El año 2011 lo despedimos con la partida de Ricardo Legorreta, uno de los referentes de la arquitectura mexicana contemporánea más importantes. El lugar común es decir que era el mejor discípulo de Luis Barragán, por las características de su obra llena de color, predominio del macizo sobre el vano, y la búsqueda de espacios que apelaban más a la emoción, que a cualquier disquisición racional. Así pensaba, cuando hace poco más de veinte años, tuve la oportunidad de asistir a una de sus conferencias y preguntarle qué opinaba sobre eso. Su respuesta entonces me sorprendió mucho, cuando dijo que de Barragán apreciaba más su relación de amistad, y que de quien si reconocía una influencia definitiva, era de José Villagrán García, con quien había trabajado en su juventud.
En aquella conferencia también me llamo la atención la manera de presentar su obra, que consistía en hacer un paralelismo entre algún ejemplo de arquitectura colonial o popular, y la suya propia, es decir en la pantalla a la izquierda había un referente y a la derecha la reinterpretación del mismo, con sus proyectos. Lejos de verse forzado y tramposo como recurso de exposición, lo cierto es que si evidenciaba una lectura sabia de esos elementos, traducidos en una obra contemporánea contundente, pero a la vez llena de contenido histórico. Esa explicación sobre su trabajo, sonaba mucho más consistente, que la de la mayoría de obras que en esa época se hacían, a tres años de la muerte de Barragán, y que reflejaban más la referencia obvia de ciertos elementos arquitectónicos. Por alguna razón, esa moda “barraganiana” se diluyo en pocos años, y Ricardo Legorreta pudo mantenerse al margen y consolidar sus propuestas y alcanzar un lenguaje propio. No obstante, de aquel momento, cuando su hijo Víctor ya lo acompañaba, el despacho se convertiría en Legorreta + Legorreta, ante una demanda impresionante de obras a nivel nacional e internacional, que convirtieron a la oficina, en una marca y sello, de consumo local y externo. La pregunta es, ¿qué pasara con la oficina y Víctor Legorreta después de concluir las obras empezadas con su papá?, ¿la fuerte demanda se mantendrá y la nueva cabeza del grupo, seguirá repitiendo la formula o buscara nuevos caminos?
Respuestas, que solo con el tiempo podremos dilucidar, pero que con lo realizado por el despacho en la última década, algunas reflexiones podemos hacer. Ricardo Legorreta fue capaz de hacer obras maestras, como los hoteles Camino Real de Polanco e Ixtapa entendiendo el sitio y el paisaje, pero también propuestas fallidas como los hoteles de Huatulco, Cancún, el Centro Nacional de las Artes, Plaza Juárez y el Posgrado de Economía en la UNAM, donde no hizo más que repetirse. Sus inserciones internacionales, no dejan de tener interés, como la plaza en el centro de Los Ángeles, California, la casa de Japón y un centro comercial en San Salvador, entre otras. Ante la vastedad de los encargos recientes, parecería que la calidad no siempre se ha podido mantener y la “marca Legorreta” ha tenido sus altibajos. Sin embargo, hay que reconocer las convicciones de un arquitecto que tuvo que enfrentar el encasillamiento de su obra, con la del maestro Luis Barragán, y pudo labrarse su camino e identidad. Tal vez, lo que nos queda como tarea a sus sobrevivientes, es valorar y analizar su arquitectura, no como la única vía, pero si como una de las más significativas.
Enero, 2012
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