...si
pudiera pensar a qué dedicarme,
distinto
de la arquitectura, escribiría un nuevo
cuento de
hadas, porque del cuento de
hadas
surgieron los aviones,
y las
locomotoras,
y esos
maravillosos instrumentos:
nuestras
mentes...
todo
surgió del maravillamiento.
Louis Khan
El pasado 17 de enero murió en Monterrey, donde también había nacido el
22 de enero de 1931, el arquitecto Macario Jorge Aguirre Puente. Literalmente: maestro
de maestros. Muchos, que ahora enseñamos
por aquí y por allá, fuimos sus discípulos.
Existe un libro formidable que se
llama
Vidas construidas[1]. Se trata de
biografías de arquitectos. Hay quienes opinan que la obra es lo que importa de
un hacedor. Los autores de este libro, y yo coincido con ellos, sostienen, por
el contrario, que existe una relación
íntima entre vida y obra. Que no se pueden separar. Estudian, así, las obras
que van de Filippo Brunelleschi a Alvar Aalto, haciendo una selección que
responde a sus propias afinidades. Todos ellos ya clásicos ahora. Se teje, de
esta manera, la obra con la historia de su hacer: la historia de su estilo.
En el caso mexicano se ha abordado ya la obra de varios arquitectos.
Pero, en general, de aquellos que ya son
harto conocidos. Urge reflexionar sobre lo que han hecho
muchos tipos geniales, escondidos en los rincones de todos los pueblos de
México. Aplicar, a las siempre generales y canónicas historias de la arquitectura,
la óptica de Luis González para acuñar la microhistoria:
no la historia patria, sino la
historia matria.
A reserva de redactar pronto un texto ampliado, e ilustrado, sobre
Macario Aguirre, me limito aquí a informar de su muerte, y a dar pequeños datos que vayan provocando el
deseo de conocer al personaje, y a su obra doble: como genial diseñador y como profesor de
arquitectura.
La escuela en Monterrey, a lo mejor por su cercanía con los Estados
Unidos, estaba más abierta al mundo que la misma UNAM. Mientras que acá se miraba, quizá por
influencia -via José Villagrán- de los
estilos racionalistas de Mies y de Gropius, de las cajitas de cristal y acero que
tanto impactaron, para mal, a la ciudades de México, con Macario nos acercamos,
sin saber que así se llamaba, a una mirada fenomenológica, compleja e intensa, mucho
más cercana al trabajo del mismo Le Corbusier, de Alvar Aalto, y de las arquitecturas
tradicionales de este país: no sólo forma, sino significados; relaciones
afectivas en el espacio, habitado por
personas y modificable por el tiempo.
Una entrevista larga y excepcional que le hizo a Macario la maestra de
la UDEM Claudia María González Elizondo, cartas de él que yo conservo, la
relación con Jaime su hermano, que vive en París, y fotografías de algunos de
sus proyectos y obras, forman la materia prima con la que prepararé el guiso de
este recuento. Aquí intento sólo el aperitivo.
Aldo Rossí escribió su Autobiografía científica, que, para
nuestra fortuna, no es tan científica. Ahí, Rossi escribe: Todo debería preverse, pero lo inesperado es fascinante. A Macario
no le dió tiempo de escribir su autobiografía. No todo puede preverse. El
tiempo: inesperado y fascinante. Es necesario acudir ahora a los
recuerdos.
En Tlalpan, torre de Cruz Verde, tarde nublada del 6 de septiembre del 2016
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