Breve introducción a la ruralidad incomoda. Por Juan Eduardo Bárcena Barrios

¿Cómo se incorpora la ruralidad a la ciudad actual? La película Interestelar (2014), de Christopher Nolan, nos presentaba por medio de la caricaturización de la cultura, un mundo de mediados del siglo XXI de frente al aparente fin de la humanidad, propiciado por la indiferencia en combatir una creciente problemática ambiental. Ante este panorama, en el mundo (o por lo menos en Estados Unidos) se ha tomado la política de reservar los estudios de educación superior a una élite intelectual, mientras que el resto de la población dedicará su vida a la agricultura, en un intento desesperado por generar recursos comestibles, cosa manifestada explícitamente en el diálogo: “ahora mismo no necesitamos más ingenieros. No nos hemos quedado sin TV ni aviones, nos hemos quedado sin comida. El mundo necesita granjeros”. Así mismo, en este mundo no hay suficientes elementos para intuir cómo funciona la economía, puesto que los únicos escenarios que no se localizan fuera de la atmósfera terrestre son la granja en la que vive la familia de nuestro protagonista y la base secreta de la NASA, en medio de una zona de cultivo. Ante esto, se supondría que la mencionada élite intelectual ha ocupado las ciudades, mientras que el resto de la humanidad regresó a las bases de la civilización, retomando un modelo de economía con base en las actividades primarias.

Latinoamérica, en toda su vastedad, comparte como problemática la dolorosa y enrevesada coexistencia entre ruralidad y la gradual metropolización de los asentamientos urbanos. El gran flujo migratorio desde las zonas rurales a las ciudades ha dado por resultado un violento y desarticulado crecimiento de estas últimas, creando un contraste sin igual entre los que llegaron antes, los que llegaron después y los que llegaron con recursos. Consecuentemente, la mancha urbana de las ciudades, siempre en constante expansión, ha asimilado territorios en donde las dinámicas de poblamiento se daban en relación con las economías locales, siguiendo un orden desde los usos y costumbres, transformando, mediante la implementación de una legislación urbana con miras a la modernización, pueblos y barrios en colonias contiguas a la ciudad. Sin embargo, estos hechos no son algo que se dé desde hace poco. En varias ciudades latinoamericanas, dicho fenómeno empezó a principios del siglo XX, cuando empezara a erigirse la urbanización y la libertad de mercado como símbolo del progreso, de la mano con la mejora de oportunidades desde la actividad industrial, la cual generó ciudad mediante la incorporación de colonias para la clase popular obrera. A la par, en las zonas rurales había poca certidumbre respecto al papel que desempeñaban los pobladores originarios y antiguos poseedores de las zonas de cultivo, siendo orillados a incorporarse al mercado mediante el peonaje y su posterior endeudamiento en las famosas tiendas de raya, el cual se transmitía a manera de herencia a sus descendientes. Esta situación sería una de las fuerzas motoras del movimiento armado de revolución, en el México de 1910.

Atendiendo esto, también es posible entender parte de la problemática actual en la frontera norte. En el año 1942, ante la falta de mano de obra en el campo como consecuencia de la segunda guerra mundial, Estados Unidos implementó el programa Bracero. De esta manera, la potencia en consolidación permitió la entrada de trabajadores y agricultores a su país para su incorporación al sector primario, dando por resultado la movilización de más de 4 millones de personas, extendiéndose el fenómeno migratorio no solo a México, sino también a otros países del centro y sur del continente. Finalizado el programa en 1964, hasta la fecha no se ha podido detener el flujo migratorio, ahora con más problemáticas añadidas que las que estaban presentes en aquel entonces.

Irremediablemente, desde todas las disciplinas resulta compleja la labor de actuar en pro de todas las partes involucradas. A esto se le suma un amplio abanico de fenómenos urbanos, en donde los poblados alejados de las ciudades se convierten en pueblos conurbados, para pasar a ser suburbios (o periferia) y de esta forma caer en la irregularidad al concretarse su incorporación a la metrópoli. Así pues, la segregación poblacional, de la mano con la versatilidad y resilencia por parte de los habitantes, han dado pie a una frágil coexistencia, donde la dignificación del hábitat resulta un lujo incosteable y carente de significado para la mayor parte de pobladores. Correspondería generar un hábitat propicio, donde en vez de buscar generar un cambio social o económico se vea por la consolidación de una cultura local.

No es necesario contemplar un panorama apocalíptico como el del éxito taquillero de Nolan, corriendo el riesgo de relegar un contexto real a los terrenos del maniqueísmo y la exageración de la ciencia ficción. Por el contrario, la trascendencia de temas de esta naturaleza deberían ocupar un lugar más prioritario en la agenda política, y no negarse como parte de una complejidad cultural que sobrepasa las búsquedas de utopías basadas en los avances tecnológicos. Por esta misma percepción de los hechos el actual modelo de ciudad resulta insostenible, encontrando uno de sus puntos más dramáticos en cuanto a la incorporación de los distintos modos de habitar la metrópoli contemporánea, caótica y fragmentada. Hay que mirar la realidad con los ojos de quien la padece, no de quien la diagnostica, o la cotiza.

Junio de 2019.




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