En mi carrera
como educador he tenido entre mis estudiantes personas de los más diversos
caminos de la vida, variedad de culturas, niveles educativos, maneras de ver el
mundo y formas de ser. En mi andar por la vida, he aprendido que la razón y la
emoción, conforman al individuo de cualquier sexo. Son los aspectos masculino y femenino que hombres y mujeres tenemos, desde el punto de
vista mental. Prejuicios y estereotipos dañan la concepción que muchos tienen sobre lo que significa ser hombre o ser mujer, sobre lo que suponen debería ser
lo masculino o lo femenino.
Se piensa que
en el hombre, lo femenino no debe existir así como lo masculino en la mujer; se
asume aún hoy —como se pensaba hace más de un siglo— que un hombre delicado es homosexual y una mujer fuerte es lesbiana. La amplia
visibilidad de personas y grupos por la diversidad sexual organizados está contribuyendo a reeducarnos, pero falta desarrollar más la actitud de
aceptación de lo diverso. La universidad no puede, y no debe quedar atrás en
este tema. Piense usted colega docente: ¿Cuántas veces al exponer en clase, o
dirigirse a su grupo asume que sus estudiantes son heterosexuales en su
totalidad? ¿Cuántos ejemplos, comentarios, incluso bromas ha hecho, sin darse
cuenta de que está agrediendo a alguien quien, por temor a represalias,
callará? Con la lista de asistencia y el acta de evaluación en nuestro poder,
los docentes ocupamos una posición de responsabilidad, y contribuimos con
nuestra actitud a descartar o invisibilizar cualquier variación que se sale de
“la norma”. El problema es que olvidamos ser incluyentes, o peor aún, no
sabemos serlo. Debemos ir más allá de las apariencias, aprender a tratar a las personas
como seres humanos, antes que como un número de matrícula, un género, una forma
de vestir o arreglarse, o una posición social. Todos merecen nuestro absoluto
respeto. Nosotros también, me han dicho mis colegas. Así es. Más el respeto, paradójicamente,
se obtiene se obtiene otorgándolo, no descalificando, reprimiendo o humillando.
Surge el respeto de manera espontánea cuando practicamos la aceptación del
otro, aceptación incondicional de quién es y cómo es, lo cual exige liberarnos
como docentes de nuestro afán de juzgar y (de) formar al estudiante. Educar
viene del latín educere, que quiere decir sacar a la luz, develar lo que estaba
oculto.
Nosotros
estamos aquí para acompañar y, si podemos, apoyar y ayudar al estudiante en el
camino del autodescubrimiento, ayudarle a reconocer sus saberes, sus
capacidades, su potencial. Debemos ser empáticos y congruentes en nuestra
acción como guías para establecer ese lazo de confianza y afecto que caracteriza
a una relación académica positiva. Para ello, nosotros mismos requerimos estar
en tal armonía que nos permita aceptar y no sólo tolerar. La aceptación es mucho
más poderosa que la tolerancia. Vamos a trascender nuestras propias
limitaciones, trabajar en nosotros mismos y desarrollarnos también, para entender
la inmensa diversidad humana, apreciar la capacidad que todos tenemos de ser
únicos e irrepetibles. Reconocer esto nos dará la posibilidad de rescatar
nuestra naturaleza más original y creativa.
Agosto de 2016.
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