1 de diciembre de 2018. Por Alejandro Ochoa Vega


No hay plazo que no se cumpla ni fecha que no llegue, después de un periodo de transición, excesivamente largo para muchos, entre las elecciones y la toma de posesión de nuestro nuevo presidente de la república, llegó el día y finalmente, el pasado 1 de diciembre, Andrés Manuel López Obrador alcanzó su meta acariciada por varios años. Un intervalo donde nuestro nuevo mandatario trabajó tanto que parecía que ya ejercía el poder, acentuado por la desaparición mediática del todavía presidente Peña Nieto. Así, cerramos este 2018 con un cambio significativo en nuestro país inédito, donde la esperanza y gran expectativa para muchos es evidente, pero las dudas e incertidumbre para otros, también.

Es muy común que las grandes promesas hechas por muchos candidatos en campaña, se vayan diluyendo con el tiempo y ya en el poder. Una de las más importantes de AMLO, y desde la cual centró buena parte de sus programas de desarrollo es “acabar con la corrupción”, lo cual resultaría efectivamente un logro trascendental. Sin embargo, aunque pueda caminarse en ese sentido, una tradición de décadas, sino es que de siglos es ingenuo pensar que en seis años se borrara, pero habrá que ver, es una meta loable que efectivamente permitiría explotar de mejor manera nuestros enormes recursos naturales y humanos. Hay tantos intereses creados, y la resistencia de los que siempre han gozado de privilegios, gracias a su cercanía o “moches” ofrecidos a las autoridades, que será un enorme reto para el nuevo régimen poner freno a esas relaciones de complicidad. Las críticas, que siempre son bienvenidas en una cultura democrática, de la minoría que no voto por este cambio, han sido permanentes desde el 2 de julio, en algunos casos hasta con indicios de disfrutar cualquier error o contradicción de AMLO y su equipo, con tal de tener la razón, aunque eso implique un mal para el país. Lo sano para ellos sería aceptar la derrota, estar atentos y críticos, pero también sumarse al esfuerzo para crecer en colectivo y no solo para unos cuantos.

Y no pudo ser más polémico que la nueva gestión de gobierno, arrancara con la suspensión de la obra de infraestructura más importante del sexenio anterior, el aeropuerto de Texcoco, con un avance de obra de más del 20%. Decisión que sumo enormes críticas, pero que celebramos por lo que hubiera implicado en el incremento al daño ecológico de la ciudad, y sobre todo en la parte social de los pueblos de la región, que ante los enormes desarrollos inmobiliarios previstos, hubieran sido desplazados. La ciudad no tiene que ser un botín para los grandes empresarios y ricos de nuestro país, y que bueno que el nuevo régimen ataque esos grandes negocios, en detrimento de nuestro medio ambiente y tejido social. Aunque entre los proyectos del gobierno en ciernes, el Tren Maya, también tenga algunos detalles señalados por especialistas e intelectuales, a tomar en cuenta para su construcción.

No queda entonces más que asumir que este cambio es verdadero, que tendrá consecuencias, por los inevitables ajustes y políticas de austeridad, que seguramente muchos privilegios de unos cuantos se verán afectados, pero que ojalá, ante la mejor calidad de vida de las mayorías, hasta ahora en buena medida olvidadas, la sociedad en su conjunto tendrá más posibilidades de crecimiento. Se nos bien una época compleja y de sacrificios, pero también de esperanza en un México más justo.

Diciembre de 2018.




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