Se entiende la degradación como un
proceso mediante el cual se reducen las cualidades inherentes a algo o alguien;
desvirtuarlo, rebajar de categoría un elemento. En el ámbito urbano, hablamos
de degradación cuando un lugar de la ciudad ha perdido sus características
valiosas y ha entrado en procesos de deterioro ya sea por el abandono o por
efectos de una utilización nociva del espacio urbano.
Los centros de las ciudades
latinoamericanas se han visto inmersos en procesos de conservación y
revitalización, fomentando en ellos proyectos de transformación urbana y
arquitectónica, que los han puesto como escenarios turísticos y también ha
hecho que los propios ciudadanos recuperen estos espacios, como parte de sus
vidas cotidianas.
En el marco de esta tendencia, para el
centro de la ciudad de Bogotá, se propuso una serie de proyectos de
transformación física que, avalados por el plan de ordenamiento territorial y
en específico por el Plan Centro[1],
pretendían recuperar áreas en potencial deterioro y devolver la vitalidad al
centro, enfocando esta vez su uso a las actividades culturales, educativas,
recreativas y sociales.
El parque Tercer Milenio es uno de estos
proyectos, quizás el de mayor envergadura que se construyó en la Bogotá del
siglo XXI y el que mayor impacto causo en la imagen de la ciudad. Sin embargo,
después de once años de su inauguración, aún no ha podido ser lo que sus
promotores esperaban.
Esquema del centro de Bogotá y
localización del parque Tercer Milenio. Fuente: http://www.culturarecreacionydeporte.gov.co/
Esta localizado entre las calles 10 y 6
y las Avenidas 10 y Caracas, en el costado sur occidental de la Plaza de
Bolívar y del centro histórico de la ciudad. Este parque fue levantado sobre
las ruinas del antiguo barrio tradicional de Santa Inés, que luego de procesos
de cambio de uso y abandono tanto de sus edificaciones, como de sus habitantes,
se había convertido en una de las zonas más peligrosas de la ciudad: el temido
“Cartucho”. Allí se realizaban toda clase de actividades ilícitas, y se
concentraban los expendedores y consumidores de sustancias prohibidas de la
capital.
Desde finales de los años cuarentas se
había detectado el deterioro del barrio Santa Inés debido a la presencia de la
plaza de mercado de La Concepción y de la proliferación de inmigrantes
hacinados en las antiguas casonas, ahora convertidas en inquilinatos. Sin embargo,
no se hizo nada entonces y esto empeoró la situación.
A finales de la década de los noventas,
las administraciones locales tomaron de nuevo en marcha el plan de recuperar
esta zona y bajo los planteamientos del plan de ordenamiento territorial, que
entró en vigencia desde el año 2000, emprendieron las acciones necesarias para
superar la crisis que en este sector se vivía.
El proceso comenzó con el reconocimiento
de la zona, que estaba colonizada por grupos que controlaban el micro tráfico
de estupefacientes y que hacían justicia a mano propia. A “sangre y fuego”
fueron recuperadas las casas y desterrados los habitantes, quienes se alojaron
en los barrios aledaños. De esta manera
se pudo dar paso a la demolición única alternativa para el saneamiento de las
edificaciones y de la estructura urbana, según los asesores de la
Administración Municipal.
Como parte de la estrategia de
renovación urbana, desde 1999 se había propuesto el diseño de un parque de
escala metropolitana, que fomentara la vida, en un espacio que durante décadas
se asocio con la muerte y la decadencia. Es así como en el año 2002 se inaugura
el parque Tercer Milenio, buscando re-significar este lugar e incluirlo como
parte de las prácticas cotidianas de los bogotanos.
Sin embargo, nada de lo planeado resultó
como se esperaba. El parque es un gran vacío dentro de la estructura urbana del
casco histórico de la ciudad de Bogotá. Es una isla que, al no vincularse con
ninguno de sus bordes, no propicia la integración. Es un lugar que a pesar de
su estética contemporánea no es agradable, produce temor porque es desolado. Los
niños no juegan, los ancianos no lo recorren, los pocos transeúntes que lo
atraviesan lo hacen de manera ocasional por ser un paso más corto entre las dos
grandes avenidas que lo bordean al oriente y occidente: la carrera décima y la
Avenida Caracas, respectivamente.
Parque Tercer Milenio – Abril de 2013. Fuente:
Myriam Stella Diaz.
Por otro lado, el problema social que se
gestó en “el Cartucho” tampoco se erradicó. Los antiguos habitantes de barrio
Santa Inés se desplazaron dos calles más al occidente de la zona centro, ahora
se agrupan en la “calle del Bronx”, réplica del deterioro físico y social del
antiguo Cartucho. Varios son los que comentan que desde que los desterraron de
Santa Inés, juraron recuperar la zona. Y aunque el control de las autoridades
hace que su permanencia en el parque Tercer Milenio sea vigilada, realmente son
los únicos que disfrutan de las vastas áreas verdes, del mobiliario urbano y
hasta de las atracciones deportivas.
Este ejercicio de “renovación urbana” me
deja serias dudas sobre la estrategia de intervención de la ciudad y me lleva a
recordar las visionarias palabras de Jean Jacobs cuando decía que: “los
parques públicos no son abstracciones ni repositorios automáticos de virtud y
elevación moral.... No significan nada divorciados de sus funciones y usos
tangibles y prácticos, por lo tanto no significa nada divorciados de los muy
tangibles efectos aplicados sobre ellos
-para bien o para mal- de los
distritos urbanos circundantes y los usos que los afectan”[3]
Puede ser que, a largo plazo, con el resto de proyectos que
acompañan la intervención del Plan Centro, este parque finalmente se convierta
en el espacio verde que necesitaba la ciudad, pero por ahora, solo es un vacío
más, producto de la idealización “del verde” como elemento salvador por parte
de algunos urbanistas contemporáneos.
Septiembre, 2013
[1] Plan centro: Decreto 492 de 2007, por
medio del cual se regularon las estrategias de operación en el centro histórico
de la ciudad.
[2]IDU: Instituto de Desarrollo Urbano – Bogotá
[3]JACOBS, Jane, Muerte y vida de las grandes
ciudades. 1961. Traducido por: Ángel Abad/Ana Useros. España: Capitaán Swing
libros. 2011. Pág. 142
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