Gracias a los amigos, arrieros del camino andado:
Marisa Ysunza, a Fernando Martín, a Isaac López, a Edgar Serralde y a José
Orozco.
Escribo con la esperanza de volver a la universidad, mientras discurre una huelga en tiempos de Mr. Robot y la Casa de papel. Mucho de lo que se leerá aquí lo constituyen una serie de ideas compartidas por mis más cercanos y preocupados amigos. Porque las posturas académicas y políticas se construyen en el bastión de lo colectivo.
Para entrar en contexto, las dos series, Mr.
Robot y La casa de papel, tienen en común el género de los preocupados outsiders
por los históricos atropellos del sistema y las corporaciones, los
personajes emprenden un combate al estilo de Robin Hood, pero con los medios
digitales como herramienta. En un caso para derrumbar a las malignas
corporaciones y en otro para, convencer a la mayoría de que ladrón no es quién
asalta a la institución bancaria, sino todo lo contrario. Ahora ocurre con
nuestra huelga, que es un hecho sin precedentes. En la WWW (World Web Wide) se
saben y muestran los intersticios más oscuros de la condición humana. La red
tiene una condición paradójica, en tiempo real presenciamos las mesas de
negociación entre la universidad y el sindicato, pero también ha suscitado
confrontaciones polarizadas en las que si no estas a favor te colocan la
etiqueta de la contra.
Esta experiencia me ha regalado algunos
aprendizajes: tenemos una idea romántica sobre la defensa de los derechos de
las sociedades más vulnerables; las leyes para la defensa de los derechos de
los trabajadores y la huelga ya no son un camino, y necesitamos encontrar
otros; que lo que sucede en un pequeño pedazo de país sucede al interior de la
universidad; y finalmente que estamos perdiendo el derecho a defender nuestros
ideales, aquellos que dejamos el 1 de febrero, con el recuerdo de nuestros
estudiantes y nuestros proyectos de investigación.
Caminé durante 53 días al estilo de las derivas
situacionistas, entre el mundo virtual y en el territorio de la Ciudad, y tuve
53 noches para no poder llorar, aún cuando cortaba una cebolla, por los días en
los que no pise el aula. Así que de acuerdo con Francesco Careri, cuando
aparentemente se pierde el tiempo caminando, se gana espacio. Me pregunto ¿qué
ganamos? o ¿qué estamos perdiendo?¿las piezas de cuántos ánimos rotos tendremos
que reunir al regreso? A caminar para comprender el miedo frente a la
transformación que sucede al país a la universidad, a la “no toda” comunidad
académica que no ha sido escuchada.
Esta cita de Careri lo ejemplifica:
En América
Latina, andar significa enfrentarse a muchos miedos: miedo a la ciudad, miedo al espacio público, miedo a
infligir las normas, miedo a apropiarse
del espacio, miedo a ultrapasar unas barreras que a menudo son inexistentes, miedo a
los demás ciudadanos percibidos casi siempre como
enemigos potenciales (…)
Caminata por la orilla de Tenochtitlan. El derecho
a la batalla en la que queremos luchar.
Con un suspiro Marisa me narró su
sentir: uno debería tener derecho a elegir en qué batallas quiere luchar. En el
marco de una votación con 150 votos en contra y 157 a favor, la huelga estalla
con los dos emplazamientos que todos conocemos. No se cuestiona la necesidad de
un aumento sino el monto del porcentaje en el contexto de las reducciones
salariales, la forma en cómo se vota para estallar la huelga, que funciona a
partir del voto de delegados que representan a 15 trabajadores, y los cuales
muchas veces son una figura desconocida en nuestros departamentos. Así sucede
con el antiguo islote de Tenochtitlán, sabemos que estuvo ahí pero casi nadie
lo ha transitado antes. Tras siete horas de caminata y 22.8 km. de recorrido a
pie. Guiados por el urbanista Feike de Jong logramos esta titánica e
interesante empresa: conocer los límites del islote en donde se libraron
aquellas cruentas batallas por la conquista de este territorio que hoy
habitamos y que a la distancia es un paisaje transformado, pero que aún
conserva pautas de jerarquía y orden urbano de aquellos tiempos. Y también
aquellas batallas que de acuerdo con los cronistas e historiadores se dieron
entre dos grupos polarizados: uno en el centro de la jerarquía y el otro en la
periferia. Así se desarrolló la Ciudad, y el orden es el mismo hoy. Como sociedad
sometida a las constantes crisis, no hemos sido capaces de comprender, que dos
categorías no son suficientes para definirnos. Que la lucha de los pobres
contra los favorecidos no es una lectura cercana a la naturaleza, la de la
condición humana y la de los comportamientos de los sistemas biológicos, pero
así construimos nuestras arquitecturas y no planeamos nuestras ciudades. La
inercia de esta polarizada y maniquea
perspectiva desaparece las diferencias, el derecho a elegir en dónde
queremos vivir, qué merecemos y cuáles son las batallas que queremos luchar. En
el tránsito por la orilla del lago, uno encuentra situaciones surrealistas, de
apropiación y habitar cotidiano, que narran la necesidad de elegir, por ejemplo
bañistas en alberca sobre la banqueta en la colonia Guerrero, una carne asada
en otra banqueta de la Peralvillo y los
zapatos colgados en los cables de luz, que a decir de nuestro querido Juan
Villoro son la parábola de que “como en las calles ya no hay salida, los
últimos pasos deben darse en las alturas”. Eso es nuestra universidad.
Caminata por la orilla del islote de Tenochtitlan,
colonia Guerrero, fotografía de Jaell Durán
Caminata en el Caracol de lago de Texcoco. De
visita a los intersticios más oscuros de la condición humana.
La periferia es, de acuerdo con los situacionistas,
el subconsciente de las ciudades. Nos guste o no están ahí para recordarnos la
condición de pensamiento polarizado que predomina en el mundo material, con la
Ciudad y con la sociedad, con el otro. Las redes sociales, como Twitter,
Facebook e Instagram mostraron, en el marco de la huelga, que los reproches,
las expresiones de frustración, los memes y la guerra mediática son la salida
inmediata de aquella oscura condición que nos caracteriza como Homo
diferenciado de los primates, por su cualidad de colectivizar y consensuar con
el otro. A 53 días de huelga, compartimos con artistas, urbanistas, periodistas
y amigos, una caminata hacia uno de los lugares olvidados por la urbanización y
hoy, en disputa por la conocida historia sobre el fallido aeropuerto: El Caracol.
No es casual que en este lugar haya coincidencias con nuestra experiencia de
huelga, andar por él es transitar el inconsciente colectivo de la Ciudad, el de
un estéril territorio con historia sobre la lucha de derechos de los
trabajadores. Para ponerlos en contexto la sosa Texcoco fue un enorme
evaporador solar que se podía contemplar desde las alturas, en forma de
caracol, y que perteneció a la empresa estatal Sosa Texcoco. En este espejo de
agua en forma de espiral se deshidrataba el agua salada del lago del cual se
obtenía bicarbonato de sodio, sosa cáustica y alga espirulina, la historia de
estos elementos es otro tema.
En 1999 y tras 6 años de huelga, se reconoce que
los trabajadores de la Sosa Texcoco tienen razón. Uno de los movimientos obreros
más combativos quedó reducido a la firma de un convenio y el cierre definitivo
de la empresa. El patrón recurrió a todos los medios económicos, legales y
políticos para terminar la relación laboral y evadir la sentencia, a través de
amparos. El desenlace fue el pago del 60 por ciento de salarios caídos,
prestaciones y liquidaciones. Es comprensible que después de 2 mil 200 días en
condiciones de resistencia subhumana, el uso de aquellos recursos hayan servido
para pagar deudas adquiridas. El terreno es hoy en día un codiciado predio de
la zona de Ecatepec.
Así con estas nociones visitamos el Caracol, fue
una experiencia fronteriza, en donde somos inmigrantes en nuestra propia
Ciudad. El paisaje, que Feike describe como la luna más cercana, es la metáfora
de la árida preocupación social que el Estado ha tenido siempre. Se entra por
un hueco que en la malla ciclónica anticípa la prohibición. Transitamos un
camino con huellas de ruedas de vehículos, franqueado por montañas de lodo seco
y blanquecino, desechos de construcciones, sin vegetación. Ruta desolada y
estéril. Unos minutos después en una casa construida de retitus, un centinela
confirma que no se permite el paso al nigredo urbano. Acto seguido
aparece a toda velocidad, tras un velo de tensión de polvo, una camioneta con
el cofre coronado por unos cuernos para embestirnos. Los tripulantes nos
advierten de un arribo importante: “La Licenciada” y sus acompañantes están
armados. Con rijosa amabilidad nos piden que abandonemos “la luna”, a pesar de
nuestras muestras de interés académico y la solicitud de llegar al caracol; y
nunca, dan información de la condición del predio: no es ni propiedad federal y
no se sabe quién es el dueño. Acostumbrados a enfrentar la hostilidad con
eufemismos chilangos, les decimos: gracias. Las expediciones a lugares
convulsos producen experiencias de desconcierto y en México suelen ser de
naturaleza surrealista. José pregunta: ¿Por qué damos las gracias? ¿es este el
lugar que defendemos como lago para no construir el aeropuerto?.
Concluyo que la gente que nos escoltó son los
predecesores de aquellos comuneros de Atenco que en el periodo de Vicente Fox
fueron agredidos con la idea de desarrollo que prometía el neoliberalismo, y
también recuerdo que Elena Poniatowska escribió: “No den las gracias” por que
la tierra para vivir es un derecho, y con la tristeza de que ese
#YOPREFIEROELAGO era éste lugar sobre el que caminamos y en el que quedan la
disputa del terreno, las clásicas tolvaneras que preocuparon a los españoles en
el siglo XVII y el mensaje subyacente del gobierno: !Señores, esta es la
habitabilidad que está a la altura de su condición! !Estas ruinas que ven son
el desinterés social del Estado!
De acuerdo con estas reflexiones peripatéticas, la
visión de conjunto y el acercamiento a las microhistorias urbanas, son
importantes porque como en los sueños significan y son puentes que conectan
nuestro sentir con la realidad: la primera idea importante para la reflexión es
la de que la codicia conduce a la pérdida, y pienso en nuestra universidad; la
segunda es que los académicos que no estamos a favor del SITUAM, ni de la
administración de la UAM somos extranjeros en nuestra universidad, por ello es
importancia de respetar las posturas diversas frente a un leviatán como la huelga,
tenemos derecho a querer levantarla, tenemos derecho a las reuniones en
parques; y la tercera es que en un contexto político en donde solo caben dos
etiquetas, es importante replantear ¿qué es la defensa de derechos humanos?
¿qué tan necesarias son la educación y la cultura para comprender estas
nociones en tiempos de resentimientos?
Caminata en el Caracol, Ecatepec, fotografía de Jaell Durán
Departamento de Síntesis Creativa
Marzo de 2019.
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