NOTO, una joya del barroco de Sicilia, Italia

 

NOTO, una joya del barroco de Sicilia, Italia

Alejandro Ochoa Vega*

 

Se suele pensar que el barroco es un lenguaje cargado de ornamentos y que solo se queda en eso, y que en el caso de la arquitectura se plasma sobre todo en fachadas y retablos, más no en el espacio. El barroco mexicano y latinoamericano, en particular el de los países como Perú, Bolivia, Ecuador, Brasil y Guatemala es de los más ricos y expresivos, teniendo como referentes sus fuentes españolas y portuguesas, y no pocas donde es posible observar la mano indígena, el llamado “barroco mestizo”. En casi todos los casos, sus fuentes europeas derivaron en plantas de cruz latina, con una o tres naves, tal como se venía haciendo desde las basílicas romanas, paleocristianas, medievales y renacentistas. Sin embargo, hubo un barroco donde el espacio fue también protagonista, por romper con las plantas clásicas y resolver plantas ovales o circulares, tal como se puede ver en la iglesia de las Cuatro Fuentes del arquitecto italiano Francesco Borromini en Roma, o en muchos de los templos barrocos de Sicilia. Cabe decir que hubo un arquitecto mexicano sobresaliente, y que su obra refleja una marcada influencia del barroco italiano, Francisco Antonio Guerrero y Torres (1727-1792). Autor de varias obras significativas, como el Palacio de los Condes de San Mateo de Valparaíso, con su hermosa escalera de dos arranques, El Palacio de Iturbide, el hoy Museo de la Ciudad de México y la Iglesia del Pocito con su planta oval tan particular.

El sur de Italia es como otro país si se compara con el norte rico e industrial, desde la ciudad de Nápoles, con su caos característico y lleno de inmigrantes árabes, carga una historia añeja, de mezclas culturales y huellas en sus monumentos de pasados gloriosos. Y si uno se aventura a llegar a Sicilia, la intensidad aumenta, con múltiples ruinas de una antigüedad grecorromana, monasterios medievales transformados en universidades como el de los Benedictinos en Catania, pero, sobre todo, ciudades reconstruidas después de terremotos, como es precisamente Noto, a 32 kilómetros al norte de Siracusa, otro gran enclave de esa región cultural. El sismo de 1693 destruyo por completo la ciudad, y con un ímpetu sobresaliente, muy cerca del antiguo asentamiento, se reconstruyo la ciudad durante el siglo XVIII, dejando a la posteridad gran cantidad de templos y edificios, de un barroco exuberante y por demás dinámico, en sus fachadas cóncavas y convexas, plantas elípticas, extraordinariamente bien conservadas hasta nuestros días, con ese sello tan particular, por el uso de una piedra local, de origen calcario y de color blanco rosado. Desde la Catedral, con esa gran escalinata monumental, flanqueada por dos torres y una cúpula recién reconstruida, hasta los templos de San Carlos y Montevergini de fachadas cóncavas, o el sobresaliente templo de Santo Domingo con su portada convexa, ménsulas invertidas y frontones rotos. No se diga los interiores, que, desde las plantas ovales, decoraciones en yeso y pinturas de gran calidad, complementan una experiencia única.

Una invitación a explorar, para los que puedan escaparse a esas tierras cálidas, de descubrir una Italia distinta a la que solemos identificar, por ciudades como Roma y muchas otras del norte del país, y donde pequeños pueblos pueden ofrecer una lección extraordinaria, de los mejores ejemplos de la arquitectura barroca a nivel mundial. 







*Arquitecto, profesor investigador de la UAM Xochimilco y editor de El Trazo Semanal.

Imágenes del autor.

 

Septiembre de 2023