Una crítica a la apuesta de la Feria de las Culturas Amigas. Por Diana Melanie Eugenio Ponce

Tras llevarse a cabo en 2014, el cambio de sede de la Feria de las Culturas Amigas (FCA), del Paseo de la Reforma al Zócalo, nuevamente este año se instaló en esa gigantesca plaza de la Ciudad de México durante 16 días, del 21 de mayo al 5 de junio, representantes de 93 países y la Unión Europea, y Francia como país celebrado. La FCA es un proyecto de intercambio cultural que surgió en 2009, a cargo de la Coordinación General de Asuntos Internacionales del Gobierno de la Ciudad de México. Es de uno eventos más importantes de carácter internacional que se celebra anualmente en la capital del país; consiste en la disposición de stands representativos de cada país participante y múltiples actividades en el Pabellón de la Ciudad de México, así como en distintos recintos de la ciudad. Tan sólo este año logró reunir más de tres millones de visitantes, rompiendo el récord de asistencia del año pasado.


En su octava edición, el Pabellón para la FCA estuvo a cargo del despacho Ambrosi Etchegaray, cuya propuesta ganadora de la Convocatoria Abierta para el Proyecto Conceptual de la Intervención Arquitectónica de la FCA 2016, venció a los despachos Dellekamp Arquitectos y El Umbral. El proyecto consistió en una estructura metálica de geometría circular a base de andamios, desplantada sobre la Plaza de la Constitución; con la finalidad de propiciar fluidez en las circulaciones interiores del pabellón, así como de resolver un vacío central que funciona como un espacio contenido para diversas actividades. El mecanismo de funcionamiento estuvo influenciado por la Gran Exposición de 1851 celebrada en el Palacio de Cristal en Londres, con la idea de exhibir los productos mediante locales de libre circulación, según han mencionado los arquitectos en varias entrevistas. Asimismo, la estructura metálica está revestida únicamente por costales tejidos de yute cuya modulación se repite tres veces; la elección del material de revestimiento y su configuración radial estuvieron inspiradas en la Plaza de Toros “La Petatera” que se emplaza temporalmente en Colima.

Si bien, múltiples medios se han encargado de enaltecer el último diseño del Pabellón de la Ciudad de México, también se ha registrado una gran cantidad de testimonios discordantes, argumentando la falta de expresión arquitectónica y practicidad en la disposición espacial de dicha nave. Manteniendo una postura crítica, coincido con estos argumentos, la propuesta del despacho Ambrosi Etchegaray para el Pabellón careció de elementos formal-expresivos que dotaran a la composición de presencia arquitectónica y plástica, la cromática de los costales de yute aportan una apariencia insípida, de forma que, de no ser por sus monumentales dimensiones, el pabellón pasaría inadvertido en el contexto.

En cuanto a la funcionalidad y distribución del espacio, cabe mencionar que su configuración circular y la localización de sus componentes condiciona una única circulación interna que, más allá de invitar al usuario a recorrer los stands culturales, lo obliga a transitar entre una sofocante multitud de personas, impidiendo disfrutar del intercambio cultural que ofrecen los países participantes. De forma que sin importar que la altura sea generosa, las dimensiones de las circulaciones fueron muy reducidas en relación al número de usuarios que accede al pabellón, propiciando una sensación de hacinamiento e inclusive hostigamiento. De igual forma, valdría la pena mencionar que en la Ciudad de México, enfrentamos un factor que determina y condiciona toda arquitectura, el clima. Por lo que aun siendo pabellón temporal, los agresivos cambios de temperatura parecieron afectar su estabilidad, ocasionados por los fuertes vientos, la concentración de calor que a su vez propició condensación de malos olores. Siendo el despacho ganador para el Pabellón de la Ciudad de México, la propuesta de Ambrosi Etchegaray claramente ha dejado mucho que desear, de forma que podríamos cuestionar el proceso de selección de concursos de esta índole.

La Feria de las Culturas Amigas es un evento gratuito que siempre ha atraído a grandes multitudes; probablemente ha sido más concurrida estos últimos tres años cuando cambió su sede al Zócalo de la Ciudad de México, una estrategia de marketing ingeniosa. Sin embargo, llama mi atención como la mayoría de los usuarios visitan la FCA para tomar fotografías de los stands, sin preguntar qué productos ofertan, solo con la finalidad de compartir las imágenes en las redes sociales. De esta manera, además ignoran las ofertas de talleres gratuitos y otras actividades culturales y artísticas de los países participantes, en diversas sedes como el Museo Nacional de las Culturas, el Antiguo Colegio de San Ildefonso, la Casa de la Primera Imprenta de México y la Casa del Cine MX.


Considero que se ha distorsionado la finalidad del intercambio cultural con el que nació la Feria de las Culturas Amigas; si bien este año asistieron más de tres millones de personas, parece que pocos se interesaron realmente por las actividades sin fines de lucro que ofrece este evento internacional. Sólo queda esperar que el próximo año tanto la propuesta arquitectónica, como la de organización, aprendan de esta experiencia más bien fallida. 

Fuente de imagen: http://www.cronica.com.mx/fotogalerias/1257/Culturas%200.jpg

Junio de 2016

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