Vaya
que 2016 fue un año repleto de pérdidas sensibles y lamentables, desde
compañeros de mi centro de trabajo, la UAM-X, hasta personajes nacionales e
internacionales del ámbito de la cultura, arquitectura o política. Hecho
natural inevitable que todo ser humano enfrenta tarde que temprano, pero que no
deja de doler perder a gente valiosa, íntegra, honesta e inteligente, que con
su desaparición dejan un hueco irremplazable. Vaya pues este primer ensayo de
2017 de El Trazo Semanal, como un
homenaje a todos ellos, y en particular para mi querido Maestro Jorge Alberto
Manrique, fundamental en mi paso por el doctorado en Historia del Arte, de la
Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
No
pretendería hacer el recuento de todo el legado y obra del Maestro Manrique,
los hubo muchos, tanto en sus homenajes por sus 80 años de vida, como al
fallecer el pasado noviembre. Me interesaría en cambio reflexionar sobre su muy
temprana y trascendente actividad como crítico de arte, y su papel como maestro
y director de tesis de muchísimos a lo largo de los años. Eran célebres y para mí
imperdibles, sus columnas semanales en La
Jornada, donde hizo un registro crítico del arte contemporáneo mexicano.
Esos textos como sus clases, donde cuestionaba los avances de sus alumnos de
posgrado, eran la mezcla de respeto hacia el trabajo y esfuerzo, pero también
la contundente voz directa y dura sobre las limitaciones de las propuestas
artísticas por un lado, o los errores en datos y planteamientos por el otro, donde
su erudición era manifiesta. Podíamos quedarnos embelesados con sus
disertaciones de hasta una hora, y desde una sola diapositiva, hablando de las
características de una obra del barroco mexicano o europeo. También disfrutar
de las muchas anécdotas que compartió, desde su relación cercana con los más destacados
artistas de la época, o de sus experiencias como director de los museos más
importantes del país. Convivencias académicas semanales de 2 a 4 horas
realmente célebres.
Poco
más joven que Raquel Tibol, destacada y aguerrida crítica de arte, Manrique
siguió esa tradición y llenó páginas y columnas de reflexión profunda sobre lo
bueno, malo o mediocre del arte mexicano de la segunda mitad del siglo XX. Y es
así porque sus inicios como crítico fueron sin haber cumplido los 20 años,
aunque ya con una formación sólida y respetada. Teresa del Conde, colega y
amiga cercana del Maestro, compartió reflexiones y encuentros con él, y ahora
es la heredera natural de la mejor crítica de arte en México. A todos ellos, y
en particular de Manrique, los tengo como referencia fundamental, en mi empeño
y pretensión de ejercer la crítica arquitectónica.
La
erudición del maestro Manrique lo llevó también a ser uno de mejores
historiadores del arte y arquitectura universal, que podía abordar con gran
soltura, temas del manierismo, barroco o contemporaneidad. Fue por eso que me
atreví a solicitarle ser mi director de tesis, con el tema de la modernidad
arquitectónica en Sinaloa, y que lejos de ningunearlo como poco relevante, como
sí lo hicieron otros, inmediatamente aceptó. Puedo decir sin falso elogio, que
lo mejor que pude aportar en esa tesis, fue resultado de las observaciones
incisivas que me hizo, y que lamenté mucho que no me acompañara hasta el final
del proceso, tanto por demorarme mucho en concluir, como por un problema de
salud que tuvo, el cual hizo que perdiera mucha de su energía y vitalidad, en
los últimos años de su vida.
Con
mucho cariño y respeto Maestro, lo recordaré siempre…
Enero de 2017
Fuente de imagen: http://www.revistaimagenes.esteticas.unam.mx/homenaje_jorge_alberto_manrique |
No hay comentarios:
Publicar un comentario