No hay plazo que no se cumpla ni fecha que no llegue, después de un periodo de transición, excesivamente largo para muchos, entre las elecciones y la toma de posesión de nuestro nuevo presidente de la república, llegó el día y finalmente, el pasado 1 de diciembre, Andrés Manuel López Obrador alcanzó su meta acariciada por varios años. Un intervalo donde nuestro nuevo mandatario trabajó tanto que parecía que ya ejercía el poder, acentuado por la desaparición mediática del todavía presidente Peña Nieto. Así, cerramos este 2018 con un cambio significativo en nuestro país inédito, donde la esperanza y gran expectativa para muchos es evidente, pero las dudas e incertidumbre para otros, también.
Es muy común que las grandes
promesas hechas por muchos candidatos en campaña, se vayan diluyendo con el
tiempo y ya en el poder. Una de las más importantes de AMLO, y desde la cual
centró buena parte de sus programas de desarrollo es “acabar con la
corrupción”, lo cual resultaría efectivamente un logro trascendental. Sin
embargo, aunque pueda caminarse en ese sentido, una tradición de décadas, sino
es que de siglos es ingenuo pensar que en seis años se borrara, pero habrá que
ver, es una meta loable que efectivamente permitiría explotar de mejor manera
nuestros enormes recursos naturales y humanos. Hay tantos intereses creados, y
la resistencia de los que siempre han gozado de privilegios, gracias a su
cercanía o “moches” ofrecidos a las autoridades, que será un enorme reto para el
nuevo régimen poner freno a esas relaciones de complicidad. Las críticas, que
siempre son bienvenidas en una cultura democrática, de la minoría que no voto
por este cambio, han sido permanentes desde el 2 de julio, en algunos casos
hasta con indicios de disfrutar cualquier error o contradicción de AMLO y su
equipo, con tal de tener la razón, aunque eso implique un mal para el país. Lo
sano para ellos sería aceptar la derrota, estar atentos y críticos, pero
también sumarse al esfuerzo para crecer en colectivo y no solo para unos
cuantos.
Y no pudo ser más polémico
que la nueva gestión de gobierno, arrancara con la suspensión de la obra de
infraestructura más importante del sexenio anterior, el aeropuerto de Texcoco,
con un avance de obra de más del 20%. Decisión que sumo enormes críticas, pero
que celebramos por lo que hubiera implicado en el incremento al daño ecológico
de la ciudad, y sobre todo en la parte social de los pueblos de la región, que
ante los enormes desarrollos inmobiliarios previstos, hubieran sido
desplazados. La ciudad no tiene que ser un botín para los grandes empresarios y
ricos de nuestro país, y que bueno que el nuevo régimen ataque esos grandes
negocios, en detrimento de nuestro medio ambiente y tejido social. Aunque entre
los proyectos del gobierno en ciernes, el Tren Maya, también tenga algunos
detalles señalados por especialistas e intelectuales, a tomar en cuenta para su
construcción.
No queda entonces más que
asumir que este cambio es verdadero, que tendrá consecuencias, por los
inevitables ajustes y políticas de austeridad, que seguramente muchos
privilegios de unos cuantos se verán afectados, pero que ojalá, ante la mejor
calidad de vida de las mayorías, hasta ahora en buena medida olvidadas, la
sociedad en su conjunto tendrá más posibilidades de crecimiento. Se nos bien
una época compleja y de sacrificios, pero también de esperanza en un México más
justo.
Diciembre de 2018.
Diciembre de 2018.
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