Desde luego que el título de
este escrito es muy pretencioso, pero resume más o menos bien mis preocupaciones
actualizadas sobre esta constante-a lo largo de la toda la vida-por decidir o
elegir desde la condición gay sobre muchos ámbitos de la existencia y la eventual
realización como ser humano con ideas, juicios y prejuicios acerca del bien o
el mal, o lo justo e injusto. (Eco y Martini, 2004)
Decidir implica siempre
cierto grado de autonomía y libertad que depende de esa condición gay (como
punto de partida no como “alternativa del deseo”: Alison, 2011) pero también,
entre otros elementos, del contexto cultural en que crecimos y nos constituimos
como individuos. Este contexto cultural incluye la impronta del pensamiento y las
distintas teodiceas de los credos religiosos que en el caso de México tiene su
hegemonía en la tradición judeo-cristiana.
Desde esta perspectiva, en
su versión canónica, se privilegia más
que el desear, el deber ser sobre
el ámbito de la sexualidad que ahora nos interesa resaltar. Así, se concibe
ésta como el pecado más general y mortal, y a la homosexualidad como el más perverso
(Mendoza-Alvarez, 2011). Ante esta idea pecaminosa de la sexualidad y
la homosexualidad aunque la razón se rebele y piense en alternativas para
decidir sobre cómo ejerzo mi orientación sexual, un cristiano o católico gay
tradicional se someterá a una doctrina precaria en el mejor de los casos, o un
repertorio de instrucciones morales anacrónicas que lo nulifican en relación a
una parte imprescindible para su desarrollo como ser humano.
La concepción pecaminosa de
la homosexualidad tiene poco asidero en la biblia sobre todo en el Nuevo
Testamento y en su apologética mayor que son los Diez Mandamientos. Ninguno de
ellos norma la sexualidad pero tampoco a la homosexualidad. Veamos el primero
de ellos: Amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo.
Llama la atención que se habla de amor en general sin distinguir si se trata de
amor erótico, filial o fraternal. Nos hemos estado refiriendo sólo a la
homosexualidad que es una parte de la diversidad sexual, de la llamada configuración
minorítaria del deseo en oposición a la mayoritaria heterosexual. (Allison,
2011) Pero, lo dicho hasta ahora en estas líneas podría extenderse a todo el
“mapa-mundi” de configuraciones.
En cambio qué podríamos
encontrar no de justificación sino de amor al ser humano en los textos sagrados
y en las enseñanzas de las iglesias sobre esta verdad basada en las
configuraciones del deseo para continuar formando parte no necesariamente de la
institución-iglesia sino de la comunidad
cristiana. Por ejemplo, la encíclica papal Caritas
in Veritate de Benedicto XVI postula (Alison, 2011): “Cada uno encuentra su
propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo
plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad (subrayado
nuestro) y, aceptando esta verdad se
hace libre (cf. Jn 8, 32). Por tanto, defender la verdad, proponerla con
humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles
de caridad”. Hay entonces una tensión filosófico ética entre amor y verdad pues
si no se construye sobre vasos comunicantes entre estas dos entidades surgen
rupturas, dislocaciones y alejamientos que nos conducen a individualismos excluyentes.
En efecto, como ocurre con todo el
abanico de exclusiones de mujeres y hombres pobres y migrantes, indígenas,
desempleados, lesbianas, homosexuales, transexuales, trasvestidos,
transgéneros, trabajadores sexuales,
etc. Muchas de las veces estas exclusiones se practican por familiares, amigos
y personas en la misma condición que los excluidos.
A mayor abundamiento, esta
afirmación sólo puede darse en un contexto mundial que incorpora nuevos pares
conceptuales en tensión, a saber: democracia-autoritarismo,
igualdad-desigualdad, inclusión-discriminación, competencia-solidaridad,
comunidad-individualismo, y pecado-gracia entre otros. Todo esto ha conducido a
su vez a regresiones fundamentalistas pero también a movimientos reivindicatorios
en pro de los derechos humanos en general y específicamente por las concepciones acerca de la diversidad
sexual, del matrimonio y la familia a la
luz de una relectura de la palabra de Jesús de Nazaret con base en la idea de
igualdad entre todos los seres humanos.
Como afirma la teóloga
Vázquez Arreola, 2011:
El amor a un hombre o a una
mujer no pasa por los prejuicios establecidos por los seres humanos; el amor
hoy se experimenta y se vive en todas sus dimensiones y con todos los riesgos
que hacerlo conlleva. Por ello vivir contraculturalmente tiene un costo o un precio que hay que pagar.
La reacción de ciertos
sectores de la jerarquía católica y de
políticos conservadores ha sido virulenta y ha desatado una guerra en todos los frentes. Haciendo
evidente una vez más la enorme influencia que ejercen sobre el poder civil,
incluidos las negativas para reconocer el matrimonio civil entre personas del
mismo sexo en las entidades federativas que no han actualizado la norma
respectiva aún en contra de la jurisprudencia de la Suprema Corte de Justicia y
violentando el Artículo Primero de la Constitución. Y es aquí donde dos mundos
se tocan el sagrado y el laico; paradójicamente, un detonante o fulcro
(Allison, 2011) de la liberación gay
católica provino del segundo al hacer prevalecer valores y derechos
democráticos y la obediencia a la ley o racionalidad legal (Eco y Martini,
1996)
En palabras de la teóloga
Vázquez Arreola, 2011:
Participar en el proceso de
justicia por el que hemos transitado en la Ciudad de México para la reforma del
Código Civil y del Código de
Procedimientos Civiles en el Distrito Federal para el reconocimiento del
matrimonio entre personas del mismo sexo, ha sido para mí la más divina (sic)
experiencia de amor por mis semejantes que he vivido a partir del ejemplo del
´Cristo´ de la Cruz y de la Resurección en el corazón de nuestras vidas.
Umberto Eco en el libro de Eco y Martini (2004: pp.20 y 21), “¿En
qué creen los que no creen?”, nos ofrece una reflexión acerca del posible punto
de contacto entre los mundos laico y sagrado:
Sólo si se cuenta con un
sentido de la dirección de la historia (incluso para quien no cree en la
parusía) se pueden amar las realidades terrenas y creer-con caridad-que exista
todavía lugar para la Esperanza.
¿Existe una noción de
esperanza (y de propia responsabilidad en relación al mañana) que pueda ser
común a creyentes y a no creyentes? ¿En qué puede basarse todavía? ¿Qué función
crítica puede adoptar una reflexión sobre el fin que no implique desinterés por
el futuro, sino juicio constante a los errores del pasado?
En fin, los integrantes de
la diversidad sexual, sean creyentes o no creyentes, tenemos referentes éticos
de distinta índole y alcance que nos pueden orientar para realizarnos
plenamente.
Referencias
Allison,
J., (2011) “La cuestión gay” en Conspiratio, año 11, número 11, mayo-junio 2011, Jus. CDMX.
Mendoza-Alvarez,
C., (2011) “La gracia de Cristo y la condición homosexual” en Conspiratio, año
11, número 11, mayo-junio 2011, Jus. CDMX.
Eco,
U., (2004) “La obsesión laica por un nuevo Apocalipsis” en Eco, U., y C. M.
Martini, (2004) “¿En qué creen los que no creen? Ediciones Temas de Hoy, S.A., España.
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