Etnografía desde el ordenador
Por Jaell Duran Herrera*
En plena era de las video llamadas, hay quienes no irradian
luz desde sus pantallas. Me pregunto si carecen de luz propia.
La vida se ha reducido a un rectángulo en el que nos
asomamos para mantener las distancias y evitar los contagios. Las cámaras se
prenden o apagan de acuerdo con el humor extrovertido o antisocial que
acompañen al zoomita¹ ese día. La acariasis puede llegar a determinar, si es
que nos decantamos por el anonimato cuando participamos en una sesión virtual.
Para recordar a Manuel Delgado, el antropólogo
español, hemos abandonado el espacio de “las estampidas públicas” para
convertirnos en animales privados. Para Delgado, antes de la pandemia, éramos
una especie de múltiples rostros, hoy somos una imagen con “filtros”, con
“fondos verdes” o de escenarios habitados; desplegamos ardides de pantallas
negras.
Es de sorprender el grado de alegría que se puede sentir
tras haber visto en la retícula virtual otra sonrisa como la nuestra. Los
caminos de la gratitud son misteriosos y desconocidos; cuando alguien se atreve
a hablar con la cámara abierta, nos desvivimos en gratitudes; es enorme la
satisfacción que se siente al lograr convencer a alguien de mostrarnos el
rostro. Las señales establecidas de cortesía se comunican por WhatsApp y se
confirman a través de reuniones remotas. Hace pocos días descubrimos, con la
caída de los medios de Zuckerberg, que el móvil sirve para hacer llamadas
telefónicas.
“Dar la cara” es sinónimo de abrir la cámara en una
videollamada, y hay quienes pensamos que la lectura corporal y la presencia
(aún virtual) es un signo de identidad valorado. Con la “presencia visual”
decimos a los otros cuánto pueden confiar en nosotros, qué capacidad y qué
intenciones tenemos, que tan transparentes somos…
Pero, no siempre, prender la cámara significa estar
completamente iluminado, ni tampoco tenerla apagada es ser clandestino: “darkie”.
Por fortuna aún podemos escuchar, entre pantallas oscurecidas, a alguien a
quien la luz le brota con las palabras. Por desgracia no son muchos.
Hay quienes aún con la cámara prendida están en la
penumbra, y sus rasgos apenas son legibles, se conducen a través del sarcasmo o
repiten y se apropian de las definiciones de los diccionarios de filosofía,
encriptan sus discursos y olvidan, lo que un día me recordó uno de mis queridos
mentores, que para Ortega y Gasset era esencial en la comunicación humana: la
claridad como cortesía.
Con la pantalla como medio, todavía, estamos por
descubrir que podríamos modular la luz en nuestras vidas.
Octubre 2021
¹ Propongo la
palabra zoomita para identificar a las tribus virtuales que tiene por
costumbre reunirse para trabajar, todo el día, a través de una plataforma como
Zoom, Teams o cualquier interfaz que permita la vida privada y virtual pública.
Sí, con esa contradicción, al mismo tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario