Identidad del diseño, ¿oficio ó transdisciplina? Por Raúl Hernández Valdés

Obstinadamente, el diseño se reitera como una práctica técnica, como un oficio con o mayúscula, como una confluencia de múltiples saberes científicos, humanísticos, tecnológicos y estéticos; todos ellos entretejiendo un círculo dinámico de principios, de procedimientos, valores y actitudes que conforman un ethos. Ese círculo carece de un centro teórico propiamente dicho; su centro lo ocupa el programa específico que es temporalmente prioritario. Este vacío podría hacer suponer que el diseño, como tal, no tiene identidad propia, más allá de su condición profesionalizante. Pero esa aparente falta de identidad, esa vacuidad central le hace posible al diseño una transmutación que a otras disciplinas les es ajena. La “vacuidad” central del diseño le permite no solo estar en el eje de la interdisciplina, sino también constituirse como transdisciplina y, de modo similar a la planeación, tomar prestados contenidos de otros campos especulativos con cuerpos téoricos ‘legítimos’ (historia, sociología, semántica, semiótica, etcétera), extraer objetos de estudio y adaptar teorías para reflexionar sobre sí mismo, profundizar en su prospectiva y establecer teorías, siempre y cuando, en esa parábola reflexiva, el diseño regrese a su propia naturaleza y no renuncie a su propia especificidad práctica. Como lo muestra la historia, la praxis nunca ha estado separada de la reflexión, pero hoy, en la práctica y en la educación del diseño, la máxima profesionalización tanto como la doctorabilidad son igualmente necesarias y complementarias. Esta premisa esboza la respuesta a la pregunta contenida en el título de este texto y a quienes se cuestionan sobre la naturaleza del estatuto epistemológico del diseño –ya sea éste arquitectónico, de artefactos y objetos, urbano o de la comunicación gráfica- y por lo tanto sobre sus principales núcleos conceptuales, sus principales métodos y principales formas de estudio y capacitación.


 Los conceptos causales del diseño

No estoy muy seguro de poder ahondar en el estatuto epistemológico del diseño gráfico, si consideramos el sentido de epistemología, (del gr. «epistémë», conocimiento, y «-logía») f. Fil. Tratado de los métodos del conocimiento científico, en general o de determinada ciencia;[1] primero porque el diseño no es ciencia, y segundo porque cuando pretende serlo renunciando a su identidad el diseño se vuelve sospechoso, por poner en cuestión la integridad de su ethos, el valor veritativo de su logos técnico y estratégico y la cualidad de su pathos, como disciplina afectiva y estética, aspectos sustantivos a los cuales Richard Buchanan se ha referido ampliamente. Pero sí podemos hablar de algunos conceptos nucleares en los que sustenta ciertos modos particulares de causalidad. Las causas y los efectos del diseño, por ejemplo el del diseño  gráfico, no son solo pragmáticos y funcionales, sus mayores alcances se encuentran en su causalidad emotígena y en las aportaciones de sentido complejas. En él, como en los otros campos del diseño, las imágenes y los objetos diseñados no son inocuos, llevan en sí mismos su propia carga de significado y son mucho más persuasivos por sus connotaciones que por sus denotaciones. La ideología, no es externa a los objetos sino que está incorporada y es transmitida por ellos. La implantación de contenidos ideológicos principia con la acción sobre el pathos en el condicionamiento estético, es decir la inducción de las preferencias por medio de la difusión mediática intensiva de formas concretas determinadas. Sus efectos simultáneos son la conformación sistemática del gusto colectivo y el consumo masivo de formas de contenido ideológico. De aquí la efectividad del cultivo sistemático de los discursos visuales para la definición de las identidades. El diseño, en términos generales, hace posible la materialización de su expresión y hace también posible la lectura de sus contenidos en las estructuras morfológicas que los sustentan en cada círculo de la sociedad: el individuo, la familia, la asociación, profesión, grupos diversos, nación. Conjuntamente con las escalas de lo urbano, lo arquitectónico y los objetos, el diseño gráfico configura y realiza los escenarios de las manifestaciones colectivas, los espacios, los artefactos y las imágenes que instrumentan los aconteceres: la celebración o el duelo, los rituales sacralizados o profanos, excepcionales o triviales.

El diseño como práctica cultural

La reflexión nos lleva pues al ámbito de la cultura, en el cual circulan las formas diseñadas y sus respectivas significaciones, nos conduce al sistema patrimonial de paradigmas y modelos explicativos, convicciones y creencias, ideas de lo trascendente y lo cotidiano, fuerzas normalizadoras, mitos, procederes, fetiches, tabúes, doctrinas, ideologías, etcétera, que no puede tener otra manifestación que las formas mentales, pensadas e imaginadas y las formas concretas, materiales, perceptibles sensorialmente. Las formas y las significaciones, impulsadas por el ser social, nutren la conciencia social de los ciudadanos y determinan, a su vez,  sus comportamientos frente a los productos culturales y los naturales.

Por su carga significativa, las formas diseñadas son portadoras de valores culturales; el diseño, como ejercicio de operación de formas, no es un trabajo neutro e higiénico de “resolución de problemas”. Es, al contrario, una práctica comprometida con los significados y los valores que las formas construyen y transmiten. Mediante la articulación de múltiples recursos semánticos, semióticos y retóricos, el diseño propone y confiere sentido a determinados segmentos y relaciones de la realidad y confirma o transforma, en su orden específico, el hábitat donde se inserta. El diseño hace que las culturas concretas se apropien material y espiritualmente de su hábitat, de su espacialidad, mediante la generación o producción de formas, de objetos visibles y tangibles, de su distribución y ubicación específica, de sus consideraciones, usos o utilidades, de las conductas o comportamientos que implican su consumo, de registros gráficos y descripciones verbales; definitivamente de todos los modos en que se realizan y operan las formas. Las formas diseñadas no son, pues, productos secundarios o accesorios, sino productos culturales ineludibles para la aprehensión y la reproducción de las manifestaciones – materiales y espirituales – de la sociedad que los genera. La cultura requiere del diseño como el diseño de la cultura. Los objetos del diseño no solo son satisfactores de necesidades culturales sino que ellos las generan y las multiplican. Cabe precisar que las necesidades tampoco son inmutables sino históricamente cambiantes. Su carácter original de ser biológicamente básicas se vuelve relativo, permitiendo múltiples concreciones de objetos satisfactores. En este sentido se puede argumentar que las necesidades son histórica y culturalmente producidas, sin perder por ello su condición de objetividad. El diseño conlleva una importante responsabilidad ética, por ser una práctica incidente en el sistema axiológico de los sujetos; y a partir de ello porque se concreta en un complejo sistema de objetos cuya producción requiere de un dominio total de las disciplinas que la manifiestan. Los objetos que se diseñan producen y conforman nuestro mundo, imbricado o confrontado para bien y para mal con el mundo de lo dado, de la naturaleza. Y es la naturaleza cultural del diseño la que finalmente suspende la contradicción entre el oficio y la transdisciplina, entre la teoría y la práctica. Las imágenes anexas muestran la potencia integradora del diseño.

Septiembre, 2013



[1] Nicola Abbagnano. Diccionario de Filosofía, Fondo de Cultura Económica, México, 1994. 

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