PEATONES EN LA CIUDAD. Por José Ángel Campos Salgado

En el siglo XX los arquitectos plasmaron proyectos cuya intención era impresionar a quien la observara. Fue el primer intento de volver a la arquitectura un espectáculo. Bruno Taut dibujó en 1919 su arquitectura alpina de cuyos templos con cubierta de cristal salían rayos que hacían brillar el edificio, ello con la intención de iluminar el camino a la perfección. Frank Loyd Wright en 1945 muestra una vista nocturna de su proyecto del Museo Guggenheim de Nueva York iluminado por reflectores como si fuera la presentación de una película holliwoodense. En ambos casos, estos edificios espectaculares se contemplan a pie, es decir, para conocerlos hay que visitarlos llegando hasta ellos caminando.

En los días de hoy la idea predominante es lograr una arquitectura cada vez más espectacular, algo que sorprenda en medio de otros intentos de lo mismo, algo que sea tan diferente que no pase desapercibido en el maremágnum de otras arquitecturas. Sólo que esta vez no se puede contemplar este espectáculo a pie, estas arquitecturas están hechas para ser vistas desde el automóvil. Toda su parafernalia espectacular tiene la finalidad de llamar la atención desde cierta distancia y a cierta velocidad, más rápida que cualquier paso de viandante. Y si todas las edificaciones compiten con el mismo objetivo, estamos entonces en un espacio donde las personas que caminan no perciben más que una pequeña parte del edificio o tal vez no requieren percibirla, pues han llegado al mismo a bordo de su automóvil sin entrar por la que se supondría, sería la puerta principal.

La ciudad entonces ha dejado de existir. No hay más comunicación entre arquitecturas y usuarios, sólo los fríos espacios de los estacionamientos, los elevadores y las oficinas despersonalizadas para no distraer el trabajo. Todos los siglos de haber usado lo que llamamos calle, para ingresar a los espacios interiores de las arquitecturas, ha dejado de tener sentido. No más relación con este anacrónico espacio público. Nada de contemplar los interiores desde el exterior, nada de observar cómo viven otros habitantes de la ciudad, nada de detenerse a conversar con los amigos, los vecinos o saludar a cualquier desconocido. Nada de niños que jueguen libremente en la banqueta, nadie que salga a comprar en la esquina una pieza de pan, nada de antojos ni de pérdidas de tiempo. Esa ciudad es obsoleta, no sirve en los tiempos de la producción y el consumo acelerado, de la competencia individual, de la desvinculación de los otros. Hay que ir de un lugar a otro en auto, si es que esto es necesario, si es que no es suficiente una videollamada. Y si se trata de una reunión en un lugar público, hay que llegar en auto, hasta el punto en que un valet lo recibe y un empleado nos conduce al lugar convenido.

Pero hay todavía otras ciudades dentro de la misma ciudad, la “metápolis”, donde la vida comunitaria permanece y se acrecienta. Donde se da aun el intercambio callejero, donde se regatea, se coquetea, se abraza y se besa sin que haya impedimento para ello. Una ciudad donde la aglomeración es síntoma de vitalidad, donde el acontecimiento es cotidiano y la fiesta se repite cuantas veces sea posible. Esa es entonces la verdadera ciudad, la que luego del aburrimiento de las soledades que deja la modernidad pasteurizada es buscada por aquellos que en aquellos lugares habitan, para vivir aunque sea por un momento lo que desde luego en el fondo se añora. Seamos entonces capaces de enriquecer estos espacios; que el diseño sirva para hacer más amable la vida cotidiana, para recuperar el deterioro que ha dejado el intento de ser modernos demoliendo el testamento urbano que nos heredaron. Se requiere de oficio y de sensibilidad. De compromiso social y de firmeza para exigir la participación democrática y la igualdad de oportunidades.

Reunión a un costado del Mercado de Artesanías “El Parián”, Ciudad de Puebla   Fuente: José Ángel Campos

Por fortuna, en algunos lugares de nuestra ciudad parecen irse dando algunos pasos en esta dirección. Que la experiencia se difunda, se expanda, se comparta y se repita, aquí y en otras entidades. Y que las arquitecturas recuperen su presencia inmediata y personal, su contacto con la gente, su personalidad urbana. Que el espectáculo sea la misma gente disfrutando. Sería el mejor elogio a lo que hasta ahora se ha realizado.

Diciembre, 2013