Del eclecticismo al funcionalismo


Elisa Itzel Velázquez Benítez*

 

El final del siglo XIX y el inicio del siglo XX presenta importantes cambios, así como la búsqueda de una identidad propia, fuera de la sombra del neoclasicismo.  Es así como aparece el eclecticismo, cuyo nombre significa “escoger”, brindando al diseñador la libertad y flexibilidad de los estilos a combinar de acuerdo a lo que se deseaba comunicar y en función de cada espacio. Esta corriente se presenta como un respiro para los artistas y diseñadores de la época al romper con la academia, permitiéndoles salir de la sombra de los clásicos. A cambio de un sentimiento de melancolía y añoranza del poder de la naturaleza, debido a los avances de la industria.

Hay un punto de quiebre, aparecen nuevas tecnologías y materiales, pero el hombre se separa de la naturaleza. Este sentir se representa en muchas pinturas de paisajes de la naturaleza del romanticismo. Posteriormente nace en Francia el Art Nouveau, corriente que abarca ámbitos como la arquitectura, el diseño industrial y la pintura. Una de las principales características de esta corriente es el uso de nuevos materiales como el acero y el vidrio para tratar de imitar las formas de la naturaleza. Se podría pensar que se retoma el sentir de los artistas del romanticismo.

Uno de los mayores representantes de este movimiento fue Antonio Gaudí, el cuál abarco desde la arquitectura hasta el diseño de mobiliario. Una obra representativa de él es la Sagrada Familia, iglesia que hasta nuestros días sigue en construcción, y cuya torre más alta busca igualar la altura del monte más alto de Barcelona, pero no superarla por ser la obra de Dios. En la misma ciudad también se encuentra la Casa Batlló, la cual tiene un dragón descansando en su techo, pero el interior da la sensación de encontrarse en lecho marino, rodeado de agua, corales y conchas. Con esto Gaudí nos transporta a la solemnidad de un bosque formado de grandes árboles a través de la Sagrada Familia, para después viajar a las mágicas aguas del océano, dos paisajes de la ciudad de Barcelona.

Pero el Art Nouveau presenta algunos problemas, debido a que es poco rentable, y no cubre la necesidad de aumentar los niveles para el constante aumento de la población. Por lo que para cubrir esta necesidad nace la Escuela de Chicago, fundada por Louis Sullivan, esta corriente se abre a la arquitectura industrial al permitir el fácil transporte de materiales y equipos por las líneas férreas, así como por las nuevas tecnologías constructivas que permitían construir más alto. La funcionalidad comienza a tomar importancia sobre el ornamento, y esto lo remarca Sullivan en su ensayo “El edificio en altura considerado como arte”, donde enumera los elementos de un rascacielos: la base, los pisos de oficina siempre iguales y el ático.

La escuela de Chicago deja algunas pautas para el Funcionalismo, corriente que marca la nueva tipología de la vivienda, muchas concebidas por Le Corbusier, uno de sus máximos representantes, entre ellas la emblemática Villa Savoye. La función es el tema central al momento de construir, dejando completamente de lado la ornamentación, de igual manera se pretende partir de cero, negando las preexistencias, para crear utopías urbanas con las que se busca generar ciudades con edificios en altura, un nuevo “skyline”. 

Desde el eclecticismo se comienza a ver la preocupación de algunos por la separación de la ciudad de la naturaleza, y por desgracia es un problema que hasta nuestros días está presente. En la búsqueda de la innovación, perdemos espacios para la convivencia que propicien una mayor calidad de vida.

Febrero de 2025.

 

*Estudiante de arquitectura, X trimestre. UAM Xochimilco.




 

 

 

 

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