Educación, aceptación y diversidad. Por Carlos Arozamena

En mi carrera como educador he tenido entre mis estudiantes personas de los más diversos caminos de la vida, variedad de culturas, niveles educativos, maneras de ver el mundo y formas de ser. En mi andar por la vida, he aprendido que la razón y la emoción, conforman al individuo de cualquier sexo. Son los aspectos masculino y femenino que hombres y mujeres tenemos, desde el punto de vista mental. Prejuicios y estereotipos dañan la concepción que muchos tienen sobre lo que significa ser hombre o ser mujer, sobre lo que suponen debería ser lo masculino o lo femenino.

Se piensa que en el hombre, lo femenino no debe existir así como lo masculino en la mujer; se asume aún hoy —como se pensaba hace más de un siglo— que un hombre delicado es homosexual y una mujer fuerte es lesbiana. La amplia visibilidad de personas y grupos por la diversidad sexual organizados está contribuyendo a reeducarnos, pero falta desarrollar más la actitud de aceptación de lo diverso. La universidad no puede, y no debe quedar atrás en este tema. Piense usted colega docente: ¿Cuántas veces al exponer en clase, o dirigirse a su grupo asume que sus estudiantes son heterosexuales en su totalidad? ¿Cuántos ejemplos, comentarios, incluso bromas ha hecho, sin darse cuenta de que está agrediendo a alguien quien, por temor a represalias, callará? Con la lista de asistencia y el acta de evaluación en nuestro poder, los docentes ocupamos una posición de responsabilidad, y contribuimos con nuestra actitud a descartar o invisibilizar cualquier variación que se sale de “la norma”. El problema es que olvidamos ser incluyentes, o peor aún, no sabemos serlo. Debemos ir más allá de las apariencias, aprender a tratar a las personas como seres humanos, antes que como un número de matrícula, un género, una forma de vestir o arreglarse, o una posición social. Todos merecen nuestro absoluto respeto. Nosotros también, me han dicho mis colegas. Así es. Más el respeto, paradójicamente, se obtiene se obtiene otorgándolo, no descalificando, reprimiendo o humillando. Surge el respeto de manera espontánea cuando practicamos la aceptación del otro, aceptación incondicional de quién es y cómo es, lo cual exige liberarnos como docentes de nuestro afán de juzgar y (de) formar al estudiante. Educar viene del latín educere, que quiere decir sacar a la luz, develar lo que estaba oculto.

Nosotros estamos aquí para acompañar y, si podemos, apoyar y ayudar al estudiante en el camino del autodescubrimiento, ayudarle a reconocer sus saberes, sus capacidades, su potencial. Debemos ser empáticos y congruentes en nuestra acción como guías para establecer ese lazo de confianza y afecto que caracteriza a una relación académica positiva. Para ello, nosotros mismos requerimos estar en tal armonía que nos permita aceptar y no sólo tolerar. La aceptación es mucho más poderosa que la tolerancia. Vamos a trascender nuestras propias limitaciones, trabajar en nosotros mismos y desarrollarnos también, para entender la inmensa diversidad humana, apreciar la capacidad que todos tenemos de ser únicos e irrepetibles. Reconocer esto nos dará la posibilidad de rescatar nuestra naturaleza más original y creativa.

Simplemente hacíamos el amor. Escenario y luces que creé para el monólogo "La mujer rota", original de Simone de Beauvoir, interpretado por Marta Aura. 
Teatro La Gruta, Centro Cultural Helénico, México, D.F. Estreno: Febrero de 1993 permaneciendo en temporadas en diversos teatros por más de diez años.

*El título corresponde a un fragmento del texto dramático.


Agosto de 2016.

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