Lo cíclico del diseño. Por Raúl García

El ser humano siempre ha tenido la necesidad de crear, modificar o reinventar  para satisfacer sus necesidades, sea esto de una manera consciente y estructurada o por mero empirismo e instinto. Con el paso del tiempo a la par de nuestra sofisticación se modifican y amplían nuestras necesidades, demandando así un rediseño de nuestro entorno y herramientas para transformarlo. Cuesta trabajo imaginar el salto cuántico que hemos hecho como raza desde nuestros albores, donde nuestros impulsos creativos se ceñían exclusivamente a la supervivencia en contraste las necesidades que permean nuestras creaciones hoy en día, que obedecen a variables específicas sin dejar de lado el valor artístico o estético del que pueda impregnarse.

En aras de tal especialización funcional, se nos obliga a dar cabida y respuesta, como profesionales del diseño, a las necesidades que puedan surgir hoy en día  por lo que nos sentimos avasallados por la infinidad de posibilidades que existen ante nosotros para materializar estas respuestas. Desde su planeación hasta la parte final de su elaboración, aún así en un lugar donde parece que ya no se puede hacer mucho, encontramos alguna manera de continuar y reinventarnos.

Ante este torrente creativo, siempre ha estado presente un factor que por su omnipresencia, dejamos de ver poco después de que comenzamos a caminar por los senderos del desarrollo social y tecnológico; pero no por eso ha dejado de ser menos importante o dejar de estar ahí. Una parte de nuestra realidad, al abstraernos del mundo que hemos creado a nuestro alrededor se ha diluido, de su presencia pocos reparan, hasta ahora que  comenzamos a ver las implicaciones de lo que hemos dejado en nuestro andar a lo largo de este camino evolutivo, y que comienza a pisarnos los talones: nuestro medio ambiente.

¿Cuántas de las veces que diseñamos algo pensamos en esa parte post-mortem de la vida útil de nuestro producto?  ¿O en las implicaciones ambientales de su producción, distribución y consumo? En este álgido torbellino de consumismo exacerbado y de caducidad, es muy fácil olvidar lo que no vemos y de lo que deja nuestras manos, como si mágicamente fuese a desaparecer, pero no.  A la par de nuestro desarrollo, desde hace más de cien años hemos estado construyendo sin querer una avalancha con los residuos de nuestra modernidad, que ya ha comenzado a dejar sentir sus efectos, desde la ´simple´ basura que encontramos en nuestras calles, hasta islas de plástico en el océano y enjambres de basura espacial.

Sólo hasta ahora recordamos ‘globalmente’ la importancia de incluir al ambiente en nuestro ejercicio como profesionales del diseño. Lo que nos sucede es crítico y nos encontramos en un punto donde no nos podemos dar el lujo de dejarnos llevar por un desempeño automático, caduco, consumista, irresponsable e irreflexivo como diseñadores.

Es triste y patético que seamos la única especie en este planeta que necesita estar condenada a una desgracia para reflexionar y adaptar su conducta para madurar hacia un existir responsable. Debemos integrar esta consciencia a nuestro quehacer como diseñadores y expandir nuestra visión más allá de la caducidad de nuestros productos, homologar esa ciclicidad que existe en todo lo demás que es ajeno a la mano del hombre.

Siempre hay que estar plenamente conscientes de que aunque seamos arquitectos de nuestro entorno, lo que nos permite crear tanto como podamos imaginar, que el diseño es una herramienta sumamente poderosa y por lo mismo implica una enorme responsabilidad. Desde ahí, podemos transformar muchísimas cosas, aunque siempre previendo las consecuencias de ello, pues todos vivimos en un entorno frágil, pese a que se pueda olvidar fácilmente.

Julio, 2013.