53 días y 53 noches. Por Jaell Durán Herrera

Jaell Durán Herrera

Lunes 25 de marzo de las 10:00 am y hasta las 14:00 hrs
Gracias a los amigos, arrieros del camino andado: Marisa Ysunza, a Fernando Martín, a Isaac López, a Edgar Serralde y a José Orozco.

Escribo con la esperanza de volver a la universidad, mientras discurre una huelga en tiempos de Mr. Robot y la Casa de papel. Mucho de lo que se leerá aquí lo constituyen una serie de ideas compartidas por mis más cercanos y preocupados amigos. Porque las posturas académicas y políticas se construyen en el bastión de lo colectivo.

Para entrar en contexto, las dos series, Mr. Robot y La casa de papel, tienen en común el género de los preocupados outsiders por los históricos atropellos del sistema y las corporaciones, los personajes emprenden un combate al estilo de Robin Hood, pero con los medios digitales como herramienta. En un caso para derrumbar a las malignas corporaciones y en otro para, convencer a la mayoría de que ladrón no es quién asalta a la institución bancaria, sino todo lo contrario. Ahora ocurre con nuestra huelga, que es un hecho sin precedentes. En la WWW (World Web Wide) se saben y muestran los intersticios más oscuros de la condición humana. La red tiene una condición paradójica, en tiempo real presenciamos las mesas de negociación entre la universidad y el sindicato, pero también ha suscitado confrontaciones polarizadas en las que si no estas a favor te colocan la etiqueta de la contra.

Esta experiencia me ha regalado algunos aprendizajes: tenemos una idea romántica sobre la defensa de los derechos de las sociedades más vulnerables; las leyes para la defensa de los derechos de los trabajadores y la huelga ya no son un camino, y necesitamos encontrar otros; que lo que sucede en un pequeño pedazo de país sucede al interior de la universidad; y finalmente que estamos perdiendo el derecho a defender nuestros ideales, aquellos que dejamos el 1 de febrero, con el recuerdo de nuestros estudiantes y nuestros proyectos de investigación.

Caminé durante 53 días al estilo de las derivas situacionistas, entre el mundo virtual y en el territorio de la Ciudad, y tuve 53 noches para no poder llorar, aún cuando cortaba una cebolla, por los días en los que no pise el aula. Así que de acuerdo con Francesco Careri, cuando aparentemente se pierde el tiempo caminando, se gana espacio. Me pregunto ¿qué ganamos? o ¿qué estamos perdiendo?¿las piezas de cuántos ánimos rotos tendremos que reunir al regreso? A caminar para comprender el miedo frente a la transformación que sucede al país a la universidad, a la “no toda” comunidad académica que no ha sido escuchada.

Esta cita de Careri lo ejemplifica:

En América Latina, andar significa enfrentarse a muchos miedos: miedo a la ciudad, miedo al espacio público, miedo a infligir las normas, miedo a apropiarse del espacio, miedo a ultrapasar unas barreras que a menudo son inexistentes, miedo a los demás ciudadanos percibidos casi siempre como enemigos potenciales (…)

Caminata por la orilla de Tenochtitlan. El derecho a la batalla en la que queremos luchar.

Con un suspiro Marisa me narró su sentir: uno debería tener derecho a elegir en qué batallas quiere luchar. En el marco de una votación con 150 votos en contra y 157 a favor, la huelga estalla con los dos emplazamientos que todos conocemos. No se cuestiona la necesidad de un aumento sino el monto del porcentaje en el contexto de las reducciones salariales, la forma en cómo se vota para estallar la huelga, que funciona a partir del voto de delegados que representan a 15 trabajadores, y los cuales muchas veces son una figura desconocida en nuestros departamentos. Así sucede con el antiguo islote de Tenochtitlán, sabemos que estuvo ahí pero casi nadie lo ha transitado antes. Tras siete horas de caminata y 22.8 km. de recorrido a pie. Guiados por el urbanista Feike de Jong logramos esta titánica e interesante empresa: conocer los límites del islote en donde se libraron aquellas cruentas batallas por la conquista de este territorio que hoy habitamos y que a la distancia es un paisaje transformado, pero que aún conserva pautas de jerarquía y orden urbano de aquellos tiempos. Y también aquellas batallas que de acuerdo con los cronistas e historiadores se dieron entre dos grupos polarizados: uno en el centro de la jerarquía y el otro en la periferia. Así se desarrolló la Ciudad, y el orden es el mismo hoy. Como sociedad sometida a las constantes crisis, no hemos sido capaces de comprender, que dos categorías no son suficientes para definirnos. Que la lucha de los pobres contra los favorecidos no es una lectura cercana a la naturaleza, la de la condición humana y la de los comportamientos de los sistemas biológicos, pero así construimos nuestras arquitecturas y no planeamos nuestras ciudades. La inercia de esta polarizada y maniquea  perspectiva desaparece las diferencias, el derecho a elegir en dónde queremos vivir, qué merecemos y cuáles son las batallas que queremos luchar. En el tránsito por la orilla del lago, uno encuentra situaciones surrealistas, de apropiación y habitar cotidiano, que narran la necesidad de elegir, por ejemplo bañistas en alberca sobre la banqueta en la colonia Guerrero, una carne asada en  otra banqueta de la Peralvillo y los zapatos colgados en los cables de luz, que a decir de nuestro querido Juan Villoro son la parábola de que “como en las calles ya no hay salida, los últimos pasos deben darse en las alturas”. Eso es nuestra universidad.

 
  Caminata por la orilla del islote de Tenochtitlan, colonia Guerrero, fotografía de Jaell Durán

Caminata en el Caracol de lago de Texcoco. De visita a los intersticios más oscuros de la condición humana.

La periferia es, de acuerdo con los situacionistas, el subconsciente de las ciudades. Nos guste o no están ahí para recordarnos la condición de pensamiento polarizado que predomina en el mundo material, con la Ciudad y con la sociedad, con el otro. Las redes sociales, como Twitter, Facebook e Instagram mostraron, en el marco de la huelga, que los reproches, las expresiones de frustración, los memes y la guerra mediática son la salida inmediata de aquella oscura condición que nos caracteriza como Homo diferenciado de los primates, por su cualidad de colectivizar y consensuar con el otro. A 53 días de huelga, compartimos con artistas, urbanistas, periodistas y amigos, una caminata hacia uno de los lugares olvidados por la urbanización y hoy, en disputa por la conocida historia sobre el fallido aeropuerto: El Caracol. No es casual que en este lugar haya coincidencias con nuestra experiencia de huelga, andar por él es transitar el inconsciente colectivo de la Ciudad, el de un estéril territorio con historia sobre la lucha de derechos de los trabajadores. Para ponerlos en contexto la sosa Texcoco fue un enorme evaporador solar que se podía contemplar desde las alturas, en forma de caracol, y que perteneció a la empresa estatal Sosa Texcoco. En este espejo de agua en forma de espiral se deshidrataba el agua salada del lago del cual se obtenía bicarbonato de sodio, sosa cáustica y alga espirulina, la historia de estos elementos es otro tema.

En 1999 y tras 6 años de huelga, se reconoce que los trabajadores de la Sosa Texcoco tienen razón. Uno de los movimientos obreros más combativos quedó reducido a la firma de un convenio y el cierre definitivo de la empresa. El patrón recurrió a todos los medios económicos, legales y políticos para terminar la relación laboral y evadir la sentencia, a través de amparos. El desenlace fue el pago del 60 por ciento de salarios caídos, prestaciones y liquidaciones. Es comprensible que después de 2 mil 200 días en condiciones de resistencia subhumana, el uso de aquellos recursos hayan servido para pagar deudas adquiridas. El terreno es hoy en día un codiciado predio de la zona de Ecatepec.

Así con estas nociones visitamos el Caracol, fue una experiencia fronteriza, en donde somos inmigrantes en nuestra propia Ciudad. El paisaje, que Feike describe como la luna más cercana, es la metáfora de la árida preocupación social que el Estado ha tenido siempre. Se entra por un hueco que en la malla ciclónica anticípa la prohibición. Transitamos un camino con huellas de ruedas de vehículos, franqueado por montañas de lodo seco y blanquecino, desechos de construcciones, sin vegetación. Ruta desolada y estéril. Unos minutos después en una casa construida de retitus, un centinela confirma que no se permite el paso al nigredo urbano. Acto seguido aparece a toda velocidad, tras un velo de tensión de polvo, una camioneta con el cofre coronado por unos cuernos para embestirnos. Los tripulantes nos advierten de un arribo importante: “La Licenciada” y sus acompañantes están armados. Con rijosa amabilidad nos piden que abandonemos “la luna”, a pesar de nuestras muestras de interés académico y la solicitud de llegar al caracol; y nunca, dan información de la condición del predio: no es ni propiedad federal y no se sabe quién es el dueño. Acostumbrados a enfrentar la hostilidad con eufemismos chilangos, les decimos: gracias. Las expediciones a lugares convulsos producen experiencias de desconcierto y en México suelen ser de naturaleza surrealista. José pregunta: ¿Por qué damos las gracias? ¿es este el lugar que defendemos como lago para no construir el aeropuerto?.

Concluyo que la gente que nos escoltó son los predecesores de aquellos comuneros de Atenco que en el periodo de Vicente Fox fueron agredidos con la idea de desarrollo que prometía el neoliberalismo, y también recuerdo que Elena Poniatowska escribió: “No den las gracias” por que la tierra para vivir es un derecho, y con la tristeza de que ese #YOPREFIEROELAGO era éste lugar sobre el que caminamos y en el que quedan la disputa del terreno, las clásicas tolvaneras que preocuparon a los españoles en el siglo XVII y el mensaje subyacente del gobierno: !Señores, esta es la habitabilidad que está a la altura de su condición! !Estas ruinas que ven son el desinterés social del Estado!

De acuerdo con estas reflexiones peripatéticas, la visión de conjunto y el acercamiento a las microhistorias urbanas, son importantes porque como en los sueños significan y son puentes que conectan nuestro sentir con la realidad: la primera idea importante para la reflexión es la de que la codicia conduce a la pérdida, y pienso en nuestra universidad; la segunda es que los académicos que no estamos a favor del SITUAM, ni de la administración de la UAM somos extranjeros en nuestra universidad, por ello es importancia de respetar las posturas diversas frente a un leviatán como la huelga, tenemos derecho a querer levantarla, tenemos derecho a las reuniones en parques; y la tercera es que en un contexto político en donde solo caben dos etiquetas, es importante replantear ¿qué es la defensa de derechos humanos? ¿qué tan necesarias son la educación y la cultura para comprender estas nociones en tiempos de resentimientos? 

Algo que sí queda claro es que sólo puede comenzar con la universidad abierta.

 Caminata en el Caracol, Ecatepec, fotografía de Jaell Durán
  
Departamento de Síntesis Creativa

Marzo de 2019.

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