Del palacio al monumento. Por Fernando Minaya

A finales de 1829 se construyó la primera Cámara de Diputados, en el interior de Palacio Nacional en la Ciudad de México. En 1872 sufrió el conjunto un incendio que afectó de manera directa al recinto, construido por el arquitecto Agustín Paz. Posteriormente la Cámara fue trasladada al Teatro Iturbide, de igual forma fue devastado por el incendio de 1909, por tal motivo se ordena la construcción de un recinto provisional en el mismo lugar, con la finalidad de esperar el termino del nuevo Palacio Legislativo Federal, en la colonia Tabacalera. En 1897 se había publicado la convocatoria para un concurso internacional para realizar el proyecto del nuevo congreso de la Nación, el resultado fue una adjudicación directa al arquitecto Émille Bénard después de varias deliberaciones del jurado, y donde el mismo arquitecto de origen francés fue parte. El proyecto se asentaría en la recién nombrada Plaza de la República, pero las obras se interrumpieron en 1910, debido al movimiento revolucionario y quedaría en el olvido por más de dos décadas.
Tras el abandono, en 1933 comienza las obras para rescatar la estructura resultante del malogrado proyecto del Palacio Legislativo porfiriano. La idea fue del arquitecto Carlos Obregón Santacilia, bisnieto de Benito Juárez, quien propuso un monumento y mausoleo dedicado a la Revolución Mexicana. El diseño incluyó la utilización de materiales, que para entonces se habían vuelto populares en las obras públicas: recinto y cantera representaban  a la cultura nacionalista implantada por los gobiernos posrevolucionarios; las raíces e historia del pueblo plasmada en dichos materiales. Aunado a lo anterior, también se incorporó la obra de Oliverio Martínez, a través de cuatro grupos escultóricos, que representan a la independencia, las Leyes de Reforma, las Leyes Agrarias y las Leyes Obreras.
El monumento concebido Obregón Santacilia resulto ser uno de los grandes protagonistas de la arquitectura nacionalista del periodo; y abrió camino hacia una arquitectura del poder en México, representativa de la época moderna. El Monumento a la Revolución reúne varias historias relevantes, por un lado la evolución de los palacios legislativos del país, y por el otro, la conmemoración de movimiento social y político ineludible, que otorgó a los mexicanos un cambio radical respecto a las estructuras previas a la Revolución Mexicana.
El monumento representa la accidentada historia de un modelo de democrático nacional, que el porfirismo autoritario quiso retomar, pero que paradójicamente el nacionalismo posrevolucionario terminaría apropiándoselo de otra manera. El recinto se convertiría en el homenaje a la lucha del pueblo mexicano por su soberanía y libertad. Este próximo 20 de noviembre festejaremos el centenario de la revolución, y en cierta medida la caída del porfirismo en 1910 y su exorbitada pretensión suntuaria. El monumento finalmente se inaugurará (cuando se concluyó en 1938 no hubo ninguna ceremonia equivalente). Para tal efecto, el monumento y todo su entorno, han pasado por una intervención profunda en los últimos meses, donde el gobierno de la ciudad pretende revitalizarlo y así rescatar un espacio público degradado y olvidado. Veremos qué pasa, con todo y la polémica de su nuevo elevador panorámico y transparente, agresivo para unos, y espectacular para otros.

Noviembre, 2010.


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