El Segundo Encuentro
de Investigación y Crítica de la Arquitectura en México que se llevó a cabo el
pasado 3 y 4 de octubre, nos mostró algunas perspectivas de lo que sucede en
las otras realidades de la República Mexicana. La importancia de voltear la
mirada es más que necesario si queremos enriquecer las visiones que tenemos de la
arquitectura en un país tan diverso como lo es México, para eso rescataré tres supuestos
que permean en la práctica contemporánea, todos enfocados a la arquitectura
como una práctica social.
La primera es la
arquitectura como detonante del cambio social, la llamada “arquitectura
participativa”. La arquitectura en su praxis, e incluso, como es abordada en el
sistema educativo de la UAM, es una profesión colaborativa. Al tratar de
definir su impacto, este puede ser tan puntual como lo puede ser la construcción
de una casa en alguna colonia pobre de Saltillo, Coahuila, o el
reacondicionamiento de algún edificio de oficinas, y su dependencia (o
independencia) pasa por lo económico, lo social, lo cultural, aspectos que
reflejan la fragilidad con la que esta se desarrolla nuestra profesión.
La segunda es la
arquitectura de ensambles o, de partes, como extensión de las
prácticas sociales cotidianas, con el caso de Ensenada, Baja California. Como
asentamiento urbano, se encuentra cerca de la frontera donde permea el estilo
de vida estadounidense, y las propias dinámicas productivas económicas de la
frontera. En una zona inmersa en el consumo, es una práctica tan cotidiana que
se refleja en hasta en las mismas construcciones de la ciudad y de los pueblos cercanos;
ante el dilema contradictorio del capitalismo donde no hay consumo responsable,
lo mejor que pudieron hacer los habitantes de la región fue consumir inevitablemente
lo que ya se ha consumido; “Segundear es un estilo de vida”, comentaba
la Dra. Aurora García, aquí la arquitectura se arma de retazos, de desechos, de
lo que ya no tiene razón en el consumo. Sin duda, una práctica que tendría que
plantearse en otras latitudes.
Y la tercera, la
arquitectura de consumo de formas utópicas, mismas que no existen en este
país y que de alguna manera llegan a reproducirse. Aquí la letanía que nos
repite el posmodernismo es que ya no hay utopías; necesitamos ir a un mundo más
sustentable o no habrá más mundo. Los tiempos han cambiado, no podemos seguir
arrojándonos a los brazos de esas ilusiones de ese mundo que nunca fue, imagen
de la modernidad con la que muchos arquitectos siguen embelesados.
El balance de la
arquitectura contemporánea en México muestra que, aunque pareciese que vivimos contexto
distintos compartimos las mismas problemáticas: un equilibro sumamente frágil
en lo social, en lo ambiental, en lo económico, e incluso en lo político; las
dinámicas sociales han cambiado tanto en los últimos 25 años que actualmente
vivimos una “cuarta” transformación política, eso es algo que a muchos
arquitectos que les cuesta reconocer actualmente, y es que ya no es posible
ejercer su profesión de autónoma. La arquitectura por sí misma no es suficiente
para responder a las necesidades que actualmente tenemos, pero a diferencia de
otras profesiones la arquitectura puede defenderse a sí misma con buena
arquitectura: transformando la realidad, combinando elementos ya existentes para
crear nuevos significados.
Noviembre de 2019.
Noviembre de 2019.
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