Este
texto pretende señalar brevemente algunas características que encuentro
significativas para entender a Carlos Mijares y a su obra. Le he escuchado en
diversas conferencias, he visitado algunas de sus obras, nos ha orientado en la
realización de varios proyectos. Pero, sobre todo, tengo la fortuna de
compartir con él una profunda amistad.[1]
Le
conocí hacia 1990 en algún homenaje a Barragán y coincidimos en varias
ocasiones, pero la cercanía se incrementó particularmente a partir del año 2000
en el que hicimos un viaje a Portugal y en donde, con nuestras respectivas
familias, recorrimos y descubrimos para nosotros ese país maravilloso. Como
cosa poco habitual, hicimos coincidir tres generaciones: la de Carlos y Malena,
seguido de sus hijas, Carminha y yo y, finalmente nuestras niñas que entonces
eran pequeñas. La duda se disipó rápidamente pues la convivencia fue de
inmediato muy grata, lo cual se facilitaba entre otras cosas por la esmerada
programación del viaje que ellos hicieron así como por el apoyo para la lengua
(engañosamente semejante al español) que nos brindaba mi esposa, quien vivió
mucho años en Brasil. A raíz de aquella experiencia la amistad con Carlos se consolidó y se mantiene cercana.
Sala
Manuel M. Ponce, Arq. Dolores Martínez Orralde, Arq. Carlos Mijares Bracho,
Arq. Fernando González Gortazar.
Fuente: Dulce Ma. García Lizárraga
La obra de Carlos Mijares consigue, a partir del conocimiento de distintas arquitecturas, hacer una arquitectura para este lugar y este tiempo y, en tanto ha conseguido alcanzar la excelencia, aporta para otros lugares y tiempos; es decir, ha conseguido realizar ese singular proceso de ida y vuelta en el que lo universal se materializa en lo particular para (por su calidad) volverse nuevamente universal. En esta línea, la producción de Carlos puede plantearse como una alternativa verdaderamente valiosa en el contexto mexicano de este flamante siglo puesnos ofrece un camino original en diversos sentidos; tanto en sus aportaciones para la experiencia del espacio como por sus riquísimas evocaciones. Carlos Mijares personaliza una paradoja: su obra es claramente contemporánea, al tiempo que está exenta de concesiones a la moda; es una obra que le apuesta a la permanencia vital, no al consumo.
Y,
como dice el dicho: de lo bueno poco, la obra de Mijares no es excepción, más
aún considerando que él se ha permitido adicionalmente otro filtro: no ocuparse
particularmente por conseguir a toda costa encargos o notoriedad; así, ha
avanzado en la construcción de su particular discurso, donde se evidencia el
acierto para establecer una lectura fina del sitio y poder tomar la palabra. Por
ejemplo, es clara su capacidad de apreciar y sacar partido a los materiales
convenientes así como de entender las posibilidades de los constructores y
operarios con que se cuenta. En este sentido son notables (y característica
clave de su arquitectura) las obras de ladrillo, transformándolo en un
personaje polifacético que permite la configuración de espacios con un lenguaje
variado en razón del orden cuidado de la escala, de la luz y sus matices. Se
trata de una suerte de trabajo de equipo de millares de piezas las cuales,
dispuestas de tantas maneras (en arcos, trompas, columnas, ventanas), nos
capturan. Es la experiencia intensa de la manifestación tectónica de la
arquitectura.
Otro
aspecto significativo es su particular actividad docente. Más allá de sus muchos
años en diversas universidades y sus numerosas charlas (pues Carlos Mijares es
por cierto también un notable conversador), conviene enfatizar la certeza de
sus correcciones con un profundo, respetuoso (y a veces devastador) sentido
crítico. Quizás apoyado en su experiencia como jurado de concursos, resulta
notable su capacidad de comprensión de los proyectos, ya que rápidamente atina
a lo sustantivo de una propuesta. Aparte de las reflexiones acerca de los
proyectos, vale la pena subrayar su capacidad de lectura de los edificios. Como
si fueran libros abiertos, resulta particularmente grato compartir un recorrido
con quien encuentra cosas esenciales y las participa con sencillez y
naturalidad. Esta facilidad para mostrar la arquitectura se traduce también en
su constante interés por promover la cultura arquitectónica.
Finalmente
(o, de inicio), para entender a Carlos Mijares, este boceto incluye
necesariamente la mención especial que merece Malena Fernández, su esposa. Cuando
en 1985 se realizaron en la UAM una serie de conferencias en las que 18
arquitectos exponían su práctica profesional y académica[2],
sólo Mijareshace referencia explícita a su familia. Más adelante entendí la
razón; Malena Fernández fue ciertamente una mujer extraordinaria; quizás, si
una cualidad entre tantas hubiese de destacar, mencionaría su excepcional
calidez. Por esto, si bien compartir y disfrutar nuestra profesión es lo que en
principio nos convoca, sigo viendo a Carlosen la compañía afectuosa y solidaria,
aún si ya no físicamente, de Malena.
En
fin, estas y otras experiencias en torno a la arquitectura han sido base para
apreciar otra dimensión: su calidad humana y, con ésta, su enorme gusto por la
vida, la amistad, la música, la comida… .
Resulta estimulante saber que contamos con estos adelantados compañeros
de viaje.
[1]Esta
texto fue realizado inicialmente para acompañar el catálogo de una exposición
sobre Carlos Mijares; fue publicado en la serie monografías, Ministerio de Fomento, Madrid, 2000. Para responder a
la invitación del Dr. Alejandro Ochoa lo he revisado y tiene esta nueva
versión.
[2]Estas
conferencias fueron publicadas con el título: MODERNIDAD EN LA ARQUITECTURA
MEXICANA, 18 protagonistas. UAM X, CyAD, 1990.
Febrero, 2014
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