Aunque las estructuras construidas con tierra cruda tienen una larga historia en todo México y en nuestros días siguen siendo habitadas por mucha gente, son despreciadas por considerarse un símbolo de pobreza y atraso. Por esto, día con día somos testigos de su demolición y substitución por edificios hechos con materiales industrializados, que se consideran más prestigiados, a pesar de su alto costo, su rápido deterioro y su nocivo impacto ambiental.
No es fácil convencer a la gente de la singularidad de las estructuras térreas ya que, como hay tantas y aparentemente son tan fáciles de hacer, se piensa que no tiene sentido conservarlas. Así, sus habitantes las alteran o destruyen sin remordimiento e incluso, a veces, con cierta satisfacción por pensar que su reemplazo por obras “modernas” es una forma de progreso.
Sin embargo, en muchos países desarrollados desde hace varias décadas se han dado a la tarea de recuperar las formas tradicionales de construir con tierra cruda y se llevan a cabo modernas obras de todo género y tamaño.
Paradójicamente, en la mayoría de nuestras regiones en las se conserva una gran variedad de inmuebles de adobe, bajareque o tapia, y donde incluso siguen activos muchos artesanos que conocen las tradiciones para su construcción, no se reconocen sus cualidades ni son motivo de estudio.
Se tiene la falsa idea de que las obras de tierra no son resistentes pero la realidad es que existe una inmensidad de ejemplos de edificios que han sobrevivido desde hace tres o cuatro milenios, lo que es la mejor prueba de su durabilidad.
Pero no se trata sólo de un asunto de arquitectura del pasado, de recuperación de las tradiciones o de pretender que la gente viva como en la antigüedad. El planteamiento consiste en conservar y revitalizar la construcción con tierra para poder aprender las técnicas que han sido utilizadas en el pasado, no para repetirlas por motivos románticos sino para incorporarlas a las necesidades de la vida cotidiana. De este modo se podrá evitar que el mundo se siga contaminando y los recursos naturales destruyendo.
Se sabe que el 40% de la generación de residuos —muchos de ellos muy contaminantes— provienen de la construcción. Del mismo modo, cerca del 40% del CO2 que contamina el aire y que incide en el cambio climático se deriva de la fabricación industrial de materiales constructivos.
En cambio la edificación con barro crudo es la más ecológica porque para hacerla se utiliza uno de los componentes que más abundan en la corteza terrestre, cuyos sistemas de extracción y transformación son sumamente sencillos y no contaminan en ninguna de sus fases.
Los procesos constructivos utilizan la fuerza humana y el nivel tecnológico requerido para su elaboración o reparación es muy sencillo, por lo que los usuarios pueden realizar ambas tareas sin problema.
Asimismo, debido a la capacidad que tienen las arcillas para intercambiar agua con el medio ambiente, así como la masividad de las paredes, los espacios se vuelven muy confortables tanto en zonas frías como calurosas.
Y por último, al terminar su vida útil, la tierra puede ser reciclada para edificar nuevamente o, simplemente reintegrarse a la naturaleza sin contaminarla.
Es necesario hacer todo lo posible para conservar la arquitectura de tierra que aún pervive, y para recuperar la tradición de su construcción. Ambos elementos son parte de nuestro patrimonio cultural e identidad. Pero no sólo eso, su valoración va a permitir que las generaciones futuras se den cuenta de sus cualidades económicas y ecológicas de manera que cada día podamos ver más obras nuevas hechas con tierra, con lo que se elevará la calidad de vida de sus habitantes y se podrá prever un mejor futuro para todos.
Febrero, 2012
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