El paseo y las tazas. Por Fernando Vázquez Ramos


El paseo y las tazas. Por Fernando Vázquez Ramos

El curador Ernesto Betancourt organizó la exposición temporal “Tazas Reforma: Despierta a la vida”, que ocupa una de las banquetas del Paseo de la Reforma, desde la Torre Mayor hasta la fuente de la Diana. La muestra fue organizada para conmemorar medio siglo de la empresa Nescafé en el país, que por esta razón la patrocina. La propuesta guía fue, según el curador, la de representar la construcción de la capital a través del montaje de pequeños pabellones, 4 m2 y no más de 4 m de altura, en los cuales era obligatorio usar tazas de café, nada menos que 12 mil de ellas en total, como un símbolo evidente del patrocinador, pero también como un elemento de unificación de la temática de la exposición.

Participaron siete arquitectos y un diseñador industrial, cuyos trabajos fueron considerados como representativo del esfuerzo de construcción de la ciudad de varias generaciones: desde el veterano Francisco Serrano (1937) hasta el más joven Alejandro Quintanilla (1984). Los otros participantes son: Mario Schjetnan (1948), Bernardo Gómez-Pimienta (1961), Michel Rojkind (1969), Fernanda Canales (1974), Manuel Cervantes (1977) y el diseñador industrial Alejandro Castro (1983).

Antes de comentar la exposición me gustaría llamar la atención sobre el espacio donde se encuentra: el Paseo de la Reforma. Aunque los habitantes de la ciudad ya están acostumbrados a ver en este paseo exhibiciones de las más diversas, me parece importante, como extranjero, reconocer en este espacio urbano la consolidación de un verdadero palco representacional del connatural sentido plástico de los mexicanos. Me pareció muy interesante encontrar, junto a la muestra de las “Tazas” los restos de otras exposiciones, como la de las sillas y sofás, o que el espacio era compartido con “alebrijes” que inyectaban colores y formas radiantes a la avenida. También, los austeros bancos de piedra del siglo XIX, además de otras tantas esculturas, completan el panorama de un espacio pleno de vitalidad y de alegría ciudadana, donde personas de todas las condiciones y edades disfrutan juntas de estas manifestaciones artísticas, al mismo tiempo que andan de bicicleta o a pie, platican o se abrazan, sacan fotos o simplemente se deleitan con entrar y salir de pabellones construidos con tazas de café.

Los pabellones pueden ser divididos en varias tipologías. La más evidente es la que los agrupa en los que usan las tazas como elementos de revestimiento (Serrano, Quintanilla, Rojkind) y los que no (todos los otros); o los que integran elementos verdes (Schjetnan, Cervantes, Rojkind) y los que no (todos los otros). Tenemos también los que actúan de manera diferenciada, esto es, aquellos que se oponen a todos los otros, como el caso del pabellón de Cervantes, que es totalmente cerrado al paseo, cuando todos los otros son abiertos y tranparentes integrando e integrándose a lo que acontece en su entorno; o el de Castro que es el único realmente interactivo, esto es que requiere para tener algún sentido que las personas lo accionen (en este caso para que suene). Todos los otros son pasivos, solamente permiten (y no necesariamente incitan) ser atravesados. Algunos son flotantes y construyen principalmente un techo (Castro, Rojkind, y parcialmente Canales), otros son escultóricos (Gómez-Pimienta, Quintanilla) y otros usan las tazas de forma estructural (Gómez-Pimienta, Serrano). Pero, curiosamente, ninguno depende de las tazas para ser. En todos ellos podríamos substituir las tazas por otros recipientes (vasos o macetas) o, todavía simplemente eliminarlos (Serrano, Quintanilla, Rojkind) que nada cambiaría al pabellón. Esto nos debería ayudar a pensar un sentido antiguo de la arquitectura, el de la decoración. Como decía John Ruskin en 1849, “la arquitectura es el arte que así dispone y adorna los edificios construidos por el hombre”.

Noviembre, 2012

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