Damnificado. Por Alejandro Ochoa Vega

En mi clase de Historia, XI trimestre de la carrera de Arquitectura de la UAM Xochimilco, el martes 19 de septiembre pasado, explicaba la postura historiográfica de Josep María Montaner sobre la arquitectura contemporánea, cuando escuche a los alumnos decir:

“Está temblando…”

Apenas poco más de dos horas antes, habíamos realizado el simulacro que recordaba el terremoto de 1985, entre sonrisas y tranquilidad de solo “escenificar” un hecho que veíamos lejano, a pesar de haber pasado por el susto del sismo del 7 de septiembre, con grandes daños en Oaxaca y Chiapas. Pero la Ciudad de México había resistido y nos congratulábamos de como habíamos aprendido y mejorado, después de la experiencia del otro 19 de septiembre de hace 32 años. Pero no, como coincidencia fatal, de nuevo en día y mes vivíamos el terror de ver como la tierra y el espacio donde nos encontráramos se movían de manera intensa, al grado de impedirnos llegar a la escalera más próxima. Desde ese tercer piso, salimos lo más rápido que pudimos, pero poco avanzamos y apenas alcanzamos a recargarnos en algún muro y a esperar que aquel movimiento terminara. Finalmente bajamos al estacionamiento, para encontrarnos con una multitud de alumnos, profesores y el resto del personal, asustados y tratando de comunicarse con los seres queridos, sin suerte porque la señal se había perdido.

Volví por mis cosas al salón y después al cubículo, encontrando en el camino varias lámparas colgando. Las preguntas eran: ¿qué paso en la ciudad?, ¿en mi edificio?, ¿habría daños serios?, ¿de cuántos grados habría sido el temblor?. Por los altavoces nos invitaban a desalojar la Unidad, y así lo hice en compañía de mi colega y amiga Pamela Vicke a quien le ofrecí aventón. En principio el transito parecía el normal, pero no tardaría mucho en volverse muy complicado, con semáforos apagados, guías de transito espontáneos en algunas esquinas, continuas desviaciones, y mucha gente en las calles. A lo largo del sinuoso y complicado trayecto entre Coapa y la colonia del Valle, no me tocó ver ningún derrumbe, pero el ambiente denso y de incertidumbre que se respiraba conmovía. En el trayecto ya sea por los noticieros que íbamos escuchando por la radio o por los WhatsApp de familia y amigos, fuimos dimensionando el impacto en la ciudad. Mis hermanos y sobrinos repartidos entre la Ciudad de México, Guadalajara y California pasaron minutos preocupados porque no me había reportado, y al escuchar reportes o ver escenas de edificios desplomados por la televisión. De repente, entre los muchos momentos en que me detuve por el transito bloqueado, leí el mensaje de una vecina:

“Se cuarteo el edificio, tenemos que desalojar…”

En Calzada de Tlalpan y Municipio Libre se bajó mi querida Pame, y lo que me resto para llegar a mi casa de 14 años, donde he disfrutado al máximo de aquel espacio generoso, iluminado y de una vista urbana espectacular desde el sexto y último piso del edificio… se me hizo eterno. Finalmente arribe y observe que el acceso estaba bloqueado, por gente y los autos de mis vecinos, así que me estacione enfrente sobre División del Norte, con la perspectiva completa del edificio que tenía buena parte de las piedras del recubrimiento de la fachada desprendidas, y con varios muros de los primeros niveles cuarteados, hasta dejar ver parte del interior. Intercambie algunas palabras con mis compañeros de desgracia, y al ver que entraban y salían, decidí subir los seis pisos, a través de la tortuosa escalera de servicio en abanico. Azulejos en el piso, tierra, grietas en forma de cruz, fueron parte de lo vi hasta llegar a mi acceso secundario y de “emergencia”. El muro entre la cocina y el comedor cuarteado, montones de objetos en el piso, mi torre de CDs, televisión, libreros y hasta un muro perforado en la recamara, el colindante con el edificio de junto, fue parte de lo que me encontré. Me sorprendí que ninguno de los cristales, en ventanas y puertas se hubieran estrellado. Fue desolador. Lo primero que pensé fue sacar mis papeles importantes, objetos y libros entrañables, algo de ropa y artículos de baño, ante la inevitable necesidad de abandonar mi querido espacio.

La solidaridad de toda mi familia, en particular mi sobrina Adriana que me recibió en su casa los primeros días, buena parte de mis amigos, como Itzel y Ana que hicieron lo propio otro día, y compañeros de la UAM, entre ellos Pablo Quintero, que ante mi solicitud de asesoría para ver como reestructuramos el edificio, no dañado en su estructura principal pero que si requiere refuerzo, fue el primero que respondió y acudió para ver los daños. Lo mismo, mi queridísimo amigo y hermano Carlos Caballero, arquitecto de enorme sensibilidad y talento, que se trasladó desde Orizaba para acompañarme unos días. Y mi otro gran amigo, al que no veía desde hace tiempo, Miguel Torres, que de inmediato al enterarse, me ofreció quedarme en su casa el tiempo que fuera necesario.

Mi vida cambio en segundos, la perdida es significativa, pero a la vez soy afortunado porque estoy VIVO, puedo recuperar mi casa, a diferencia de muchísimos que perdieron todo, porque ya no tengo vecinos sino una familia,  y porque gane la oportunidad de… ¡repensar la vida! 


Octubre, 2017


https://heraldodemexico.com.mx/pais/111541/
http://cnnespanol.cnn.com/2017/09/20/el-silencio-puede-salvar-vidas-despues-del-terremoto-en-mexico/

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