La arquitectura consumista. Por Pamela Vicke Sánchez




Se le define a este tipo de cultura consumista como un hecho que es incontrovertible: la sociedad contemporánea nació para el consumo. En algún momento posterior a la Segunda Guerra Mundial, surgió en los países occidentales una cultura de la insatisfacción permanente: la maquinaria de producción de bienes funciona en la medida en que los deseos nunca son plenamente satisfechos.

Jean Baudrillard logró describir sociológicamente el fenómeno: no compramos objetos por su utilidad sino por el halo que los rodea. Hoy en día no obstante, hemos alcanzado un nuevo modelo, aquel donde los individuos, los afectos, las ideas y las obras de arquitectura forman parte del supermercado global.

Con el tiempo la disciplina se ha limitado a las necesidades del mercado, la arquitectura de consumo es aquella que surge de las necesidades sociales específicas, sin depender de la iniciativa de clientes particulares. La idea se puede vincular a la crítica del consumismo, a la posibilidad de recuperar el impulso utópico del modernismo para reimaginar el entorno construido y volver a poner en el centro al sujeto de la arquitectura: el usuario, desplazado por el consumidor en la cultura contemporánea. A pesar de su protagonismo mediático, el arquitecto se ha vuelto irrelevante para la configuración de la ciudad, hoy en manos de la globalización.

Así, su margen de maniobra en términos de transformación social es inexistente. La arquitectura de consumo invita a redefinir el rol del arquitecto, que dejaría de ser un formalizador de las relaciones de poder (económico o político) para implicarse en la identificación de nuevos territorios para su práctica. Los ejemplos más claros de ello, son los modos en que los centros comerciales se hacen pasar por espacios “públicos”, pero ni siquiera nuestros supuestos bastiones de la cultura son inmunes al imperativo de utilizar cada metro cuadrado, como puede apreciarse por ejemplo en megamuseos tipo Tate Modern en Londres, el MoMa de Nueva York o la franquicia Guggenheim, y en la Ciudad de México el Soumaya, que dedican cada vez más espacios a cafés, tiendas de regalos y pancartas de patrocinadores corporativos. También se encuentran los edificios de tipo plurifuncional como es el caso del Reforma 222, Puerta Alameda, Antara Polanco, Parques Polanco, entre otros que cuentan con espacios para trabajar, abastecerse y de entretenimiento, todo en un mismo lugar.

Tradicionalmente la esfera pública era atendida por la Secretaría de Obras Públicas: los gobiernos empleaban a los arquitectos para diseñar escuelas, bibliotecas, viviendas, hospitales, mercados, infraestructura, etcétera; todas las obras habrían de ser administrados por el gobierno en el futuro inmediato, y que por tanto estaban exentos de las presiones del mercado.

Con el asenso de las políticas privatizadoras y las subcontrataciones, en décadas recientes, la arquitectura se ha enfrentado a retos tan exigentes como las obras públicas; es por ello que en algunas ocasiones me hago la siguiente pregunta ¿Dónde se encuentran hoy los edificios construidos para el usuario? Desafortunadamente hay muy pocos. Todavía existen arquitectos con conciencia social que han dejado la práctica profesional para instalarse en los márgenes: como en la reconstrucción de Haití posterior al terremoto, en Nueva Orleans destruida por el huracán Katrina o en Kosovo luego de sus conflictos, entre otros casos.

Si los arquitectos fueran capaces de concebir nuevos programas y modelos en las obras que giraran en torno a la capacidad transformadora de la arquitectura, seguramente tendríamos mayores oportunidades de ver nuestras ideas realizadas, jugando el papel de las necesidades del consumo, al tiempo que se insertaran programas o espacios para el beneficio del usuario. La arquitectura puede combinar los dos roles que se le exigen: servir al desarrollador, por una parte y a la sociedad, por la otra.

Es también importante no confundir este fenómeno de la arquitectura de consumo social con lo particular, entre lo público y privado, de obras de autor y sin autor. Diversas opiniones han celebrado que la crisis económica global es también una señal de “el fin del exceso” y el comienzo de una nueva era de arquitectura local, responsable y a pequeña escala. Nos enfrentamos en este momento a retos verdaderamente enormes  como el cambio climático, sociedades envejecidas, migración global y pobreza, que requieren por igual de respuestas audaces de la comunidad de diseñadores. La capacidad visionaria de la arquitectura consumista debería estar dirigida a los usuarios para afrontar estas necesidades de manera conjunta con las autoridades y particulares para obtener buenos resultados.

Marzo, 2013

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