Colegio Gerardo Molina de Giancarlo Mazzanti, Bogotá, Colombia. Por Karla Gutiérrez Arenas

Este colegio forma parte de un programa de construcción de escuelas públicas que se ha ido desarrollando en Colombia a lo largo de poco más de 10 años, a través de concursos públicos y en respuesta a la necesidad de espacios educativos de calidad en las zonas menos favorecidas del país, principalmente en ciudades como Medellín y Bogotá.

Ubicado en la localidad de Suba, al norte del Distrito Capital de Bogotá, este edificio enfrentó importantes retos en su planeación y en su concepción. El emplazamiento estaba inmerso en un sitio caracterizado por problemas de violencia, pobreza, desintegración y marginación de la sociedad, por mencionar algunos; a su vez el contexto estaba constituido por auto construcciones de viviendas y comercios, elaboradas en su mayoría por muros de tabique de barro, sin un planteamiento urbano definido.

La respuesta a este caótico panorama resulta en un proyecto igualmente intrincado que se puede entender mejor si primero se descompone en sus partes y después, estas partes, se vuelven a unir como una sucesión de posibilidades infinitas.

Las formas y los espacios que conforman este edificio se basan en un sistema de repetición de módulos que se pueden adaptar a las condiciones del terreno y del diseño. Existen tres módulos principales: en el primero se agrupan 3 aulas y se colocan en planta baja; en el segundo módulo se crean las salas de maestros y las aulas especiales (laboratorios, salas de arte, etc.) que ocuparán los segundos pisos. El tercer elemento son los cuerpos de remate, estos definen el acceso, los espacios comunes (biblioteca, comedor, oficinas) y la vinculación del edificio con la calle.

En este caso se plantearon 10 bloques de aulas en planta baja, con 8 de salas especiales en planta alta, acomodándose cada uno de forma irregular en el terreno, uniéndose por medio de piezas conectoras que definen el ángulo y la disposición de cada módulo, formando una serie de conexiones que rematan en sus extremos con dos bloques atípicos.

Intencionalmente se crean muchos remetimientos y esquinas en todo el proyecto haciendo que los bordes de la construcción nunca coincidan con el alineamiento. Esto genera jardines exteriores para que los mismos habitantes de la zona los aprovechen. El espacio, en este sentido busca formular un lenguaje dinámico e incluyente hacía el exterior. Existe un mensaje claro por parte del arquitecto: hacer partícipe a la comunidad de los eventos que ocurren en su interior.

Al interior, también se favorece la aparición de espacios vacíos entre las aulas, que se van abriendo y cerrando dependiendo de la disposición en planta, van creando sub-espacios y son considerados como lugares de encuentro, extensión de las aulas o lugares de recogimiento. Al ensamblarse todo el conjunto se percibe un intento por darle a cada recorrido una espacialidad y un remate distinto.

El volumen, en su totalidad, se erige como una estructura lúdica dentro de su entorno, conservando alturas pero proponiendo materiales contrastantes con el tradicional uso en la zona del tabique rojo: se hace uso del concreto para los muros de las aulas; una especie de membrana de madera, sobre una estructura metálica recubre toda la planta baja y crea una relación directa entre el interior y el exterior; los cuerpos de los segundos pisos están recubiertos por piedra laja negra con variantes en su tonalidad entre rojo, naranja y crema; los pisos se recubren con vinilos en rollo de varios colores que diferencian usos y servicios; vidrios de color que remarcan las zonas comunes y le dan una vida distinta a esos espacios;  adoquín en los patios.

Al diseñar este proyecto se pensaron en espacios individuales; su resolución adecuada y funcional; y la adaptación de estos modelos a distintas condiciones del terreno para, a partir de esto, crear un prototipo de futuras escuelas. En este punto habría que preguntarse acerca de las conveniencias de repetir un mismo modelo constructivo que, aunque funcionalmente adecuado y morfológicamente distinto, no propondría nada nuevo porque se encontraría repitiendo la misma fórmula o si realmente el arquitecto podría dar una nueva propuesta a partir de estos mismos esquemas y crear con esto la imagen de los nuevos colegios de Bogotá.

Confieso que en un primer acercamiento a este trabajo, me pareció una obra que bien podría haber sido concebida para un paraje europeo. Pensé que no iba a lograr encontrar una conexión que me llevara a pensar esta obra como una arquitectura colombiana, sin embargo al irme aproximando a ella, descubrí que este era un edificio que confiadamente busca proponer una nueva arquitectura mediante el uso de un lenguaje moderno y propositivo, en concordancia con su tiempo, reinventando la tradición y respondiendo a las necesidades de la población.

Las formas que se generan con esta propuesta se distinguen en su entorno de la misma manera que su contexto inmediato, de forma irregular y un tanto caótica. Pero como en todo caos hay un orden, es más claro descomponer el todo en sus partes y encontrar la fundamentación del proyecto con base a unos simples módulos, que al cambiar constantemente de dirección parecen querer significar también los cambios que la sociedad exige. El arquitecto muestra un compromiso social buscando siempre la integración y la superación; y utiliza a la arquitectura como móvil para este fin.

Septiembre, 2011

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