Se le
define a este tipo de cultura consumista como un hecho que es incontrovertible:
la sociedad contemporánea nació para el consumo. En algún momento posterior a
la Segunda Guerra Mundial, surgió en los países occidentales una cultura de la
insatisfacción permanente: la maquinaria de producción de bienes funciona en la
medida en que los deseos nunca son plenamente satisfechos.
Jean
Baudrillard logró describir sociológicamente el fenómeno: no compramos objetos
por su utilidad sino por el halo que los rodea. Hoy en día no obstante, hemos
alcanzado un nuevo modelo, aquel donde los individuos, los afectos, las ideas y
las obras de arquitectura forman parte del supermercado global.
Con el
tiempo la disciplina se ha limitado a las necesidades del mercado, la
arquitectura de consumo es aquella que surge de las necesidades sociales
específicas, sin depender de la iniciativa de clientes particulares. La idea se
puede vincular a la crítica del consumismo, a la posibilidad de recuperar el
impulso utópico del modernismo para reimaginar el entorno construido y volver a
poner en el centro al sujeto de la arquitectura: el usuario, desplazado por el
consumidor en la cultura contemporánea. A pesar de su protagonismo mediático,
el arquitecto se ha vuelto irrelevante para la configuración de la ciudad, hoy
en manos de la globalización.
Así, su
margen de maniobra en términos de transformación social es inexistente. La
arquitectura de consumo invita a redefinir el rol del arquitecto, que dejaría
de ser un formalizador de las relaciones de poder (económico o político) para
implicarse en la identificación de nuevos territorios para su práctica. Los
ejemplos más claros de ello, son los modos en que los centros comerciales se
hacen pasar por espacios “públicos”, pero ni siquiera nuestros supuestos
bastiones de la cultura son inmunes al imperativo de utilizar cada metro
cuadrado, como puede apreciarse por ejemplo en megamuseos tipo Tate Modern en
Londres, el MoMa de Nueva York o la franquicia Guggenheim, y en la Ciudad de
México el Soumaya, que dedican cada vez más espacios a cafés, tiendas de
regalos y pancartas de patrocinadores corporativos. También se encuentran los
edificios de tipo plurifuncional como es el caso del Reforma 222, Puerta
Alameda, Antara Polanco, Parques Polanco, entre otros que cuentan con espacios
para trabajar, abastecerse y de entretenimiento, todo en un mismo lugar.
Tradicionalmente
la esfera pública era atendida por la Secretaría de Obras Públicas: los
gobiernos empleaban a los arquitectos para diseñar escuelas, bibliotecas,
viviendas, hospitales, mercados, infraestructura, etcétera; todas las obras
habrían de ser administrados por el gobierno en el futuro inmediato, y que por
tanto estaban exentos de las presiones del mercado.
Con el
asenso de las políticas privatizadoras y las subcontrataciones, en décadas
recientes, la arquitectura se ha enfrentado a retos tan exigentes como las
obras públicas; es por ello que en algunas ocasiones me hago la siguiente
pregunta ¿Dónde se encuentran hoy los edificios construidos para el usuario?
Desafortunadamente hay muy pocos. Todavía existen arquitectos con conciencia
social que han dejado la práctica profesional para instalarse en los márgenes:
como en la reconstrucción de Haití posterior al terremoto, en Nueva Orleans destruida
por el huracán Katrina o en Kosovo luego de sus conflictos, entre otros casos.
Si los
arquitectos fueran capaces de concebir nuevos programas y modelos en las obras
que giraran en torno a la capacidad transformadora de la arquitectura,
seguramente tendríamos mayores oportunidades de ver nuestras ideas realizadas,
jugando el papel de las necesidades del consumo, al tiempo que se insertaran
programas o espacios para el beneficio del usuario. La arquitectura puede
combinar los dos roles que se le exigen: servir al desarrollador, por una parte
y a la sociedad, por la otra.
Es también
importante no confundir este fenómeno de la arquitectura de consumo social con
lo particular, entre lo público y privado, de obras de autor y sin autor.
Diversas opiniones han celebrado que la crisis económica global es también una
señal de “el fin del exceso” y el comienzo de una nueva era de arquitectura
local, responsable y a pequeña escala. Nos enfrentamos en este momento a retos
verdaderamente enormes como el cambio climático,
sociedades envejecidas, migración global y pobreza, que requieren por igual de
respuestas audaces de la comunidad de diseñadores. La capacidad visionaria de
la arquitectura consumista debería estar dirigida a los usuarios para afrontar
estas necesidades de manera conjunta con las autoridades y particulares para
obtener buenos resultados.
Marzo,
2013
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