*Alejandro Ochoa Vega
Hace un año que cerrábamos
el 2019, aunque ya escuchábamos sobre el nuevo coronavirus desde la lejana
China y su inevitable expansión mundial, pocos vislumbrábamos como impactaría
en nuestra vida cotidiana. Incluso diría que los primeros dos meses del año,
nuestras rutinas fueron las de siempre, salir, ir al trabajo, ver amigos y
familia, dar o asistir a clases, visitar museos, tomar el metro o cualquier
transporte público, ir al cine, al teatro o a conciertos, ir a bibliotecas o
archivos, es decir, hacíamos nuestra “vida normal”. En marzo y abril tuvimos el primer “shock” o
impacto, al obligarnos a permanecer en casa, todos los que podíamos hacerlo,
porque desgraciadamente muchos no tenían de otra, más que salir por el pan de
cada día. La ciudad se vació, los noticieros y redes se llenaron de
conmovedoras escenas de cantantes o instrumentistas, ofreciendo conciertos espontáneos
desde balcones o calles desiertas.
El enfático ¡quédate en
casa! se convirtió en el lema con tal resonancia que nos sigue acompañando
hasta nuestros días. Pero aún en esa primera mitad del año, aspirábamos a que
el encierro aminorara los contagios y pudiéramos regresar poco a poco a la vida
de antes. No ha sido así, desde junio estamos en la “nueva normalidad” que ha
significado la apertura de ciertos negocios y lugares de entretenimiento, en
aras de ayudar a la economía y la conservación de muchas fuentes de empleo. Y
con todo y que se implementaron protocolos de seguridad sanitaria, el resultado
es que buena parte de la población se confió y casi regreso a cotidianidad
anterior, por lo que ahora pasamos por rebrotes, semáforos rojos y alertas. Un
panorama negro, que por lo menos en la Ciudad de México, implicará
probablemente el colapso de hospitales al inicio del 2021, ¡ojala no!
¿Qué hemos hecho mal?,
¿Quiénes son los culpables de que ya haya más de cien mil muertos?, seguro que
las autoridades tienen una responsabilidad significativa, pero creo que el peso
mayor, es de toda la gente que si tiene las condiciones para permanecer en
casa, pero igual ha salido en los puentes de vacaciones, y ahora para Navidad
se vuelca a los centros urbanos y comerciales, para hacer las compras de fin de
año, como si estuviéramos en 2019, como si no pasara nada. Y hasta se anima a
hacer posadas y fiestas, ir a bares y antros, sin cubrir las medidas mínimas de
usar cubre bocas, gel antibacterial y una sana distancia, en la total
inconsciencia.
No obstante esta situación
extrema, me parece vale la pena rescatar lo positivo de la experiencia límite
en la que estamos todos. Múltiples eventos, gran parte de ellos gratuitos, como
festivales de cine, ferias de libro, conferencias, mesas redondas, conciertos,
exposiciones y obras de teatro han pasado a través de plataformas digitales,
con una oferta que te permite acceder no solo a los de cada localidad o del
país, sino de cualquier parte del mundo. Y no se diga series y películas, algunas
de gran calidad, que aunque ya eran tendencia pre pandemia, en los últimos
meses aumentaron su audiencia considerablemente. En la vida académica, en
particular la universitaria que es la que conozco más, ha sido un reto
importante, que aún con dificultades, creo tanto a docentes como a estudiantes
ha sido una oportunidad de nuevos aprendizajes, tecnologías didácticas y
posibilidades de comunicación. Sin dejar de reconocer que nunca va a ser lo
mismo que lo presencial. Sin embargo, en lo particular que suelo hacer
recorridos urbanos por distintas partes de la ciudad, como el Centro Histórico,
Coyoacán, las colonias Santa María la Ribera, Hipódromo Condesa o Roma, los
implemente de manera virtual con algunas ventajas. De manera presencial, que es
lo ideal para apreciar directamente el espacio, a veces no se puede acceder a
los interiores de todos los edificios, sin embargo, virtualmente en varios si
es posible, se pueden hacer acercamientos para ver detalles, o vistas
panorámicas con distintos ángulos, lo cual amplia la apreciación a una escala
más urbana.
Y no puedo dejar de
reconocer, que muchos estudiantes han estado en situaciones muy difíciles, por
contagiarse ellos mismos o algún pariente cercano, y a pesar de eso han hecho
un esfuerzo por mantenerse y cumplir sus tareas académicas. Desgraciadamente algunos
si han desertado y colegas trabajadores de nuestra universidad, han sucumbido
ante el virus.
Hemos tenido que transformar nuestras moradas en oficinas, salones de clase o gimnasios, además de las funciones intrínsecas, con la necesidad en muchos casos dependiendo de los integrantes de cada familia, de compartir espacios y equipos de cómputo, lo cual ha significado retos muy complejos. La convivencia familiar que antes era a ratos, en ciertas horas del día, ahora es permanente y no fácil de sortear, aunque en algunos casos, ha podido fortalecer lazos afectivos. Al final un cambio drástico en nuestra vida cotidiana, que parece no cambiara mucho en 2021, con todo y la esperanza de las vacunas. Un desafío para la humanidad, que desearía nos permitiera valorar lo que somos, y no regresar, tal cual, a la normalidad pre 2020.
Como editor de El Trazo Semanal, y en nombre de mis
coeditores, les deseamos sinceramente a nuestros lectores lo mejor para este
cierre de año, y que el 2021 nos depare salud y éxitos para todos.
*Profesor Investigador de la
UAM Xochimilco
Diciembre 2020.
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