Arquitectura y Estado en la ciudad de México, discontinuidades. Por Fernando Minaya Hernández

La arquitectura institucional en México tiene una tradición que nace con el Estado moderno mexicano, esto fue a principios de siglo XX con la revolución mexicana. Sin embargo, el inicio del desarrollo edilicio para las instituciones públicas, fue hasta la década de 1940. Se crea el IMSS y se fomenta la infraestructura hospitalaria; también se funda el CAPFCE  y con esto una gran cruzada de construcción de escuelas primarias, secundarias, normales, y tecnológicos a nivel nacional; así mismo la Dirección de Pensiones realizó los primeros conjuntos habitacionales de mayor alcance, los multifamiliares. Posteriormente entre las décadas de 1950 y 1960 fueron las más prolíficas en los rubros de salud, vivienda, educación, seguridad social; equipamiento deportivo, abasto y administración pública. Sin bien fue numerosa la arquitectura producida, también su calidad arquitectónica, la cual utilizó los preceptos del movimiento moderno en sus propuestas: racionalismo y funcionalismo.

Después de 1970 surge una tendencia singular en la arquitectura mexicana, el monumentalismo, aplicado a muchos géneros arquitectónicos, con una visión de Estado adjetivado por su grandeza, autoritario, paternalista, en una supuesta consolidación y estabilización del  país, y con la idea de un futuro prometedor, lleno de oportunidades y riquezas; ideales reflejados en la arquitectura hacia la sociedad. No obstante desde entonces prevalece la discontinuidad, de ese Estado casi perfecto, en  la actualidad se encuentra en un letargo ideológico social, político y económico; en ello radica su atraso y problemas en las formas para afirmarse y quedando a merced de los intereses de los grupos minoritarios y poderosos. Por lo anterior, la contribución del Estado en la arquitectura se ha reducido, genera proyectos para los sectores que controla, y en los demás solo los regula.

La arquitectura de las dos últimas décadas ha sufrido los embates de diversas tendencias, las cuales no contribuyen a expresar el carácter de sus instituciones. Unas viven en el recuerdo a las políticas públicas posrevolucionarias, otras incentivan la especulación y usufructo de los bienes públicos como privados; sin olvidar a quienes solo les interesa el beneficio del poder estatal; para al final solo producir una arquitectura banal y de baja calidad. La visibilidad que da la arquitectura hacia la sociedad, a través de la ciudad es determinante; ella establece la pauta de crecimiento del país, su producción es sinónimo de prosperidad, refleja las aptitudes de la nación. Pero esto puede tener dos caras: la propositiva, manifestada en los años posteriores a la revolución y hasta la década de 1970 la cual representó  un camino con más aciertos que limitaciones; y la autoritaria que se comporta de manera neutral, apática, plural, flexible, y trata de ser democrática, por consiguiente permite la suposición y el azar. Como resultado, la arquitectura institucional de 1990 a la fecha, refleja profundas transformaciones e intenta romper con la historia reciente, pero a su vez no puede abstraerse del dominante siglo XX.

Diciembre, 2011


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