Reflexiones sobre el movimiento estudiantil de 1968. Por José Ángel Campos Salgado


Se han cumplido 50 años de la masacre del 2 de octubre en la plaza de Tlatelolco. Se dice fácil, pero es toda una vida para muchos de los que participamos de aquellos acontecimientos. El sentido de una conmemoración como esta es reflexionar sobre lo sucedido y recuperar algunos de los hechos más significativos pues si existe una tarea para la construcción de la historia es la lucha por atrapar a la memoria, una divinidad evasiva que trata de dejarnos sin su aroma para evitar el dolor que producen las tragedias percibidas. Y como escribió Walter Benjamin “la imagen verdadera del pasado pasa velozmente […] la imagen verdadera del pasado es una imagen que amenaza con desaparecer con todo presente que no se reconozca aludido en ella”.

Se han escrito muchos textos sobre el caso, unos como reseñas, otros como investigación, otros más como remembranzas y algunos como proyectos a partir de lo vivido. Sus autores son participantes del movimiento, periodistas, estudiosos de las ciencias sociales, novelistas, artistas y poetas impactados por la tragedia, sin embargo, no recuerdo o desconozco trabajos realizados por arquitectos. Esto refleja una característica que ya antes he referido: los arquitectos no tenemos una formación política ni tampoco literaria y puede estar en ello la explicación de los escasos textos que se han escrito sobre los hechos vividos al interior de la entonces Escuela Nacional de Arquitectura de la UNAM.

Teniendo en cuenta estos antecedentes asumo el riesgo de exponer algunas experiencias propias para que los lectores de estas líneas tengan un punto de partida que les permita conocer un poco más sobre lo sucedido dentro de la comunidad estudiantil de arquitectura de la Ciudad Universitaria. En el año de 1967 paulatinamente se fue formando un pequeño grupo que buscaba organizar algunos eventos para apoyar los cambios que se demandaban en la escuela. Estos cambios se iniciaron en 1966 con modificaciones al plan de estudios que resultaron en la creación de algunas materias, para que los estudiantes reflexionaran sobre las condiciones del ejercicio profesional frente a la situación general del país en aquellos tiempos. Curiosamente estas materias se llamaron “México I, II y III”.

Para inicios del año siguiente, en febrero de 1968 se imprime el primer número de una “revista estudiantil” que se llamó “a ejes”. En realidad, una hoja de 35 por 48 centímetros, impresa por las dos caras y doblada en cuatro partes. El editorial de este número 00 dice: “… un tipo de pseudo estudiante, desconfiado y conformista; cambios de clase, de grupos, de compañeros, varias veces al día, inestabilidad. […] Incomunicación, desconfianza. Ese ha sido nuestro error, ¡corrijámoslo! […] El primer paso que debemos de dar es comunicar nuestras ideas, tratar de que se comprendan, conocer nuestros problemas comunes […]. Los siguientes números se publicaron en marzo, abril, mayo y julio y en este ya se escribió sobre los acontecimientos de mayo del 68 en París. Finalmente, el 15 de agosto se publica un último número especial pues ya se había producido la violación de la autonomía universitaria por el ejército. Este número retoma lo publicado por la prensa extranjera; las olimpiadas están en puerta y el movimiento estudiantil se acelera para culminar con la matanza en Tlatelolco que pretendió acabar de raíz con esa movilización.

Quienes integrábamos el comité editorial no teníamos una formación política. Éramos hasta cierto punto ingenuos. Hijos de familia de clase media que solamente deseábamos una mejor formación como arquitectos. El movimiento nos arrastró y nos obligó a abrir los ojos. Otra era nuestra ciudad, otro nuestro país y otras nuestras autoridades y ahí estuvimos, en un activismo desconocido pero motivador de nuestra combatividad. La escuela de arquitectura se organizó, tuvimos asambleas y nombramos representantes de alumnos y profesores en el Consejo Nacional de Huelga y cuando, luego de la masacre, el CNH acordó volver a clases, la de arquitectura fue la última en regresar, con la condición, acordada con las autoridades del plantel, de organizar un congreso de reforma del plan de estudios cuyos resultados fueron minimizados posteriormente.

Hoy, después de 50 años podemos afirmar que la participación en el movimiento estudiantil no fue en vano. Nos ejercitamos en la exposición de nuestras ideas, en la organización de grupos de trabajo, en la reflexión colectiva, en el estudio de las condiciones del país, en el conocimiento de la pedagogía y la didáctica y en el análisis de los contenidos de los planes de estudios que se necesitaban cambiar, si queríamos responder a la realidad que estábamos viviendo. Es decir, ganamos en la toma de conciencia, en la capacidad de acción y en la formación política. El resultado fue la creación de un movimiento al interior de la escuela que surgió para materializar estas propuestas: “el autogobierno”. Nacido en abril de 1972, cuatro años después de los trágicos acontecimientos de las olimpiadas y uno luego del “halconazo”, logró un nuevo y revolucionario plan de estudios, aprobado oficialmente en 1976.

Para terminar estas reflexiones debo reseñar que, en 1975, ya habiendo puesto en práctica nuevas formas de enseñanza de la arquitectura en el autogobierno, fuimos invitados a exponer nuestras experiencias en la UAM Xochimilco, donde se estaba elaborando el plan de estudios que debería corresponder con los principios del sistema modular, base pedagógica de esta unidad. El encuentro fue muy enriquecedor para ambas partes, pues las coincidencias fueron muchas más que las diferencias y hoy, cincuenta años después, seguimos sosteniendo estos principios, aunque por supuesto, es necesaria una revisión de muchos de los puntos que entonces se elaboraron para responder a una realidad que, como es evidente, ha cambiado y urge transformar.

Octubre de 2018.





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