Mi
obra, y mi pensamiento, no son tan sólo lo que yo he producido,
son
también lo que he visto, lo que me ha atraído y lo que he rechazado.
Son
todos mis maestros, todos mis discípulos y todos mis amigos.
Ayer,
19 de marzo de 2015, falleció Carlos Mijares. Nació y murió en esta ciudad de
México que tanto quiso. A pesar de sus
84 años, muy bien vividos, su partida nos llena de tristeza y no deja de darnos
bronca.
Basta
teclear su nombre y encontraremos notas luctuosas que de manera por demás
apretada tratan de enlistar su obra y los reconocimientos recibidos, pero que
poco nos dicen de la manera en que supo disfrutar la vida, de las emociones que
nos hizo sentir al recorrer sus edificios, de su porte de gran señor, de su
risa franca y contagiosa y de su placer por la plática, la comida, la música.
Recorrer
por vez primera la capilla abierta de Ciudad Hidalgo, la capilla del panteón
(Jungapeo) o la iglesia episcopal (DF)
es una experiencia única. La arquitectura se convierte en un canto
poético que encuentra en cada uno de nosotros palabras reconocibles, pero
también muchas otras nuevas. Visitarlas con él, escuchándolo, mirándolo
deslizarse en ellas, fue, desde luego, un aprendizaje, pero fue también el
descubrimiento de las rimas y los acordes buscados por el autor. Nos
proporcionan la posibilidad de una lectura que va desde la implantación del
edificio en el lugar, hasta el detalle cuidadoso de los tabiques acomodándose
en un muro, una columna, un arco o una “trompa”. Diferentes escalas y
diferentes distancias, todas ellas pacientemente buscadas y, todas ellas,
disfrutables para quien asiste a ese concierto.
Otra
experiencia valiosa al escudriñar su
obra es el encuentro con los croquis, dibujos y maquetas con los que Mijares se
acercaba a cada proyecto. Los bosquejos para la volumetría del Centro Cultural
Universitario, la capilla del panteón o la parroquia de La Coyota; las vueltas
en torno de la resolución de las plantas que vemos en los estudios previos para
la capilla abierta en Ciudad Hidalgo, la capilla del panteón, La Coyota o en la
casa de Las Águilas; los bosquejos para
los espacios interiores y los recorridos en proyectos como ocurre en el Centro
Cultural Universitario, el Mercado de
León o en la iglesia episcopal; las maquetas conceptuales realizadas para la
capilla abierta, los mercados de León y Loma Linda (Naucalpan), el templo de
San Juan Bautista (Ciudad Hidalgo) o el auditorio en Ciudad Hidalgo. Mirarlos
es como asistir a una pieza de danza en donde cuerpos y movimientos se
entrelazan. De entre este universo particular queremos subrayar los ensayos
para encontrar la solución más adecuada y más rica en que el tabique se relaciona,
entre sí y con el conjunto de la obra.
Sobre hojas cuadriculadas Mijares dibujaba (con un lápiz de punta muy
larga) desde los esquemas compositivos ordenadores de cada proyecto, hasta los
detalles. Es un aprendizaje y un placer mirar, una y otra vez, los dibujos para
la capilla del panteón, la parroquia de San José y el anexo de la iglesia de
Jungapeo. Es presenciar en encuentro
entre el geómetra y la lógica interna de un material ancestral.
Para
quienes hemos elegido la academia como forma de vida, es un acto de justicia
mencionar su labor docente en nuestras universidades. Sus compañeros,
compañeras y estudiantes recuerdan con admiración y cariño las clases de
Mijares en la Universidad Iberoamericana abordando con sabiduría y mirada aguda
los esquemas compositivos; su paso por la UNAM, tanto en los cursos de historia
de la arquitectura, como en el taller de proyectos o en la Cátedra Federico
Mariscal. Fue, en múltiples ocasiones, asesor del Taller Internacional de
Arquitectura en Cartagena de Indias y es imborrable, también, su paso por un
gran número de universidades del interior de nuestro país y, entre ellas, por
nuestra Universidad Autónoma Metropolitana.
Carlos
Mijares fue académico de número de la Academia Mexicana de la Arquitectura;
fundador y presidente de Menhir; creador
emérito del Sistema Nacional de Creadores de Arte del Fondo Nacional
para la Cultura y las Artes y miembro
honorario de la Sociedad de Arquitectos Restauradores A.C.
Afortunadamente
Carlos Mijares recibió en vida numerosos reconocimientos. Entre ellos cabe
mencionar su nombramiento de Maestro Distinguido en la Universidad de Colima,
un proyecto en que Mijares colaboró con el arquitecto colombiano Mauricio
Pinillo; el Premio Luis Barragán a la
excelencia en el ejercicio de la práctica profesional, del Colegio de
Arquitectos de la Ciudad de México (1994); el Premio Universidad Nacional, en
el área de arquitectura y diseño (2001); el
Premio América otorgado por el Seminario de Arquitectura Latinoamericana
(SAL, 2005) y la Medalla Bellas Artes, máximo galardón que otorga el INBA
(2013).
Mijares
dejó también una serie de artículos y libros, en los cuales encontramos sus
lecturas y posiciones sobre la arquitectura y la ciudad. Entre ellos: San Ángel
(Clio, 1997), La Petatera, sabiduría decantada (2000), Tránsitos y demoras,
esbozos sobre el quehacer arquitectónico (Instituto Superior de
Arquitectura y Diseño, A.C., 2002) y
Ramón Marcos. Vida y obra (UNAM, 2005).
La
mejor manera de homenajear y recordar a Carlos Mijares es recorrer sus obras,
difundir su pensamiento, el escrito y el edificado, e incorporarlo a nuestra
historia como un protagonista de la mejor arquitectura latinoamericana
reciente.
Abril, 2015
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