Los
arquitectos reunidos en este libro tienen una manera singular de definir y
redefinir los espacios, porque cada uno ha impuesto un estilo único al lenguaje
arquitectónico mexicano. El libro surge de entrevistas hechas a lo largo de los
años, a estos cinco arquitectos fundamentales para nuestra tierra. Pretende ser
un homenaje a los creadores de muros, casas, edificios públicos y privados,
una constancia de la nobleza de las casas de nuestro país, porque si algo une a
los cinco -además de su devoción al arte- es el amor a México, a sus
materiales, a sus paisajes, a sus necesidades físicas y emocionales. Los cinco
son pilares de nuestra arquitectura y su influencia marcará el futuro de
novicias y novicios que entregaron su vida a techos, dinteles y escaleras.
Para
Luis Barragán, la casa cotidiana resultó tan sagrada como la ermita en la que entramos
a rezar. Teodoro González de León es “el poeta del concreto”. La obra de Andrés
Casillas transmite su amor por la libertad. A Diego Villaseñor, los pescadores mexicanos
le dieron sentido a su obra: el de su humildad, el apego al mar, al agua, a la palmera.
Y hasta llegar al más joven, dinámico, atrevido y realista, Francisco Martin del
Campo, a quien no lo amedrentan los rascacielos al poniente de la Ciudad de México.
Una selección de creadores
de distintas generaciones, escalas y búsquedas donde a través de preguntas,
comentarios y hasta bromas, la autora logra rescatar afirmaciones y conceptos
que explican intenciones y características de sus propias obras. La palabra del
arquitecto como esencia de un discurso, que lejos del lugar común de decir que
los arquitectos hablan con sus trazos y obras, permite entender aún más, desde
las ideas, conceptos que definen los proyectos arquitectónicos. Entre algunas
de las afirmaciones que sorprenden, destacaría en primera instancia esta de
Barragán:
A
la arquitectura de los grandes conjuntos le falta imaginación; los arquitectos levantan
cajones o jaulas. A mi si me hubiera interesado muchísimo hacer grandes conjuntos
de residencias o caseríos de interés social, sin embargo nunca me buscaron, nunca
tuve suerte en ese sentido; no solo me interesan las plazas y los jardines, también
me interesa encontrar una solución más humana, más en proporción con el hombre
para no enjaularlo, disminuirlo, neurotizarlo.
Y cierra el capítulo sobre
este gran arquitecto la autora, pintándolo de cuerpo entero:
Dentro
de la inmaculada blancura barraganesca del recogimiento, se levanta una sensualidad
afilada y diabólica, una mezcla de refinamiento y de misticismo, de perversión
y de pureza que son la esencia misma de Barragán, ese hombre torturado que
podía tomarse por un santo, un camello que atraviesa el desierto, un monje profano,
un actor del Siglo de Oro, un judío errante, un sheikh de Arabia, bello, alto, inquietante,
como el más recóndito, el más perverso príncipe de las tinieblas.
En cuanto a Teodoro González
de León, arquitecto ya formado en las ideas del Movimiento Moderno del siglo
XX, Poniatowska rescata anécdotas de su formación en San Carlos, con maestros
como Mario Pani o José Villagrán, de su participación significativa en el Plan
de Conjunto de Ciudad Universitaria y de la beca obtenida, al concluir sus
estudios, para irse a París a trabajar con Le Corbusier. Se destacan sus
intereses diversos, el gusto por la lectura, el arte, los museos y los viajes,
además del cuidado por su alimentación y el ejercicio, que le permitió llegar a
los 90 años, activo y con gran energía.
Con Andrés Casillas, Elena
inicia declarándole su amor, admiración y cariño, desde múltiples
conversaciones donde México, la familia y la arquitectura han sido temas
recurrentes. Después ella calla, y el arquitecto inicia un monologo apasionante
donde da cuenta de una vida azarosa con múltiples viajes, por Europa y otros
lugares exóticos de oriente, de su formación como arquitecto tanto en la
escuela de arquitectura de Guadalajara, fundada por Ignacio Díaz Morales, como
en la Nacional de la UNAM. De su trabajo en diversos despachos de arquitectos,
en México y en el extranjero, y sobre todo de su relación con Luis Barragán
quien era amigo de su mamá y que desde los 8 años tuvo en él un apoyo y
referencia significativo, incluso firmando los dos algunos proyectos. Y se
cierra el capítulo de manera elocuente, afirmando:
A
lo largo de mi vida he construido nueve casas para mí (en Guadalajara,
Cuernavaca y la Ciudad de México); en todas he intentado saber cuál sería mi
morada, esa a la que quieres llegar después de un largo día, la que te cobije -no
al arquitecto sino a Andrés Casillas-, donde pueda yo conversar con los amigos,
leer, escuchar música, compartir una copa, reír y llorar. Todas han sido mi
laboratorio a cuestas. Como un caracol que carga con su casita, he ensayado en
ellas la luz y la penumbra, los jardines y las proporciones exactas para
cocinar, descansar o darse un buen baño.
A Diego Villaseñor Elena le
pregunta:
¿Qué
jardín eres tú y cuál es tu herencia?, y él le contesta:
Cuando
yo le entro a la costa, ¿de quién voy a aprender? De los pescadores, de los pueblitos
pequeños, de Mexcaltitlan, de Guadalajara y de cómo vive toda la gente en la
costa del Pacifico, que es diferente a la del Atlántico, aunque tiene
similitudes.
Arquitecto ligado a la
naturaleza, al mar, a las vistas espectaculares, a los materiales del lugar, a
las tradiciones que tanto enseñan. Discípulo de Candela y Esquerra, pero sobre
todo de Luis Barragán y Chucho Reyes, con quienes fuera de cátedras, convivió y
compartió sabrosas conversaciones y que tanto le dejaron. Apenado que le
publicaran un libro con sus obras, “tan ostentoso” según sus palabras, pero a
la vez orgulloso, porque gracias a él se demuestra… que a pesar de no tener
maestrías en Harvard ni nada de eso, y provenir solo de la UNAM, puede hacer
una obra valiosa.
El último arquitecto del
libro, el más joven, Elena arfima:
Las
ideas de Francisco Martín del Campo nunca se remontan al pasado, siempre van hacia
el futuro. Sus edificios son el non plus ultra de la modernidad. Como el mismo
lo asienta: “Tomas lo bueno, lo transformas, lo evolucionas y haces algo actual
porque vivimos en este siglo y tenemos que aprovechar todo lo que sucede, toda
la tecnología que avanza, los nuevos materiales, tenemos una oportunidad
fantástica hoy día para hacer lo que nos dé la gana porque lo que se te ocurra
lo puedes hacer y antes no se podía
Al final, con este recuento
de lo dicho por estos cinco arquitectos mexicanos del siglo XX y lo que va del
XXI, Elena Poniatowska se acerca con naturalidad y frescura, como todo lo que
ella hace, para dejarnos un libro, no de arquitectura, sino de personas, que
desde la poesía o el más claro pragmatismo, han dejado una huella, en el
paisaje cultural construido contemporáneo.
Septiembre de 2019.
Septiembre de 2019.
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