La vacuidad discursiva del
premio Pritzker
Javier Caballero Galván*
Zona residencial de Banqiao, foto Nam Goongsun
Este 2024, Riken Yamamoto fue elegido ganador del
prestigioso premio Pritzker, y, como todos los años, la Fundación Hyatt emitió
una justificación escrita sobre la distinción. Sabemos de antemano que en el
oficio arquitectónico, es siempre un amplio grupo de personas el que hace
posible una obra, pero la obsesión por poner toda la responsabilidad en una
sola no sólo es el eje sobre los que se han creado los premios y
reconocimientos, sino el axioma principal sobre el que se levanta la disciplina
en nuestro tiempo. En efecto, al llamado “nobel de la arquitectura”-que
vanagloria y ensalza al genio creador-, le resulta muy complejo justificar por
qué tal o cual profesional amerita el reconocimiento; en realidad, hace
“malabares” discursivos para intentar velar la arbitrariedad de la nominación y
coadyuvar a mantener intacto el sistema mismo sobre el que opera la disciplina.
Sabiendo entonces que la idea renacentista de la creación
ex nihilo es, en pleno siglo XXI, una verdadera farsa, el jurado
construye un discurso apologético del ganador e intenta explicar por qué su
creación, que no le debe nada a nadie, vale la pena mencionarla y distinguirla.
Y justo por esa paradójica condición, es que tal “justificación” es un conjunto
de palabras que muy poco dicen y que abruman con su cínica vacuidad. Impresiona
de hecho la cantidad de lugares comunes utilizados para convencernos de la
“genialidad” de una obra que, de hecho, tendría que hablar por sí misma, y es
cuando menos, significativo que tenga que hacerse una declaración escrita para
tal efecto. Tal vez, lo que hay en el fondo, no sea del todo aceptable y tenga
que recurrirse a ello para intentar velar una realidad inocultable, esta es, la
de un objeto arquitectónico que es hoy por hoy una simple y llana mercancía. Así
que tal vez difuminarla a través de la falsa idea según la cual la arquitectura
es un instrumento de cambio social, no sea más que una estrategia.
Pero veamos la llamada citación del jurado, la
cual argumenta así la razón por la cual se decidió otorgar el premio al
arquitecto chino: “En su larga, coherente y rigurosa
carrera, Riken Yamamoto ha logrado producir arquitectura como fondo y primer
plano de la vida cotidiana, desdibujando los límites entre sus dimensiones
pública y privada y multiplicando las oportunidades para que las personas se
encuentren espontáneamente, a través de estrategias de diseño precisas y
racionales.” (https://rb.gy/n037bo) En primer lugar, la
arquitectura siempre ha sido fondo y primer plano de la vida cotidiana; no
existe un solo edificio que no lo sea, aunque ello sea un oxímoron. Todo
espacio habitable es secundario en la vida de las personas -solo quien se
dedica a la construcción la tiene siempre presente-, y paradójicamente se
mantiene siempre interactuando con nuestras actividades. Así que proyectar y
construir un edificio que no sea fondo y primer plano es completamente absurdo.
De hecho, son las personas que habitan y experimentan las estructuras
espaciales las que en todo caso producirían este efecto, pero nunca quien
diseña.
En segundo lugar, desdibujar los límites entre lo público
y lo privado, es discursividad pura. Se trata de una división que no se deshace
porque se exhiba un interior, o porque uno pueda asomarse a un jardín privado para
ver qué hacen sus propietarios. La división público-privado es una dicotomía
creada por la modernidad para su propia materialización. De hecho, es su
soporte. Sólo así, la ciudad capitalista tiene la forma que tiene y puede
contribuir a impulsar su propia existencia. Es una distinción axiomática que no
puede ser disuelta, y mucho menos por un simple edificio. Consideramos que se
trata más bien, de un eufemismo que evita mirar el fondo del problema, a saber,
el de la propiedad privada -paradigma de la modernidad capitalista- que despoja
a la mayoría de las poblaciones de sus territorios y del control de sus propios
recursos. Incluso, la idea misma del espacio privado es justo el factor que ha
destruido la base comunal.
Lo terrible es que la argumentación del jurado se basa en
que el arquitecto chino, con su forma de configurar el espacio, fomenta la
comunalidad. Argumenta Alejandro Aravena: “Al difuminar cuidadosamente el límite
entre lo público y lo privado, Yamamoto contribuye positivamente más allá del
encargo para permitir la comunidad.” Como si ello dependiera del arquitecto y
no del contexto social de la obra o de las personas, que así como lo expone el premio
Pritzker y jurado, tal parece que estas son meras marionetas que actúan como lo
dispone el arquitecto(a). Bajo esta línea argumentativa, una ciudad sin plazas
públicas impediría la vida social, algo que, en realidad, no ocurriría. Es importante tener claro que poner un
cristal en lugar de un muro, no “desdibuja” per se una significación
espacial anclada en el duro orden simbólico de la modernidad. Así lo demuestran
las vitrinas que exhiben los centros comerciales y que, invitando a comprar,
terminan reforzando la imposibilidad económica de hacerlo. De hecho, los
edificios de cristal, son justo aquellos que menos invitan a producir
comunidad, pues siempre hay una mirada vigilante que está atenta a disuadir los
usos distintos que puedan las personas improvisar.
Y, en tercer lugar, vale la pena reflexionar la forma en
que se justifica esa supuesta producción de comunalidad, esto es, a través de
“estrategias de diseño precisas y racionales”. No se especifica en qué
consisten, pero lo que sabemos es que son efectivas porque así lo señala el
jurado. Ello significa entonces que, si las personas no se encuentran
espontáneamente en los espacios diseñados por miles de arquitectos alrededor
del mundo, es porque no han aplicado una estrategia precisa y racional. Para
colmo, la resonancia de esta vacuidad discursiva, llega a las revistas de
difusión arquitectónica cuyos editores y columnistas la toman como si se
tratara de una verdad revelada. Así por ejemplo Elizabeth Fazzare de AD
menciona (https://rb.gy/5j92ff): “Esta filosofía puede verse en los proyectos de Yamamoto en
todas las tipologías, desde viviendas que incluyen terrazas que abarcan varias
unidades o patios compartidos con el público hasta espacios normalmente
inaccesibles para los extranjeros.”
Al parecer, la columnista
quiere ignorar que el Movimiento Moderno ya había experimentado en esa
dirección sólo para darse cuenta que la arquitectura por sí misma no puede producir
ni controlar ninguna conducta social, y que, en todo caso, ésta recae en manos
de la historia de una comunidad, de su condición económica y política, y de su propia
organización. Sólo así es posible explicar que una terraza o un patio
compartido puedan producir comunalidad, pero dista de serlo si estas
configuraciones espaciales se realizan en sociedades altamente diferenciadas y
con una larga historia de desigualdad.
El final es sencillamente una
joya: “Creó conciencia en la comunidad sobre la responsabilidad por las
necesidades sociales; cuestionó los principios arquitectónicos y escudriñó cada
iniciativa arquitectónica; y, sobre todo, nos recordó que en la
arquitectura, como en la democracia, la forma en que se da forma al espacio
debe ser decidida conjuntamente por la gente. Por ello le otorgamos el
Premio Pritzker 2024.” (Las cursivas son mías). Y subrayamos la comparación que
se establece entre arquitectura y democracia, por la cantidad de interpretaciones
a la que se sujeta. Creemos de hecho, que son dos conceptos que se dan la
espalda, porque justo en la modernidad capitalista ha sido justo cuando
arquitectos(as) y planificadores(as) urbanos han desdeñado por completo la
opinión, la experiencia y la voluntad colectiva, y la han cambiado por el poder
del dinero y por la voluntad de los dueños del territorio. En fin, tal vez si el
premio se asignara sin ninguna explicación -sin ningún discurso emitido por un
jurado a modo-, al menos contaría con la sinceridad y la transparencia que le
otorgaría su propia discrecionalidad.
*Arquitecto
y estudiante del Doctorado en Ciencias y Artes para el Diseño de la UAM
Xochimilco.
Abril, 2024
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