Habiendo
radicado la mayor parte de mi vida en el norte de México, siento casi
como un deber moral decir algo respecto de la situación actual que se vive en esta
y otras zonas del interior del país.
Si
tuviéramos que enunciar dos elementos indispensables que dan forma e identidad
a las ciudades, empezaríamos por sus calles y caminos, los cuales, en su
mayoría, perseveran en cuanto a su disposición y traza en el tiempo. Por otro
lado, están los inmuebles, los cuales, a diferencia de los caminos, se
encuentran sujetos a una constante transformación que sucede tanto en su
interior como exterior. Estos inmuebles se transformarán de acuerdo con la
época y condicionantes frente a las que son concebidos o modificados. Enrico
Tedeschi separaría estas condicionantes en tres grandes grupos: naturaleza, sociedad y arte. Así
pues, la ciudad toma forma de acuerdo con la manera en que una sociedad asimila
y se hace consiente de estos factores.
Dicho
lo anterior, desde el punto de vista social ¿no debería ser una obligación que,
como arquitectos, mostráramos algún tipo de reacción frente a la innegable
violencia que azota al país desde hace poco más de diez años? Aún más, tomando
en cuenta que somos los responsables de brindar un refugio adecuado para
desempeñar las actividades para un correcto orden de la sociedad. Está claro
que hay cierta tendencia tanto de medios de comunicación como de entidades
gubernamentales a negar la situación, pero lo cierto es que lejos de decrecer,
la violencia se ha recrudecido vertiginosamente, tanto en cantidad como en intensidad.
En
el norte, como en otras regiones de México, la violencia parece haberse estacionado,
carcomiendo gradualmente el tejido social y la percepción de seguridad
que se tiene de las ciudades, pues, aunque parezca inconcebible, las personas se
han acostumbrado a esto, haciendo que poco a poco empiece a hacerse manifiesta cierta
aversión hacia el espacio público.
Aunque
estas no sean precisamente las problemáticas más “dogmáticas” por atender al
planificar una ciudad, en la práctica, ya son visibles de manera literal las
repercusiones respecto de las mismas. Los habitantes de buena cantidad de
localidades, tomando su seguridad en sus propias manos, han empezado a hacer de
sus viviendas refugios contra la violencia, clausurando patios, ventanas y
celosías, haciendo libre uso del concreto armado a manera de escudo contra saqueos,
balas o explosivos mal dirigidos. A su vez, varios comercios hacen de la
seguridad en sus establecimientos un atractivo producto de venta, la cual,
actualmente no tiene poca demanda.
La
experiencia de vivir la ciudad en familia, lejos de frecuentar la plaza
principal o el centro de la ciudad, se limita en varios casos al trayecto del
hogar a la escuela o al trabajo y viceversa, acompañada en todo momento de una
más que justificada paranoia.
¿Es posible que como
arquitectos podamos intervenir de alguna manera ante tamaña situación? ¿Será
posible imaginar que actuemos, no solo como proveedores de refugios contra la
violencia, sino ayudando a enmendar un camino mal tomado como sociedad? Juhani
Pallasmaa ha escrito en su ensayo La metáfora vivida (2002) que, al concebir “la
arquitectura como verbo” – en donde “Un
edificio no es un fin en sí mismo” – es posible “dirigir, escalar y enmarcar acciones, percepciones e ideas. Y lo más
importante, articular nuestras relaciones con otras personas e instituciones
humanas”. Por tanto, “Las
construcciones arquitectónicas materializan y dan concreción al orden social,
ideológico y mental”.
Como
arquitectos jóvenes es nuestro deber ser plenamente conscientes de nuestro
deber y el potencial de nuestras aptitudes para actuar ante cualquier condicionante
propia de nuestra época y entorno, ya sea desde el oficio, así como desde la
interdisciplinariedad desde la que todos habremos de estar obligados a actuar. Tampoco
hay que olvidar que, de igual forma y nunca menos importantes, el optimismo y
la seguridad de que las cosas se pueden cambiar para un
bien común también son un deber, a fin de convertirnos en arquitectos no solo
de inmuebles dignos, sino también de un futuro mejor.
En
lo personal, creo que es más fructífero tratar de tomar esta senda, por encima
de la negación y rechazo de una realidad que ya nos ha sobrepasado desde hace
tiempo, al punto configurarse dentro de nuestro día a día, ya sea como meros observadores
o protagonistas.
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