México
es el único país con un escudo de armas que retrata una acto de feroz
gastronomía, dice Villoro en el libro México from the inside out. Desde el
punto de vista simbólico la batalla librada por
los animales del escudo representa una lucha entre lo celeste y lo telúrico. El
águila como una criatura que surca los cielos y el anfibio que nada y se
arrastra en la tierra. Hace tres semanas
la tierra sacudió a las bestias y ahora la serpiente devora al águila. Un país
con una bandera como ésta no puede dejar de ser apasionado, ni enfrentar las
trágicas sorpresas con pasividad.
A
pocas semanas del sismo y aún con las emociones exaltadas, los mexicanos
intentamos colocar cada cosa derribada en su lugar. Tenemos un defecto:
olvidamos rápidamente lo que alguna vez nos hizo cambiar con violencia, como
esta sacudida. Sufrimos de memoria a corto plazo. Pero nuestro islote y la condición
telúrica en la que se localiza nos recuerdan con cierta periodicidad que nada
es eterno y que la altivez puede ser derribada al compas de los 7.1 grados.
Quienes
tuvimos el desventura de presenciar y la fortuna de sobrevivir a dos
terremotos, sabemos que las emociones desbordadas tienen un ciclo: los
escombros se levantan, la ayuda se rebosa y la solidaridad después se olvida.
Deseo que en este siglo no suceda así.
Si
hay un recuerdo favorito en mi memoria es el de que ya en 1985, cuando el
Estado era incapaz de responder a las emergencias, los habitantes de la ciudad
se volcaron para ayudar a las víctimas y poner orden en las calles diezmadas.
La improvisación de rescates y abrazos a desconocidos ha mostrado lo qué
significa funcionar como población anarquista. Cuando la fuerza falta y el
polvo cubre el cuerpo, aparecen las señoras con un plato de sopa en las manos,
las expresiones de gratitud y las sonrisas, hasta ahora nada me había propiciado
una emoción más intensa que estas muestras de solidaridad.
El
terremoto de hace tres semanas sacudió más que edificios, en mi caso no fue la
idea de que la obediencia a unas normas de construcción pueda evitar
desgracias. Estoy convencida de que es más profundo que sólo eso. Aún quedan
lecciones por aprender ¿qué tan preparados estamos para escuchar a la gente que
perdió su casa? ¿qué tan capaces somos como arquitectos de poner manos a la
obra? ¿qué tan preparados estamos en nuestra disciplina para entender el comportamiento
de un edificio ante un movimiento tal? Un buen ejemplo son los chilenos,
quienes han vivido el sismo de mayor magnitud registrado en la historia de la
humanidad. En una entrevista de Mikel Adrià a Alejandro Aravena, el chileno describe
las soluciones a las que los arquitectos de su país han recurrido para evitar
muertes por los sismos. El arquitecto nunca habla de estructuras que salgan bien libradas de los terremotos, pero sí de
sistemas de estructuras que absorben la aceleración del suelo y se fracturan de
modo que no matan a la gente que las habita. En pocas palabras está prevista la
falla de la estructura y la supervivencia. Los chilenos, quienes tienen la
experiencia más traumática en materia de sismos, ya no hablan desde la posición
de las fallas estructurales por corrupción o errores de factura, sino de los
edificios diseñados y construidos de acuerdo con esas normas. Así que los
chilenos nos superan en cuestión de conciencia.
Desde
mi parecer lo que no entendemos es que no hay edificios eternos, que el suelo
es agua y además que no controlamos la magnitud con la que el planeta se sacude
las pulgas. Aquí cuando ya hemos visto las formas de auto organización seguimos
con el argumento de la corrupción. Como si no hubiésemos sido capaces de
levantar los escombros, como si tampoco pudiéramos entender la incompetencia
histórica de los presidentes mexicanos.
Bernal
Díaz del Castillo describe un encuentro entre Cortés y un individuo llamado
Olintetl, quien advierte al español sobre las cualidades bélicas de la Ciudad y
le describe la condición lacustre del islote, en donde las casas están fundadas
sobre el agua. El conquistador no entendió la advertencia, ni la condición ambiental de la cuenca, hoy la Ciudad es consecuencia
de aquella falta de conocimiento lacustre.
En
el tema de la incapacidad mental de los gobernantes, Antonio García Cubas,
famoso cartógrafo, historiador y geógrafo mexicano, elaboro una carta para
construir el mapa de la republica mexicana y lo mostró a Santa Anna. A García Cubas
le impresionó que el presidente apenas y se daba cuenta de la cantidad de
territorio que se había perdido.
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