a la UAM-A, mis alumnos de servicio social han sido claves para llegar a este aniversario. No obstante, con todo y que hubo apoyo de la Dirección hasta marzo de 2020 para su impresión y que pudiera crecer con nuevas vitrinas, que hacen al TS visible en casi toda la Unidad, la pandemia detuvo su versión impresa por dos años, y al volver, la nueva gestión de CyAD cerró la oficina de Vinculación Externa (donde se imprimía) y han sido PHyD y MS los que han hecho posible que sobreviva, aunque con una periodicidad quincenal, y ya no semanal. El contexto interno de la División, Unidad y UAM en general, así como el externo nacional e internacional, hace difícil mantener un esfuerzo académico, que, aunque muy modesto, si requiere un apoyo mínimo. Me detendré en lo más local y próximo, como reflexión breve sobre mi visión de CyAD en la actualidad.

Es evidente que la generación de profesores que estamos en CyAD, nacidos entre 1941 y 1955, incluso más grandes que participararon en la creación de la UAM, con nombres como, por mencionar algunos, Alberto González Pozo, Roberto Einbenschutz, Emilio Pradilla, Blanca Ramírez, José Ángel Campos, Rodolfo Santa María, Concepción Vargas, Jorge Andrade, Enrique Bonilla, Bruno de Vecchi, Vicente Guzmán, Víctor Muñoz, Horacio Sánchez, Juan Oliveras y el que escribe, o ya están en proceso de jubilarse, o lo haremos en pocos años. Las dos siguientes generaciones, los nacidos entre 1956 y 1970 y la de 1971 y 1985, como Pablo Quintero, Dulce García, Carmen Ramírez, Luis Guerrero, Carlos Mercado, Javier Soria, Haroldo Alfaro, Martha Flores, Gonzalo Becerra, Juana Martínez, Sonia Orozco, Alejandro Tapia, Luis Andrade, Felipe Moreno, Jorge Pacheco, Roberto Padilla, Jaell Duran, Homero Mendoza y Gerardo Álvarez entre otros, o más jóvenes y que incluso ya tienen varios años como temporales pero con gran compromiso, como Guadalupe Morales, Cesar Herrera y Edgar Martínez. Todos ellos serán los responsables de encabezar CyAD los próximos diez, quince años o más.

El panorama es muy complejo e inestable, debido a los recortes presupuestales, que han hecho que la UAM destine alrededor del 90% de sus recursos en pagar salarios. Aunque hay una paradoja en la burocracia universitaria, cuando generalmente se dice que “no hay recursos para nuevas plazas”, sin embargo, se sabe que en CyAD están atoradas por diversas razones, plazas de personas que se han retirado o fallecido, y que tienen años sin convocarse. Un problema que afecta, tanto a la investigación como a la docencia. Otras limitaciones, es que algunos de los profesores que ya ganaron una plaza, los procesos para promoverse a una categoría mayor se han endurecido demasiado, por no decir burocratizado en extremo, aunque no pocos ya tengan el grado de doctorado, varios años en la docencia, y con productos de investigación de gran calidad.

Me pregunto si estas nuevas generaciones, podrán construir condiciones académicas adecuadas dentro de sus posibilidades, que seguro por disposición y calidad no habrá problema, pero ante los retos y limitaciones de nuestra universidad y país, vaya que no será fácil. Por lo pronto esta la incertidumbre de que México nos espera a partir del próximo 2 de junio y 1 de noviembre, si habrá continuidad de una transformación que no se reconoce, o un regreso a políticas que demostraron en demasía, su incapacidad para reducir las grandes desigualdades. Estaremos atentos, desde otra trinchera, los mas “viejos”, de ese proceso que depara nuestra realidad actual. Entre tanto, El Trazo Semanal, publicara algunos números impresos por lo que resta de año, manteniendo abierto su blog, hasta que “el cuerpo aguante”. Gracias a todos los que lo han hecho posible.

Vaya que México es muy distinto al de 2009, cuando se colgaron los primeros Trazos… y no se diga al de 1974, cuando se fundo nuestra querida UAM.


*Arquitecto, profesor investigador de la UAM Xochimilco y editor de El Trazo Semanal. .


Mayo, 2024

 

La vacuidad discursiva del premio Pritzker

La vacuidad discursiva del premio Pritzker

 

La vacuidad discursiva del premio Pritzker

Javier Caballero Galván*

 

Zona residencial de Banqiao, foto Nam Goongsun

 

Este 2024, Riken Yamamoto fue elegido ganador del prestigioso premio Pritzker, y, como todos los años, la Fundación Hyatt emitió una justificación escrita sobre la distinción. Sabemos de antemano que en el oficio arquitectónico, es siempre un amplio grupo de personas el que hace posible una obra, pero la obsesión por poner toda la responsabilidad en una sola no sólo es el eje sobre los que se han creado los premios y reconocimientos, sino el axioma principal sobre el que se levanta la disciplina en nuestro tiempo. En efecto, al llamado “nobel de la arquitectura”-que vanagloria y ensalza al genio creador-, le resulta muy complejo justificar por qué tal o cual profesional amerita el reconocimiento; en realidad, hace “malabares” discursivos para intentar velar la arbitrariedad de la nominación y coadyuvar a mantener intacto el sistema mismo sobre el que opera la disciplina.

 

Sabiendo entonces que la idea renacentista de la creación ex nihilo es, en pleno siglo XXI, una verdadera farsa, el jurado construye un discurso apologético del ganador e intenta explicar por qué su creación, que no le debe nada a nadie, vale la pena mencionarla y distinguirla. Y justo por esa paradójica condición, es que tal “justificación” es un conjunto de palabras que muy poco dicen y que abruman con su cínica vacuidad. Impresiona de hecho la cantidad de lugares comunes utilizados para convencernos de la “genialidad” de una obra que, de hecho, tendría que hablar por sí misma, y es cuando menos, significativo que tenga que hacerse una declaración escrita para tal efecto. Tal vez, lo que hay en el fondo, no sea del todo aceptable y tenga que recurrirse a ello para intentar velar una realidad inocultable, esta es, la de un objeto arquitectónico que es hoy por hoy una simple y llana mercancía. Así que tal vez difuminarla a través de la falsa idea según la cual la arquitectura es un instrumento de cambio social, no sea más que una estrategia.

 

Pero veamos la llamada citación del jurado, la cual argumenta así la razón por la cual se decidió otorgar el premio al arquitecto chino: “En su larga, coherente y rigurosa carrera, Riken Yamamoto ha logrado producir arquitectura como fondo y primer plano de la vida cotidiana, desdibujando los límites entre sus dimensiones pública y privada y multiplicando las oportunidades para que las personas se encuentren espontáneamente, a través de estrategias de diseño precisas y racionales.” (https://rb.gy/n037bo) En primer lugar, la arquitectura siempre ha sido fondo y primer plano de la vida cotidiana; no existe un solo edificio que no lo sea, aunque ello sea un oxímoron. Todo espacio habitable es secundario en la vida de las personas -solo quien se dedica a la construcción la tiene siempre presente-, y paradójicamente se mantiene siempre interactuando con nuestras actividades. Así que proyectar y construir un edificio que no sea fondo y primer plano es completamente absurdo. De hecho, son las personas que habitan y experimentan las estructuras espaciales las que en todo caso producirían este efecto, pero nunca quien diseña.

 

En segundo lugar, desdibujar los límites entre lo público y lo privado, es discursividad pura. Se trata de una división que no se deshace porque se exhiba un interior, o porque uno pueda asomarse a un jardín privado para ver qué hacen sus propietarios. La división público-privado es una dicotomía creada por la modernidad para su propia materialización. De hecho, es su soporte. Sólo así, la ciudad capitalista tiene la forma que tiene y puede contribuir a impulsar su propia existencia. Es una distinción axiomática que no puede ser disuelta, y mucho menos por un simple edificio. Consideramos que se trata más bien, de un eufemismo que evita mirar el fondo del problema, a saber, el de la propiedad privada -paradigma de la modernidad capitalista- que despoja a la mayoría de las poblaciones de sus territorios y del control de sus propios recursos. Incluso, la idea misma del espacio privado es justo el factor que ha destruido la base comunal.

 

Lo terrible es que la argumentación del jurado se basa en que el arquitecto chino, con su forma de configurar el espacio, fomenta la comunalidad. Argumenta Alejandro Aravena: “Al difuminar cuidadosamente el límite entre lo público y lo privado, Yamamoto contribuye positivamente más allá del encargo para permitir la comunidad.” Como si ello dependiera del arquitecto y no del contexto social de la obra o de las personas, que así como lo expone el premio Pritzker y jurado, tal parece que estas son meras marionetas que actúan como lo dispone el arquitecto(a). Bajo esta línea argumentativa, una ciudad sin plazas públicas impediría la vida social, algo que, en realidad, no ocurriría. Es importante tener claro que poner un cristal en lugar de un muro, no “desdibuja” per se una significación espacial anclada en el duro orden simbólico de la modernidad. Así lo demuestran las vitrinas que exhiben los centros comerciales y que, invitando a comprar, terminan reforzando la imposibilidad económica de hacerlo. De hecho, los edificios de cristal, son justo aquellos que menos invitan a producir comunidad, pues siempre hay una mirada vigilante que está atenta a disuadir los usos distintos que puedan las personas improvisar.

 

Y, en tercer lugar, vale la pena reflexionar la forma en que se justifica esa supuesta producción de comunalidad, esto es, a través de “estrategias de diseño precisas y racionales”. No se especifica en qué consisten, pero lo que sabemos es que son efectivas porque así lo señala el jurado. Ello significa entonces que, si las personas no se encuentran espontáneamente en los espacios diseñados por miles de arquitectos alrededor del mundo, es porque no han aplicado una estrategia precisa y racional. Para colmo, la resonancia de esta vacuidad discursiva, llega a las revistas de difusión arquitectónica cuyos editores y columnistas la toman como si se tratara de una verdad revelada. Así por ejemplo Elizabeth Fazzare de AD menciona (https://rb.gy/5j92ff): “Esta filosofía puede verse en los proyectos de Yamamoto en todas las tipologías, desde viviendas que incluyen terrazas que abarcan varias unidades o patios compartidos con el público hasta espacios normalmente inaccesibles para los extranjeros.”

 

Al parecer, la columnista quiere ignorar que el Movimiento Moderno ya había experimentado en esa dirección sólo para darse cuenta que la arquitectura por sí misma no puede producir ni controlar ninguna conducta social, y que, en todo caso, ésta recae en manos de la historia de una comunidad, de su condición económica y política, y de su propia organización. Sólo así es posible explicar que una terraza o un patio compartido puedan producir comunalidad, pero dista de serlo si estas configuraciones espaciales se realizan en sociedades altamente diferenciadas y con una larga historia de desigualdad.

 

El final es sencillamente una joya: “Creó conciencia en la comunidad sobre la responsabilidad por las necesidades sociales; cuestionó los principios arquitectónicos y escudriñó cada iniciativa arquitectónica; y, sobre todo, nos recordó que en la arquitectura, como en la democracia, la forma en que se da forma al espacio debe ser decidida conjuntamente por la gente. Por ello le otorgamos el Premio Pritzker 2024.” (Las cursivas son mías). Y subrayamos la comparación que se establece entre arquitectura y democracia, por la cantidad de interpretaciones a la que se sujeta. Creemos de hecho, que son dos conceptos que se dan la espalda, porque justo en la modernidad capitalista ha sido justo cuando arquitectos(as) y planificadores(as) urbanos han desdeñado por completo la opinión, la experiencia y la voluntad colectiva, y la han cambiado por el poder del dinero y por la voluntad de los dueños del territorio. En fin, tal vez si el premio se asignara sin ninguna explicación -sin ningún discurso emitido por un jurado a modo-, al menos contaría con la sinceridad y la transparencia que le otorgaría su propia discrecionalidad.

 


Zona residencial de Banqiao, foto Nam Goongsun


*Arquitecto y estudiante del Doctorado en Ciencias y Artes para el Diseño de la UAM Xochimilco.

Abril, 2024

Los 25 años del edificio 25 de la UAM Xochimilco

Los 25 años del edificio 25 de la UAM Xochimilco

 

Los 25 años del edificio 25 de la UAM Xochimilco

Roberto A. Padilla Sobrado*

 

El llamado edificio 25 o edificio “R” de la UAM Xochimilco, cumple 25 años de existencia, y se ha convertido, con el paso del tiempo, en uno de los más característicos de la Unidad. Desde su construcción obtuvo el reconocimiento nacional al ser premiado con la medalla de plata en la V bienal de Arquitectura Mexicana 1998.

 

Inaugurado por el entonces rector general de la UAM, el Dr. José Luis Gázquez Mateos, en seguimiento del plan rector de la institución, respondiendo a las necesidades de la población académica y estudiantil, y diseñado por los arquitectos Dulce García, Ricardo Pita, Rodolfo Santa María, y José Ángel Campos, profesores de la licenciatura en Arquitectura de la división de CyAD, fue construido para albergar a la licenciatura en Diseño de la Comunicación Gráfica, y no solo tener salones para dar clases, sino también talleres especializados característicos de su programa de estudios, como lo son los de grabado, serigrafía, offset, fotomecánica, cómputo y gráfica monumental. Además del laboratorio de fotografía analógica y el set de fotografía, las áreas de ilustración, medios audiovisuales, diseño editorial, así como el reconocido “Salón Princesa”, en dónde se enseña dibujo no solo a los alumnos de la licenciatura, sino al público en general en su taller vespertino.

El edificio tiene planta baja, primer y segundo piso, y alberga al auditorio “Jesús Virchez”, uno de los más característicos de la Unidad, la sala de seminarios y la nueva sala de proyecciones, y cuenta con dos espacios adaptados para montar exposiciones artísticas, la Galería “Ada Dewes”, en el vestíbulo del auditorio Virchez, y la “Galería del Pasillo”, que se encuentra en la planta baja del edificio, en el pasillo central. A decir del Dr. Gázquez,  “los edificios hay que llenarlos de vida académica, de actividades que permitan a la UAM consolidarse como un modelo importante del sistema de educación superior del país". Frase que ha resultado profética, ya que durante todo este tiempo, la licenciatura en diseño de la comunicación gráfica se ha constituido como una de las carreras de diseño más importantes de nuestro país, y que ha visto pasar por sus salones y talleres a decenas de alumnos que se han convertido en diseñadores líderes en su ramo.

Durante los últimos 25 años, el edificio ha vivido modificaciones y cambios que lo han adaptado a las necesidades académicas de la licenciatura. Algunas de sus paredes han sido intervenidas con murales pintados por los alumnos, producto de proyectos modulares del taller de gráfica monumental y del área de ilustración. Un ejemplo son los pintados en el año 2012, ubicados en el segundo piso del inmueble y que sirven como portadas que identifican los distintos talleres de la carrera, y los murales pintados en las escaleras que conectan los distintos niveles elaborados en el año 2019.

Los primeros murales dieron una gran promoción al edificio, ya que su proceso de realización fue registrado en el cortometraje “Cinco Murales”, dirigido por el maestro Roberto Padilla, profesor de la licenciatura en D.C.G, y que fue seleccionado en varios festivales de cine a nivel nacional e internacional, como el festival Italiano “ Afragola International Film Festival of Architecture and Design 2021”, especializado en proyectos de arquitectura y su relación con el diseño y proyectos audiovisuales, el festival estadounidense “NAFCo Winter film festival 2021”, en dónde ganó el premio del jurado al mejor documental animado, y el festival Internacional  “Shorts México 15”, entre otros. El cortometraje se puede ver a través de internet en la siguiente dirección: https://vimeo.com/301101059

En la pandemia ocasionada por el Covid, cuando la universidad se encontraba en pleno aislamiento dando clases virtuales, se hicieron modificaciones a sus espacios físicos para mejorar la labor docente al regreso a las actividades presenciales. Uno de los laboratorios de fotografía analógica, ya en desuso, se adaptó para albergar el ahora “Taller de cómputo 2”, y el llamado salón “La caverna”, por el eco que producía, se adaptó para crear la ahora “Sala de proyecciones”, y se abrieron ventanas en algunas aulas para poder laborar en las circunstancias creadas por la emergencia sanitaria.

El edificio ha sido testigo de grandes retos que la comunidad ha tenido que afrontar a través del tiempo, en dónde se incluyen huelgas, desalojos por amenazas de bomba, paros de alumnos, terremotos, y una pandemia mundial, que han obligado a reforzar su mantenimiento para que siga tan vigente como en sus inicios, albergando generación tras generación de futuros diseñadores, que le sigan dando vida ayudando a que la comunidad de diseño continúe creciendo y desarrollándose cada vez más.













Fuentes electrónicas consultadas:

https://www.youtube.com/watch?v=-FluwZOjz3w

https://biblioteca.xoc.uam.mx/40aniversario/docs/talleres_diseno.pdf

https://vimeo.com/301101059

 

*Diseñador de la Comunicación gráfica, Maestro en Ciencias y Artes para el Diseño y Jefe del Departamento de Síntesis Creativa de la UAM Xochimilco.

 

Noviembre 2023.

La ciudad neorrealista. Roma, Madrid, Ciudad de México: Entre cine y arquitectura. Dr. Federico Colella. Un comentario

 La ciudad neorrealista. Roma, Madrid, Ciudad de México: Entre cine y arquitectura. Dr. Federico Colella. Un comentario

 


La ciudad neorrealista. Roma, Madrid, Ciudad de México: Entre cine y arquitectura. Dr. Federico Colella. Un comentario.

 

Kevin Eduardo Vázquez Arroyo*

 

Como parte del seminario del área de investigación, Procesos Históricos y Diseño de la UAM Xochimilco, el pasado 24 de agosto el Dr. Federico Colella de origen italiano y docente del Tecnológico de Monterrey y de la Universidad Anáhuac, presentó vía remota una muy breve, pero no menos interesante, muestra de su tesis doctoral “La ciudad neorrealista. Territorio, iconografía y mapas de Madrid y Roma”. Su trabajo parte de un movimiento cinematográfico de mitad del siglo XX, el neorrealismo italiano, que surgió como respuesta a la narrativa grandilocuente que era la constante en el cine durante el fascismo de Mussolini. El neorrealismo muestra la realidad italiana de la posguerra, con los problemas de los derrotados las guerras: dolor, pobreza y desorganización.

El análisis de Federico Colella nos muestra cómo un movimiento artístico profundiza en la exploración urbana, mostrándonos las entrañas de la ciudad romana fuera de la monumentalidad a la que estamos acostumbrados. Las películas neorrealistas ven a las periferias de la ciudad como motor de inspiración artística, porque las historias que ahí se desarrollan son muy diferentes a las del centro, podemos ver desde inmuebles afectados por la guerra, la delincuencia y la crisis de la vivienda en esa época. En estas historias estaba permitido no tener un final feliz porque sencillamente, casi como documental, así era la vida en ese momento.

Los paisajes entrópicos que se presentan en el neorrealismo traen consigo la esencia de dos eras, la de un supuesto progreso fascista mostrando elementos constantes en las obras como andamios y estructuras desnudas de lo que pudo ser, proyectos frustrados. Por otro lado, la crudeza de la destrucción y sus ruinas. Si bien el movimiento artístico nace en Italia, Colella identifica las relaciones entre el cine italiano de la posguerra y el cine español que entra al fascismo. En esta comparación ubica los paralelismos cinematográficos de ambos movimientos llegando a un punto común.

Es valioso comentar la metodología aplicada en el análisis, con cartografía de Roma y Madrid nos muestra el mapeo de las escenas con los recorridos realizados por los actores, esto nos da una idea de cómo el espacio urbano es clave en la representación de su realidad, y donde podemos ver, en un segundo plano, el movimiento de las actividades reales de la gente. En ese sentido, también es importante mencionar el conteo métrico de los desplazamientos ayudando una vez más a notar cómo cambia y se desarrolla el plano a lo largo de las escenas.

Sin duda un trabajo que nos recuerda la riqueza artística que aporta el cine a la vida, y mejor aún, a la arquitectura y el urbanismo siendo un medio de reflexión y análisis de los espacios que habitamos en momentos determinados.

 





Agosto de 2023

 

*Arquitecto y estudiante de la Maestría en Ciencias y Artes para el Diseño. UAM Xochimilco.