Si todos nos quejamos del estado actual de la
arquitectura pública en México ¿por qué no buscar las causas que han originado
esta situación? Un ejercicio más riguroso nos pediría ir más allá para saber
quiénes han sido los responsables y buscar cuáles son las posibles soluciones.
Dicho análisis exhibiría muchos elementos que cumplirían la doble condición de
ser responsables de lo sucedido y al mismo tiempo parte indispensable de la
solución. En un lugar destacado se hallarían las universidades por su importancia
y las repercusiones de lo que se enseña
en sus aulas, parece difícil conseguir cambio alguno si éste no ocurre también
en los lugares donde se reflexiona y donde se dan los primeros pasos en la
larga trayectoria de aprendizaje que requiere la profesión.
México es el país con más escuelas de
arquitectura del mundo. Sobra decir que muchas son auténticas bromas o entran
en la fantástica categoría
“patito”. Muchas otras creen que por
estar cerca de Dios -según ellos- o tener rimbombantes nombres anglosajones,
esquivan esta clasificación, pero la calidad de su enseñanza demuestra lo
contrario. No es un tema menor el preguntarse cómo es que todas estas pseudo
instituciones han logrando obtener un registro oficial para ofrecer un título
universitario, tampoco lo es el que no exista una mínima supervisión sobre el
tipo de educación que ofrecen. En un
país tan desigual como México, la calidad de la educación es un elemento que
contribuye al desequilibrio: si la
calidad de la enseñanza es desigual, las oportunidades también lo serán.
Lo dramático es que las escuelas patito no son
el verdadero problema. Sí lo son la mayoría de las grandes escuelas de
arquitectura del país que, por omisión o enfoque, han contribuido a la
situación actual. Las universidades no se han preocupado por construir un
ámbito laboral apropiado donde sus egresados puedan desenvolverse. En las
escuelas de arquitectura no existe un debate en torno a las condiciones laborales o temas gremiales que permitan
crear espacios para el adecuado ejercicio de la profesión. No hay ninguna
discusión sobre cómo se debe gestionar la arquitectura pública del país. Nadie
asesora o propone lineamientos a las dependencias gubernamentales sobre cómo
deben llevarse a cabo los proyectos financiados con dinero público. Las
instituciones académicas no ejercen presión alguna para que las cosas cambien y
ni una sola facultad o escuela puede jactarse de ser pionera en este ámbito o
de tener expertos trabajando en temas de
desarrollo laboral o sobre condiciones
equitativas para la profesión. Sus investigadores publican ensayo tras ensayo
sobre arquitectura virreinal o sistemas paramétricos pero nadie trabaja sobre
temas gremiales de urgente actualidad.
¿No parece irresponsable preocuparse solo por
formar estudiantes y descuidar las condiciones en las que estos
trabajarán? ¿Cómo un profesor puede
exigir el compromiso de sus alumnos sabiendo que al final se enfrentaran a un sistema carente de reglas si él no hace
nada por cambiarlo? En el caso de las universidades públicas este compromiso
debería ser indiscutible. Como instituciones financiadas por el conjunto de la
sociedad, su responsabilidad última debiera ir mucho mas allá de tan solo
formar licenciados. Deberían ser capaces
de influir en otros ámbitos de la profesión
para así responder a las verdaderas demandas del país.
En el caso de las universidades privadas no
existe ninguna razón para que esta exigencia fuese distinta, el problema es que muchas de ellas se han
convertido en burdos negocios donde los
estudiantes son tratados como clientes.
No se les enseña, se les atiende. Nadie
reprueba y lo importante es que los
alumnos estén cómodos y paguen su
colegiatura. El propósito principal ya no es educar sino mantener la maquinaria funcionando: que las inscripciones
no caigan; y para eso las escuelas han de trabajar con temas atractivos aunque
a veces resulten superficiales. Dejan de lado discusiones sobre el estado de la
profesión y sus contingencias porque a sus ojos resultan de gestión o para
malos arquitectos.
A quien considere que exagero le pido se pregunte ¿qué papel juegan
las universidades en el estado actual de la profesión y cuál es el que
realmente deberían jugar? Las escuelas de arquitectura están cada día mas desligadas
de las problemáticas reales de la profesión y lo que es peor es que se consideran ajenas a muchas de las discusiones
que afectan a ésta. En el caso particular de la que atañe a la arquitectura pública en México, las universidades tendrían que aportar un
poco de luz y claridad al tema, ser uno
de los epicentros del debate sobre cómo ésta se debe gestionar y presionar para
que las cosas se hagan de forma
correcta. Tener profesores e investigadores proponiendo soluciones y explorando
nuevos caminos que permitan, por ejemplo, crear condiciones claras y justas de
contratación de proyectos y servicios. Brindando asesorías a gobiernos, ONGs o
instancias financiadoras y coordinando grupos interdisciplinarios entre
facultades para poder abordar los distintos aspectos que una reforma o ley
requeriría.
Quizá lo más importante es que todo lo
anterior permitirá crear una ambiente
donde los estudiantes se formen
en una nueva cultura de transparencia y exigencia en el rendimiento de cuentas.
En el caso de cómo se gestiona la arquitectura pública del país no se logrará
ningún cambio real si éste no cuenta con el respaldo del mundo universitario y,
sobre todo, sin el apoyo y la fuerza de
los estudiantes y los arquitectos jóvenes. Intuyo que en este tema más pronto
que tarde las nuevas generaciones terminarán por darnos una gran lección a
todas las anteriores para ayudar a que las cosas cambien definitivamente.
Noviembre, 2013
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