Los dilemas filosóficos y éticos de la diversidad sexual. Por Pedro H. Moreno Salazar


Desde luego que el título de este escrito es muy pretencioso, pero resume más o menos bien mis preocupaciones actualizadas sobre esta constante-a lo largo de la toda la vida-por decidir o elegir desde la condición gay sobre muchos ámbitos de la existencia y la eventual realización como ser humano con ideas, juicios y prejuicios acerca del bien o el mal, o lo justo e injusto. (Eco y Martini, 2004)

Decidir implica siempre cierto grado de autonomía y libertad que depende de esa condición gay (como punto de partida no como “alternativa del deseo”: Alison, 2011) pero también, entre otros elementos, del contexto cultural en que crecimos y nos constituimos como individuos. Este contexto cultural incluye la impronta del pensamiento y las distintas teodiceas de los credos religiosos que en el caso de México tiene su hegemonía en la tradición judeo-cristiana.

Desde esta perspectiva, en su versión canónica, se privilegia más  que el desear,  el deber ser sobre el ámbito de la sexualidad que ahora nos interesa resaltar. Así, se concibe ésta como el pecado más general y mortal,  y a la homosexualidad como el más perverso (Mendoza-Alvarez,  2011).  Ante esta idea pecaminosa de la sexualidad y la homosexualidad aunque la razón se rebele y piense en alternativas para decidir sobre cómo ejerzo mi orientación sexual, un cristiano o católico gay tradicional se someterá a una doctrina precaria en el mejor de los casos, o un repertorio de instrucciones morales anacrónicas que lo nulifican en relación a una parte imprescindible para su desarrollo como ser humano.

La concepción pecaminosa de la homosexualidad tiene poco asidero en la biblia sobre todo en el Nuevo Testamento y en su apologética mayor que son los Diez Mandamientos. Ninguno de ellos norma la sexualidad pero tampoco a la homosexualidad. Veamos el primero de ellos: Amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo. Llama la atención que se habla de amor en general sin distinguir si se trata de amor erótico, filial o fraternal. Nos hemos estado refiriendo sólo a la homosexualidad que es una parte de la diversidad sexual, de la llamada configuración minorítaria del deseo en oposición a la mayoritaria heterosexual. (Allison, 2011) Pero, lo dicho hasta ahora en estas líneas podría extenderse a todo el “mapa-mundi” de configuraciones.

En cambio qué podríamos encontrar no de justificación sino de amor al ser humano en los textos sagrados y en las enseñanzas de las iglesias sobre esta verdad basada en las configuraciones del deseo para continuar formando parte no necesariamente de la institución-iglesia sino  de la comunidad cristiana. Por ejemplo, la encíclica papal Caritas in Veritate de Benedicto XVI postula (Alison, 2011): “Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad (subrayado nuestro) y,  aceptando esta verdad se hace libre (cf. Jn 8, 32). Por tanto, defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad”. Hay entonces una tensión filosófico ética entre amor y verdad pues si no se construye sobre vasos comunicantes entre estas dos entidades surgen rupturas, dislocaciones y alejamientos que nos conducen a individualismos excluyentes. En efecto,  como ocurre con todo el abanico de exclusiones de mujeres y hombres pobres y migrantes, indígenas, desempleados, lesbianas, homosexuales, transexuales, trasvestidos, transgéneros,  trabajadores sexuales, etc. Muchas de las veces estas exclusiones se practican por familiares, amigos y personas en la misma condición que los excluidos. 

A mayor abundamiento, esta afirmación sólo puede darse en un contexto mundial que incorpora nuevos pares conceptuales en tensión, a saber: democracia-autoritarismo, igualdad-desigualdad, inclusión-discriminación, competencia-solidaridad, comunidad-individualismo, y pecado-gracia entre otros. Todo esto ha conducido a su vez a regresiones fundamentalistas pero también a movimientos reivindicatorios en pro de los derechos humanos en general y específicamente por  las concepciones acerca de la diversidad sexual,  del matrimonio y la familia a la luz de una relectura de la palabra de Jesús de Nazaret con base en la idea de igualdad entre todos los seres humanos.

Como afirma la teóloga Vázquez  Arreola, 2011:
El amor a un hombre o a una mujer no pasa por los prejuicios establecidos por los seres humanos; el amor hoy se experimenta y se vive en todas sus dimensiones y con todos los riesgos que hacerlo conlleva. Por ello vivir contraculturalmente tiene un  costo o un precio que hay que pagar.

La reacción de ciertos sectores de la jerarquía católica y de  políticos conservadores ha sido virulenta y ha desatado  una guerra en todos los frentes. Haciendo evidente una vez más la enorme influencia que ejercen sobre el poder civil, incluidos las negativas para reconocer el matrimonio civil entre personas del mismo sexo en las entidades federativas que no han actualizado la norma respectiva aún en contra de la jurisprudencia de la Suprema Corte de Justicia y violentando el Artículo Primero de la Constitución. Y es aquí donde dos mundos se tocan el sagrado y el laico; paradójicamente, un detonante o fulcro (Allison, 2011)  de la liberación gay católica provino del segundo al hacer prevalecer valores y derechos democráticos y la obediencia a la ley o racionalidad legal (Eco y Martini, 1996)

En palabras de la teóloga Vázquez Arreola, 2011:
Participar en el proceso de justicia por el que hemos transitado en la Ciudad de México para la reforma del Código Civil y del Código de Procedimientos Civiles en el Distrito Federal para el reconocimiento del matrimonio entre personas del mismo sexo, ha sido para mí la más divina (sic) experiencia de amor por mis semejantes que he vivido a partir del ejemplo del ´Cristo´ de la Cruz y de la Resurección en el corazón de nuestras vidas.

Umberto Eco en el  libro de Eco y Martini (2004: pp.20 y 21), “¿En qué creen los que no creen?”, nos ofrece una reflexión acerca del posible punto de contacto entre los mundos laico y sagrado:
Sólo si se cuenta con un sentido de la dirección de la historia (incluso para quien no cree en la parusía) se pueden amar las realidades terrenas y creer-con caridad-que exista todavía lugar para la Esperanza.
¿Existe una noción de esperanza (y de propia responsabilidad en relación al mañana) que pueda ser común a creyentes y a no creyentes? ¿En qué puede basarse todavía? ¿Qué función crítica puede adoptar una reflexión sobre el fin que no implique desinterés por el futuro, sino juicio constante a los errores del pasado?

En fin, los integrantes de la diversidad sexual, sean creyentes o no creyentes, tenemos referentes éticos de distinta índole y alcance que nos pueden orientar para realizarnos plenamente.

Referencias
Allison, J., (2011) “La cuestión gay” en Conspiratio, año 11,  número 11, mayo-junio 2011, Jus. CDMX.
Mendoza-Alvarez, C., (2011) “La gracia de Cristo y la condición homosexual” en Conspiratio, año 11, número 11, mayo-junio 2011, Jus. CDMX.
Eco, U., (2004) “La obsesión laica por un nuevo Apocalipsis” en Eco, U., y C. M. Martini, (2004) “¿En qué creen los que no creen? Ediciones Temas de Hoy, S.A., España.

EXTENDERME SOBRE LAS IMPLICACIONES DE ESTA CONCEPCIÓN RESPECTO DE LA EXISTENCIA, LA EXPERIENCIA Y EL LUGAR DE LA HOMOSEXUALIDAD….

Junio de 2018

Fuente: https://i2.wp.com/soyhomosensual.com/wp-content/uploads/2018/01/Orgullo-Gay.jpg?fit=3872%2C2592&ssl=1

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