Con
bardas, no hay paraíso*
Juan Carlos Rojo Carrascal**
La caída del muro de Berlín, en noviembre de 1989, ha sido
la más simbólicas de las fronteras derribadas en el mundo. Este hecho unió
familias que por décadas estuvieron separadas. Lejos de aprender el poco
beneficio que las fronteras nos ofrecen a la humanidad, seguimos construyendo
más bardas, rejas y alambrados mientras, paralelamente, hacemos menos puentes,
plazas y caminos de comunicación. Algo similar ocurre también dentro de las
ciudades. Las bardas y las divisiones proliferan y fragmentan cada vez más las
urbes.
La calle donde vivo hace más de veinte años, por ejemplo,
tiene una absurda barda que la atraviesa para dividir dos colonias (Villas del
Río y Bosques del Río) algo que no debería suceder, una barda que impide a
muchos vecinos gozar de un parque cercano o llegar con facilidad al río.
También limita el camino a los jóvenes para ir andando a la escuela. Eso se
repite infinidad de veces en muchos partes de la ciudad donde se separa
continuamente a sus habitantes y se impide promover la caminabilidad y la socialización
entre la gente; además de limitar la autonomía de los niños y de las personas
mayores.
En Culiacán podría contar infinidad de “fronteras urbanas” que se han construido sin sentido. La reja que rodea Catedral es un ejemplo que hasta la fecha lo único que ha generado es más espacio de inseguridad. La kilométrica cerca que rodea el Parque Culiacán 87 solo ha servido para limitar el acceso a mucha gente que vive cerca de este lugar que para llegar caminando ahora tienen que hacer rodeos o encontrar aquellas “entradas clandestinas” que afortunadamente han surgido por necesidad pública.
En los hogares, es común construir una barda al frente de
sus casas para tener “mayor seguridad” y lo único que se logra es generar mayor
inseguridad en la calle. Jane Jacobs siempre dijo que la mejor vigilancia del
espacio público serán los ojos de los vecinos. Hacer fachadas “transparentes”
con rejas o setos, que permitan a la gente ver al exterior desde sus casas
generará siempre barrios más seguros. Cuando las fachadas se convierten en
bardas continuas con herméticos portones que “divorcian” lo privado de lo
público, se pierden valiosos vínculos sociales entre vecinos.
Otro ejemplo que me toca experimentar constantemente es la
ruta que acostumbro a usar en bicicleta desde Villas del Río a Ciudad
Universitaria. Me gusta cruzar la colonia Recursos Hidráulicos, llego rápido al
bulevar José Limón, aunque antes requiero cruzar la vía del tren y un estrecho
puente -que pocos conocen- que salva el arroyo pluvial que viene del Mercado de
Infonavit. Este puente no llega a nivel del otro lado y se debe escalar una
incómoda escalera que frecuenta mucha gente que sale de esta colonia para
utilizar el transporte público en José Limón.
Un ejemplo interesante es el llamado Distrito Tec en
Monterrey donde con el lema “el lugar donde se vive el poder de los
encuentros”. Las autoridades del Tecnológico de Monterrey lo primero que
hicieron fue retirar las rejas que delimitaban el campus e impulsar el
desarrollo de espacios de convivencia entre universitarios y vecinos del
barrio. Algo que podría suceder en Ciudad Universitaria en Culiacán donde la
barda perimetral solo provoca aglutinamientos en las entradas que
afortunadamente siguen siendo totalmente públicas. ¿Por qué no pensar en un
proyecto que unifique todo el campus de CU con la gran manzana del Jardín
Botánico y Parque Ecológico? Una calle que una y no una que divida como
actualmente sucede.
En otro ámbito, también existen divisiones que rompen
corredores biológicos importantes. Una calle, una barda o una reja puede
significar la fractura de un ciclo de vida de muchos animales silvestres. Todos
esos animales que amanecen atropellados en las calles son evidencia de ello.
Incluso nos separa a los humanos del goce de lugares con riquezas naturales. El
parque más cercano de mi casa, por ejemplo, lo tengo a setenta metros. De ahí
el río Culiacán está a otros setenta metros, pero la barda que rodea al parque
nos impide llegar al río que, para visitarlo, debo hacer un rodeo mínimo de
medio kilómetro. Como esto, existen muchos ejemplos en la ciudad. Bardas,
rejas, canales, arroyos que impiden la importante conectividad urbana.
Los fraccionamientos privados son otro absurdo urbano que
cada vez más prolifera con el argumento de que ahí se “vive más seguro”.
Conozco muchos casos de gente que se fue a vivir a estos lugares y terminaron
siendo vecinos de quienes antes se cuidaban. Vivir en una privada no garantiza
seguridad y mucho menos tranquilidad. La gran barda del conjunto La Primavera
no me parece que sea un factor que agrega seguridad a quienes viven dentro de
ella.
Los seres humanos vivimos dividiéndonos. Se construyen rejas
para delimitar parques públicos antes de sembrar árboles o trazar caminos en
ellos. Ahora que proliferan los fraccionamientos campestres y la gente quiere
vivir en el campo, lo primero que hacen en sus lotes es rodearlos de bardas y
anular el contacto con la naturaleza que les rodea. Somos una especie que vive
en sociedad, pero a la vez vivimos con permanente desconfianza hacia nuestros
semejantes. Es una extraña condición de vida.
Finalmente, no quiero dejar de mencionar otra mítica
frontera como lo fue la gran muralla China. Se calculan más de 20 mil
kilómetros de una faraónica construcción sobre las montañas que alguna vez fue
símbolo de protección y en la actualidad es atractor de millones de turistas,
luego de ser reconocida como patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Miles de
kilómetros de esta milenaria frontera han desaparecido, cubiertos por la
naturaleza y en algunos casos, sus materiales han servido para construir viviendas
y caminos, que considero, es la mejor forma de aprovechar fronteras.
*Tomado de El Noroeste Culiacán Sinaloa 17.06.2024.
**Arquitecto, Maestro en Arquitectura, Doctor en Geografía y
profesor de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Sinaloa.
Septiembre 2024
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