El pasado octubre, como cada año de ese mes, la Ciudad de México se llena de múltiples eventos relacionados con el diseño, la Design Week es uno de ellos, y entre sus actividades se montó en el Museo de Arte Moderno la exposición, Cuba, la singularidad del diseño, la cual concluye el próximo 8 de marzo, conmemorando también los 500 años de la fundación de La Habana. Sobre ella comparto algunas reflexiones.
Curada por Jimena Acosta e Inbal Miller, la exposición se divide en los siguientes tópicos: la educación, la identidad nacional, la tradición y la vanguardia, la década de los setenta entre la influencia escandinava y el arte Pop; el entretenimiento y el diseño para el bienestar social. En ellos, los diseños arquitectónicos, gráficos e industriales, muestran las líneas de trabajo desarrolladas en la isla caribeña, a partir del triunfo de la Revolución en enero de 1959. Muebles de Clara Porset o Gonzalo Córdoba, carteles de Felix Beltrán, o arquitectura como las famosas escuelas de arte, de Ricardo Porro, Vottorio Garatti y Roberto Gottardi, son parte de la muestra. De estas últimas, se exhibe un excelente documental, “Unfinish spaces” de Alysa Nahimias y Benjamín Murray de 2011, donde se entrevistan a los autores, al historiador y crítico de arquitectura latinoamericana ya fallecido, Roberto Segre, y a otros personajes vinculados al accidentado e inconcluso proyecto. Nos detendremos en él por su singularidad y compleja historia.
Es sorprendente descubrir que el proyecto surgió cuando Fidel Castro y Ernesto Che Guevara, jugaban golf en el Country Club de La Habana en 1961, y se imaginaron que en medio de esos grandes y hermosos jardines, que solo gozaban unos cuantos antes de la Revolución, pudieran formarse los artistas de la Cuba socialista. Y así fue, no con pocos accidentes y dificultades en el tiempo. Después de integrar el equipo de Porro, Garatti y Gottardi como principales proyectistas, estudiaron el sitio y definieron los programas arquitectónicos de las cinco escuelas, artes plásticas, teatro, danza contemporánea, música y ballet. Entre las dificultades por la carencia de materiales de construcción, ante el bloqueo impuesto por Estados Unidos, y el interés de los arquitectos por integrarse al entorno, los proyectos se definieron a través del uso del ladrillo y con bóvedas catalanas, lo que les dio un carácter orgánico y amigable al sitio, muy lejos de los modelos soviéticos de referencia industrial, aplicados en otros grandes proyectos, de esa nueva Cuba en ciernes. Tal contraste les acarreo las primeras críticas, además de implicar un costo considerable, que parecía tenía que dirigirse a proyectos de mayor “prioridad”. De tal suerte, solo tres de las escuelas pudieron avanzar en su construcción para su uso, aún sin concluirse, y las otras de plano se abandonaron, sucumbiendo ante la naturaleza que las invadió, quedando como ruinas de un proyecto fallido.
El documental da cuenta como Roberto Segre, desde su propia voz y la de los arquitectos proyectistas, fue tan crítico de las escuelas, por no adherirse al diseño racionalista soviético, e implicar aparentemente un diseño elitista y burgués. “No entendió nada…” dice Porro sobre las críticas de Segre, quien años después, ya fuera de Cuba, renegó de sus propias posiciones dogmáticas de aquella época; circunstancias complejas y comprometedoras para cualquier crítico de arquitectura. Las escuelas de arte pudieron renacer en diversos momentos, ya sea porque el mismo Fidel Castro reconsidero retomarlas, al leer un libro realizado por un estudioso extranjero de arquitectura, que se asombró al visitarlas, lo cual también permitió el apoyo internacional. Así, las escuelas pudieron casi concluirse, modificando parcialmente los proyectos originales, lo cual molesto mucho a Porro con todo y que celebrara que estuvieran vivas. Sin embargo, tristemente por huracanes o crisis económicas, las escuelas esperan concluir algún día su construcción, y vale mucho más, que a pesar de eso, estén funcionando y generando tantos artistas cubanos de relevancia mundial. Una arquitectura singular, en un momento de efervescencia por una utopía social y cultural, que bien merece ser una realidad.
Enero de 2020.
Enero de 2020.
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