Apenas nos estábamos reponiendo de la demolición del cine Latino, cuando a principios de junio nos enteramos que estaba empezando las obras para echar abajo unos de nuestros palacios del cine sobrevivientes, “el Teresa”. Integrante de uno de los perfiles urbanos más emblemáticos y característicos de la Ciudad de México, el de la otrora avenida San Juan de Letrán, que no sería reconocible sin el anuncio bandera del Teresa, grabado por cierto en el celuloide en una secuencia fugaz de “Los Olvidados” de Luis Buñuel. Presente, vivo y en funciones por casi 70 años, fue inaugurado el 9 de junio de 1942 bajo proyecto del ingeniero y arquitecto Francisco Serrano, el cine Teresa paso del esplendor a la decadencia, de la “decencia a la vergüenza”, de la gloria al olvido, tal como el barrio y calle donde nació. No pudo resistir la picota por más que se aferraron sus dueños, que como último aliento de vida tuvieron que programar películas pornográficas, lo cual le dio una fama particular en su etapa final.
Y uno se pregunta, ¿por qué la ciudad y sus autoridades nunca lo voltearon a ver, como una posibilidad para convertirlo en un teatro del pueblo, ya que se ufanan tanto de pensar en los más necesitados? ¿Por qué el Gobierno Federal y CONACULTA no lo consideraron como opción para crear el Museo del Cine Mexicano?, que mejor que proyectar el cine de la Época de Oro, en su formato original, en una de sus emblemáticas salas. ¿Por qué el INBA, institución oficial encargada de la documentación y salvaguardia de la arquitectura del siglo XX, no movió ni un dedo para defenderlo?. El gobierno, las autoridades culturales y las instancias para la conservación del patrimonio, guardaron silencio y la ciudad pierde uno más de sus monumentos. ¿Era tan difícil y utópico pensar que con un poco de creatividad y buena voluntad el cine Teresa se pudo salvar, como un testimonio de la arquitectura moderna de mediados del siglo XX en México?. Parece que no, porque lo que importa al final es el dinero, la rentabilidad y el negocio. Entonces, sin la certeza de verlo desaparecer por completo, o si acaso permanecer su cascarón, lo que ahí resurja, seguro será algo más cercano a la mediocridad edilicia en aras de una rapaz visión mercantil.
La ciudad se va quedando sin sus grandes cines: Chapultepec, Latino, París, Paseo, Real Cinema, Palacio Chino, Variedades, Maya y Teresa, todos ellos desaparecidos en los últimos 15 años. Les seguirán sin duda, los que sobreviven: Orfeón, Mariscala, Las Américas, Insurgentes, Cosmos, Opera, Río, Venus, Savoy, Nacional, Manacar, Continental, Tlatelolco y pocos más. Sin negar el fenómeno como una realidad mundial, cuesta aceptar que no seamos capaces de aprovechar y usar nuevamente las viejas salas cinematográficas, como se ha demostrado en casos como el Metropolitan de la Ciudad de México o el Mérida de Yucatán, y varios casos internacionales. Deberíamos entender que son un bien cultural “no renovable” perfectamente rescatable para los requerimientos de la sociedad contemporánea. Y sin embargo, se mueren…
Julio, 2010.
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