¿Rampas vs. escaleras? Por Dulce Ma. García Lizárraga

Es común encontrar en publicaciones de arquitectura reseñas que describen o ponderan las escaleras; también es abundante la bibliografía sobre historia, diseño y construcción de escaleras. En cambio, la información de rampas solamente la encontramos en manuales de accesibilidad, incluso tratándose de obras en las que la rampa es un elemento que predomina, no se menciona su ventaja de permitir el acceso a un mayor número de personas.

A partir de la exposición Réquiem per L´Escala, realizada en Barcelona entre 2001 y 2002, se ha suscitado una polémica; para el inspirador y director de la exposición y catálogo: Oscar Tusquets, “fue un alegato a favor de la belleza y utilidad de este invento fabuloso, que a lo largo de la historia habría dejado muestra de algunas de las mejores aplicaciones técnicas y artísticas de esta disciplina… Pero cambios recientes han condenado a la escalera: la popularización del ascensor, la rigidez de las normas contra incendios y la proliferación de rampas como solución alternativa, la han convertido en un espacio en vías de extinción”.

Por otra parte, algunos defensores de la accesibilidad han manifestado los grandes problemas que las escaleras suponen en nuestros días para la integración de personas con problemas ambulatorios. La escalera ha sido algo así como nuestra bestia negra, el equivalente –con más o menos mérito artístico- de un “reservado el derecho de admisión” que colgara en los accesos de cualquier edificio o medio de transporte, dejando a una parte de nosotros fuera de su disfrute.[1]

Cito dos autores que ponen en evidencia los problemas de la escalera:
Silvia Coriat menciona que “Las escaleras no son solamente hostiles desde un punto de vista funcional. Son fuente de problemas afectivos y conflictos familiares. Las escaleras se convierten en un cartel que dice: No se permiten discapacitados”.[2] Por su parte, Jan Gehl expone con sencillez que son preferibles las rampas en vez de las escaleras, que permiten que la gente maniobre más fácilmente con los cochecitos de niño y las sillas de ruedas, y concluye: “Si es necesario hacer subir o bajar a los peatones, se deberán usar las rampas, no las escaleras”.[3]

Y aunque existen situaciones en las que se prohíbe utilizar escaleras por prescripción médica, debo admitir que a nuestro alrededor abundan rampas, también conocidas como t-rampas, que además de ser protagónicas pueden resultar más peligrosas que las propias escaleras debido a una pendiente excesiva, pavimento resbaloso, falta de bordillos laterales o pasamanos, etcétera.

Otro aspecto a considerar es el espacio que requiere una rampa para su desarrollo, por lo que éstas deben estar concebidas desde la fase inicial del proyecto ya que una rampa requiere cinco veces más de longitud que una escalera.

En cualquiera de los dos casos, la seguridad es muy importante, y algo que por lo general se descuida es la altura libre de paso debajo de éstas, por lo que se tiene que señalizar y colocar algún elemento de protección. IMAGEN 2
Es indudable que la escalera no ha muerto, ni ha pasado su gran momento. No tiene que ser el todo o nada la rampa contra la escalera; en la arquitectura contemporánea seguimos encontrando magníficos ejemplos en la que rampa o escalera apuestan a ser elemento principal de circulación vertical; también podemos encontrar excelentes ejemplos de la combinación de las dos, o la presencia en igualdad de condiciones de estos dos elementos.

Noviembre, 2009


[1] Fernando A. López, “La escalera ha muerto ¿viva la escalera? “, en Minusval, IMSERSO, Madrid, marzo de 2004.
[2]Silvia Coriat, Lo urbano y lo humano. Hábitat y discapacidad, Universidad de Palermo, Madrid, 2003.
[3] Jan Gehl, La humanización del Espacio Urbano, Reverté, Barcelona, 2006.

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