Eero Saarinen en Nueva York

Alejandro Ochoa Vega*

 

La arquitectura de los aeropuertos es una de las más representativas del siglo XX, permitiendo que el hombre pudiera transportarse a distancias lejanas, que, hasta entonces por tierra o agua, le llevaban días, semanas y hasta meses. En cambio, en avión ya podía hacerse en horas, una conquista tecnológica fundamental que revoluciono las comunicaciones de nuestra época contemporánea. Por lo mismo, las terminales áreas han sido impactadas, por los acelerados cambios y avances científicos y tecnológicos, por lo que las originales, construidas en las primeras décadas del siglo XX, fueron transformadas en aeropuertos modernos desde los años cincuenta, con más de una terminal en el mismo conjunto. Para finales de ese siglo y hasta nuestros días, también esos conjuntos han quedado absorbidos, por más terminales y un programa arquitectónico mucho más complejo, incluyendo centros comerciales, hoteles, espacios de descanso y conexión a través de diversos transportes públicos; metro, trenes, autobuses y taxis, a la ciudad y otras localidades cercanas. Una verdadera ciudad dentro de la ciudad.



Entre 1956 y 1962, el arquitecto Eero Saarinen (1910-1961) realizaría la terminal de la TWA (Trans World Airlains), la cual se convertiría en un ícono del ahora Aeropuerto Internacional John F. Kennedy en Nueva York, por sus formas orgánicas vinculadas a los aeroplanos. Exploración formal y espacial que el Estudio Saarinen se permitió en ese y otros proyectos, como el Aeropuerto Internacional Dulles, en Chantilly, Virginia, excepción respecto a la mayoría de sus obras decantadas hacía el Estilo Internacional. A través de una composición simétrica (contraria a los principios de la modernidad racionalista), dos grandes caparazones cubren los espacios que en su momento resolvían los mostradores de la línea área, restaurantes, tiendas y salas de acceso a los aviones, entre otras áreas técnicas, administrativas, de servicio y recreativas. En 2001 deja de funcionar como terminal área, al quedar rebasada su capacidad, y después de varios años en desuso, con riesgo de demolerse, en 2005 es declarada patrimonio nacional, y finalmente después de varias ideas para su reutilización, en 2019 se reinaugura como flamante vestíbulo, salas de descanso, tiendas, restaurantes y recepción del Hotel TWA, anexando dos edificios nuevos para las habitaciones y otras amenidades.



Es de llamar la atención, el resultado feliz de esta intervención y rescate de un edificio emblemático de aquella modernidad de los años sesenta, realizada por el estudio de arquitectura Beyer Blinde Belle, no solo por restaurar la construcción original dejándola impecable, sino por revitalizar una estética de época, con el mobiliario, lámparas, y hasta vestimenta de aquellos años con maniquís a manera de museo de sitio, pero también con música ambiental de artistas como los Beatles, o los Rolling Stones. Una evocación que no solo provoca nostalgia por los años del Rock and Roll, los hippies y la moda de la minifalda y el pelo largo, sino la posibilidad de revivir un pasado que convive con un presente, de alta tecnología y la explosión del mundo digital. Un caso excepcional de recuperación de una arquitectura original, respetando su esencia, y compatible con las necesidades contemporáneas del siglo XXI. Ojalá muchos íconos internacionales y nacionales, hubieran tenido esta oportunidad, que, por diversos intereses o miopía de los inversionistas, han sucumbido sin dejar huella. Una lección en la que muchos tendríamos que aprender.


Imágenes tomadas por el autor.


Septiembre de 2022

 

*Arquitecto, profesor de arquitectura de la UAM Xochimilco y editor de El Trazo Semanal.