Se han cumplido 50 años de
la masacre del 2 de octubre en la plaza de Tlatelolco. Se dice fácil, pero es
toda una vida para muchos de los que participamos de aquellos acontecimientos.
El sentido de una conmemoración como esta es reflexionar sobre lo sucedido y
recuperar algunos de los hechos más significativos pues si existe una tarea
para la construcción de la historia es la lucha por atrapar a la memoria, una
divinidad evasiva que trata de dejarnos sin su aroma para evitar el dolor que
producen las tragedias percibidas. Y como escribió Walter Benjamin “la imagen
verdadera del pasado pasa velozmente […] la imagen verdadera del pasado es una
imagen que amenaza con desaparecer con todo presente que no se reconozca
aludido en ella”.
Se han escrito muchos textos
sobre el caso, unos como reseñas, otros como investigación, otros más como
remembranzas y algunos como proyectos a partir de lo vivido. Sus autores son
participantes del movimiento, periodistas, estudiosos de las ciencias sociales,
novelistas, artistas y poetas impactados por la tragedia, sin embargo, no
recuerdo o desconozco trabajos realizados por arquitectos. Esto refleja una
característica que ya antes he referido: los arquitectos no tenemos una
formación política ni tampoco literaria y puede estar en ello la explicación de
los escasos textos que se han escrito sobre los hechos vividos al interior de
la entonces Escuela Nacional de Arquitectura de la UNAM.
Teniendo en cuenta estos
antecedentes asumo el riesgo de exponer algunas experiencias propias para que
los lectores de estas líneas tengan un punto de partida que les permita conocer
un poco más sobre lo sucedido dentro de la comunidad estudiantil de
arquitectura de la Ciudad Universitaria. En el año de 1967 paulatinamente se
fue formando un pequeño grupo que buscaba organizar algunos eventos para apoyar
los cambios que se demandaban en la escuela. Estos cambios se iniciaron en 1966
con modificaciones al plan de estudios que resultaron en la creación de algunas
materias, para que los estudiantes reflexionaran sobre las condiciones del
ejercicio profesional frente a la situación general del país en aquellos
tiempos. Curiosamente estas materias se llamaron “México I, II y III”.
Para inicios del año
siguiente, en febrero de 1968 se imprime el primer número de una “revista
estudiantil” que se llamó “a ejes”. En realidad, una hoja de 35 por 48
centímetros, impresa por las dos caras y doblada en cuatro partes. El editorial
de este número 00 dice: “… un tipo de pseudo estudiante, desconfiado y
conformista; cambios de clase, de grupos, de compañeros, varias veces al día,
inestabilidad. […] Incomunicación, desconfianza. Ese ha sido nuestro error,
¡corrijámoslo! […] El primer paso que debemos de dar es comunicar nuestras
ideas, tratar de que se comprendan, conocer nuestros problemas comunes […]. Los
siguientes números se publicaron en marzo, abril, mayo y julio y en este ya se
escribió sobre los acontecimientos de mayo del 68 en París. Finalmente, el 15
de agosto se publica un último número especial pues ya se había producido la
violación de la autonomía universitaria por el ejército. Este número retoma lo
publicado por la prensa extranjera; las olimpiadas están en puerta y el
movimiento estudiantil se acelera para culminar con la matanza en Tlatelolco
que pretendió acabar de raíz con esa movilización.
Quienes integrábamos el
comité editorial no teníamos una formación política. Éramos hasta cierto punto
ingenuos. Hijos de familia de clase media que solamente deseábamos una mejor
formación como arquitectos. El movimiento nos arrastró y nos obligó a abrir los
ojos. Otra era nuestra ciudad, otro nuestro país y otras nuestras autoridades y
ahí estuvimos, en un activismo desconocido pero motivador de nuestra
combatividad. La escuela de arquitectura se organizó, tuvimos asambleas y
nombramos representantes de alumnos y profesores en el Consejo Nacional de
Huelga y cuando, luego de la masacre, el CNH acordó volver a clases, la de
arquitectura fue la última en regresar, con la condición, acordada con las
autoridades del plantel, de organizar un congreso de reforma del plan de
estudios cuyos resultados fueron minimizados posteriormente.
Hoy, después de 50 años
podemos afirmar que la participación en el movimiento estudiantil no fue en
vano. Nos ejercitamos en la exposición de nuestras ideas, en la organización de
grupos de trabajo, en la reflexión colectiva, en el estudio de las condiciones
del país, en el conocimiento de la pedagogía y la didáctica y en el análisis de
los contenidos de los planes de estudios que se necesitaban cambiar, si
queríamos responder a la realidad que estábamos viviendo. Es decir, ganamos en
la toma de conciencia, en la capacidad de acción y en la formación política. El
resultado fue la creación de un movimiento al interior de la escuela que surgió
para materializar estas propuestas: “el autogobierno”. Nacido en abril de 1972,
cuatro años después de los trágicos acontecimientos de las olimpiadas y uno
luego del “halconazo”, logró un nuevo
y revolucionario plan de estudios, aprobado oficialmente en 1976.
Para terminar estas
reflexiones debo reseñar que, en 1975, ya habiendo puesto en práctica nuevas
formas de enseñanza de la arquitectura en el autogobierno, fuimos invitados a
exponer nuestras experiencias en la UAM Xochimilco, donde se estaba elaborando
el plan de estudios que debería corresponder con los principios del sistema
modular, base pedagógica de esta unidad. El encuentro fue muy enriquecedor para
ambas partes, pues las coincidencias fueron muchas más que las diferencias y
hoy, cincuenta años después, seguimos sosteniendo estos principios, aunque por
supuesto, es necesaria una revisión de muchos de los puntos que entonces se
elaboraron para responder a una realidad que, como es evidente, ha cambiado y
urge transformar.
Octubre de 2018.
Octubre de 2018.
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