Oaxaca para un estudiante de arquitectura. Por Irving Sánchez García.

Si algo he aprendido en poco más de dos años en la carrera de arquitectura en la UAM-Xochimilco es que todos necesitamos experimentar distintas emociones que nos nutran, que nos conmuevan, que nos ayuden a transitar por la vida. Cuando uno va adentrándose en la carrera comprende que el quehacer del arquitecto es crear espacios dignos, que cumplan con los requisitos propios de la actividad a realizar (el programa) y que a su vez sea un lugar, un espacio, digno de ser vivido.


Afortunadamente existe aquella arquitectura exenta de arquitectos: la arquitectura vernácula. La ciudad de Oaxaca, en su conjunto monumental del Centro Histórico, es una armoniosa conjunción de usos, costumbres y actividades que la han moldeado para crear calles empedradas y coloridas, con edificios de distintas épocas que saben entablar un dialogo armónico y bien cuidado.

Tomo prestada la analogía que hace el profesor Pablo Quintero entre las ciudades y las orquestas, dentro de un conjunto de instrumentistas que ejecutan una obra musical hay grandes solistas que se complementan con el resto de la orquesta. En la ciudad de Oaxaca pasa algo similar, dentro de un grato conjunto de edificios destacan algunos solistas que resaltan del resto de edificios.

La catedral, hermoso edificio que Manuel Toussaint descubre a imagen y semejanza de la mujer oaxaqueña: chaparrita y gordita. La catedral es testigo de la vida que tiene la ciudad, en el atrio se descubre aquella alegría que envuelve a Oaxaca.

Después de la catedral el siguiente destino obligado es, claro, el Ex-convento de Santo Domingo, no hay descripción posible, desde que uno avanza por la calle Alcalá, ese pequeño tramo entre la catedral y Sto. Domingo, es una prefecta transición, un lugar para disfrutar. No es raro enamorarse a su vez, de las turistas que recorren las tiendas de Alcalá y claro, de las oaxaqueñas. De repente una gran explanada se extiende por varios metros cuadrados, es la antesala perfecta. Ya lo dice Toussaint, uno puede ir a Oaxaca exclusivamente para visitar Sto. Domingo, tan alto como el cielo, un leve tono verdoso, una inmensidad única. El icono de la ciudad.

Expandir los horizontes es expandir las experiencias, la imaginación, las emociones y las sensaciones. Caminar y poder detenerte en cada esquina a ver los detalles de herrería, las cornisas, los balcones, los detalles coloniales y alguna casa de adobe a punto de desplomarse, pero siempre resistiendo a la intemperie, aferrándose entre sí cada grano de tierra arcillosa. 


No cabe duda Oaxaca es una ciudad que se goza, invito a todos los compañeros que no la conocen a que la visiten y a quienes ya la han visitado que lo vuelvan a hacer, siempre hay algo que descubrir, especialmente recomiendo visitar la Biblioteca Infantil del barrio de Xochimilco y el Jardín Etnobotánico fundado por iniciativa del maestro Francisco Toledo. Y quién sabe, tal vez con algo de suerte lo puedan ver deambular por alguna calle de la ciudad.




Fuente: Irving Sánchez García.

Febrero, 2015.

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