Manifiesto de insurrección contra el racionalismo esclavizante. Por Jaell Durán Herrera


De acuerdo con el artista austriaco Hundertwasser, lo que distingue al esclavo del individuo libre es la incapacidad para tomar decisiones. Ser libre significa poder seleccionar la ropa y transformar la casa, apropiarse de ella. En cambio ser esclavo significa vivir en estas cajas-prisiones repetidas al infinito.

Entro en mi casa como una mujer libre, no como una esclava, entonces puedo soñar en ella, pensar, crear, diseñar, pero antes que arquitecta soy también habitadora. Pensé en esto después de haber mirado por dentro cientos de casas habitadas, en las que sobraban objetos acumulados, imperaba la limpieza, predominaban los estilos y colores efímeros que pronto pasarían a la historia o que se congelarían como imágenes vintage. La casa como biografía de quien la habita es elocuente e insurrecta, se resiste a la ortogonalidad, se revela ante lo racional.

A partir de esto me ha parecido necesario pensar en quién habitará lo que proyectemos en el futuro. Si bien esta pregunta se planteó mucho tiempo atrás, en otras mentes subversivas y antisistema, es evidente que ante la abrumadora sociedad que se presentaba entonces como una masa seguimos necesitando las propuestas que a principios del siglo XX los CIAM aportaron con el concepto de entornos colectivos. Los otros, individuos rebeldes y de gran chistera, pertenecían a otro mundo, el de los utopistas u onironautas. Pensemos en Mario Larrondo, quien al viajar por las honduras de la selva y regresar enamorado siempre de la capital ayudo a muchas familias a edificar un hogar.

Otros ejemplos, que posiblemente sean lejanas referencias, pero no por menos actuales, nos enseñan el camino que unas veces se pierde como sendero incierto y otras se abre ante los tiempos de hacinamiento y búsqueda de individualidad, en una colectivización que alguna vez fue un crimen de guerra, un crimen inconsciente de la estandarización arquitectónica.

John Habraken, arquitecto holandés, proponía a principios de los sesenta mirar la arquitectura como un sistema abierto, como un proceso en el que tendría que ser posible separar lo que permanece de lo que cambia, tal y como cambian los habitadores, la naturaleza. Él decía que la arquitectura de espacios públicos y privados solamente podía proyectarse desde una mirada o mentalidad especial: la del arquitecto que comprende los lenguajes subyacentes de los que habitan, los que comprenden los deseos y las necesidades de las personas.

Otro ejemplo es el de los Situacionistas que ponían la atención en lugares otros que sacudían a la decadente sociedad del espectáculo. Este colectivo visitaba lugares no concurridos y poco conocidos con la intensión de reivindicar a los individuos que vivían apartados de la mirada de la sociedad en espera de una revolución que hasta hoy no ha llegado. Con los conceptos de psicogeografía, deriva y geografía unitaria dieron lugar a la ciudad en tránsito permanente de Constant Nieuwenhuis: New Babylon, una ciudad nómada influida por las culturas gitanas y que como dijo alguna vez el mismo Constant no termina en ninguna parte por las características esféricas de nuestro planeta. New Babylon es el planteamiento de una ciudad sin fronteras, en donde puede ser posible vivir a la aventura y en donde cualquier lugar era accesible para todos. Si bien el proyecto pudiera tener un tono demencial, es cierto que Constant no podía agregar a su vocabulario una palabra tan vaga y limitante como frontera, sin embargo eso es lo que experimentamos en nuestra arquitectura: límites, fronteras, estandarización.

Como la felicidad ocurre bajo un cielo estrellado, bajo una bóveda de tierra o bajo las sabanas, la conciencia tiene como posibilidad llegar a los intersticios de la utopía que se hace tangible cada vez más.

La conciencia sobre las necesidades de los que habitarán lo que proyectemos en el futuro consiste en saber que la disciplina necesita de la intuición y que los espacios no son simples trucos de magia.


Mayo, 2013

Pedro Ramírez Vázquez, Secretario de Estado. Una aportación significativa. Por Fernando Minaya


El pasado 16 de Abril de 2013, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez falleció a los 94 años de edad. La noticia ha sido de las más comentadas en el ámbito de la arquitectura en los últimos años, y por supuesto, no es para menos. La trayectoria de Ramírez Vázquez fue amplia por las grandes obras que dejó en la ciudad, desde su participación en el edificio para Escuela de Medicina de la UNAM, el Museo Nacional de Antropología e Historia con aquel gran diseño del paraguas en el patio central que reta a la gravedad, el estadio Azteca que es el icono del futbol mexicano, y para los fervientes creyentes católicos, en colaboración con Gabriel Chávez de la Mora y José Luis Benlliure, les aportó la Basílica de Guadalupe, El Palacio Legislativo para la representación del poder legislativo de la nación, entre otras obras.

La otra faceta estuvo vinculada con la administración pública, de los puestos representativos, el arquitecto fue Presidente del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de 1968, Rector y fundador de la UAM, pero donde encuentra la gran responsabilidad de ser un secretario de Estado fue el  1 de diciembre de 1976, bajo el mandato del presidente José López Portillo, recibe la encomienda de dirigir la Secretaría de Asentamientos Humanos y Obras Públicas (SAHOP), que solo recibe ese nombre durante el periodo del arquitecto Pedro Ramírez, ya que desde el 1958 hasta 1976 se denominó Secretaria de Obras Públicas (SOP); y posterior a 1982 fue la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología (SEDUE) hasta 1992, cuando se crea la actual Secretaría de Desarrollo Social (SEDESOL).

La SAHOP, durante su corto periodo fue la responsable de la obra pública en todo el país. Entre 1976 y 1982 se reutilizaron, ampliaron, proyectaron y construyeron varios edificios fundamentales para la administración pública como los son las sedes de la Secretaría de Marina, de Gobernación, del Trabajo, el Archivo General de la Nación y el Palacio Legislativo de San Lázaro; en el rubro de cultura destaca el cine-teatro OMNIMAX y el conjunto CICOM. Estas obras son resultado del Programa Nacional de Desconcentración Territorial (PRODETAP) y a su vez, bajo la Dirección General de Edificios y el Programa de Integración Física de las Dependencias y Entidades de la Administración Pública Federal de la SAHOP, se emprende una estrategia para regular y ordenar la construcción de edificios públicos en todo el país, para dar mayor a poyo a los Estados y eficiencia del quehacer del Estado en el territorio, así como promover un acercamiento a la sociedad de los servicios públicos.

En esta labor titánica, el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez logró concretar en su gestión una buena parte de los proyectos, pero las deficiencias y posibilidades de tener un desarrollo equitativo en cuanto la obra pública fueron interrumpidos por la transformación de la secretaría en las últimas tres décadas. Los resultados son palpables en la dispersión actual de la obra pública y por consiguiente una heterogeneidad de la arquitectura institucional del país, que en algunos casos, él fue autor de obras de notoriedad estadista durante un periodo, donde el progreso y la modernidad fueron fundamentales en la continua construcción de Estado mexicano.

Centro SAHOP, Chihuahua. 
Fuente: SAHOP (1982) Desarrollo urbano en México. Obras Urbanas, equipamiento y vivienda. SAHOP. México.


Abril, 2013

Manifiesto ciclista o sobre la importancia de sonreír sobre dos ruedas. Por Jaell Durán Herrera



Cuando la ciudad dejo de ser la región más transparente y se convirtió en una sombra nebulosa, los destinos tortuosos se volvieron inmediatos y la felicidad inalcanzable. En donde había olores a jugo de naranja y césped recién cortado, ahora se pueden ver caras angustiadas. El estruendoso ego citadino, impide a la individualidad asomarse al cuerpo de la colectividad; el de la soleada “Doña Capital de México”.

En el discurrir del andar lo cotidiano se convierte en “las leyes de una jungla”, no me refiero a la jungla exuberante y verde, sino a la llamada “jungla de concreto”; la musa para innumerables maldiciones bien conocidas:

“Voy derecho y no me quito”, ¡paso primero yo, por encima de todo!

La moderna sociedad vehicular se alza sobre las ruinas de la sociedad ciclista y hace énfasis en las diferencias; “los todopoderosos en sus supercarros último modelo, deberían comprarse unos último modales”[1].

Como pudieron haberlo dicho Marx y Engels sobre “la moderna sociedad”, quien tiende a separase en dos grandes campos enemigos y en dos clases antagónicas: “Los de en coche” y “Los de en dos ruedas”.

Vivir en el centro del país, con todos los servicios y diversiones al alcance, no basta para tener una buena calidad de vida; la emocionalidad y el intelecto, se saturan con el rugido de las bestias metálicas y al mismo tiempo, nuestra felicidad se diluye junto con la lluvia en las bocas de tormenta.

El progreso del transporte obstruye el tránsito por la ciudad en lugar de fomentarlo, de todos los transportes que hoy se enfrentan a la vorágine metálica, no hay otro más revolucionario que la bicicleta. Los otros se confunden y se desvielan, regando su sangre negra y viscosa en el asfalto, la bici es en cambio un motor genuino para la alegría humana.

La bicicleta carece de carrocería ostentosa, su relación con la naturaleza no se compara a las cuatro ruedas; ir en bicicleta por la ciudad es para David Byrne como navegar por las vías neuronales colectivas de una gran mente global, un viaje por el inconsciente colectivo. Sobre las cuatro ruedas, el piloto en cambio se convierte en un primate del más bajo rango, un monstruo invencible, cuya carrocería es la prótesis de su cuerpo.

Con menos carrocería y más felicidad la bicicleta es, por más, el medio de transporte más estimulante y solicitado en muchos lugares del mundo.

Los que al comienzo eran una minoría, ahora cada domingo se convierten en una inmensa mayoría.

La necesidad de un lugar más humano en donde vivir y el respeto a los derechos de los ciclistas, es apremiante. La muerte de la indiferencia, el egoísmo, la “virtud del cafre” y el triunfo de la alegría sobre las dos ruedas, son a corto plazo inevitables.

Ir en bicicleta, es una forma de meditación activa; un lugar en la mente que no requiere de mucha atención ni profundidad. Espontáneamente te hace sonreír y como reflejo el que te mira, también terminara sonriendo. La algidez citadina, con una bici de por medio, se derrite con facilidad:

¡Pedaléale¡
¡Tú si puedes!

Bajo estas circunstancias dos desconocidos o más, se convierten en parte de un cerebro colectivo y feliz, en parte de todo lo que sea árbol, ave, sol y bicicleta.

¡Esta es la sociedad feliz y pacifista que nuestro espíritu ciudadano exige!
En el fondo, el sentimiento de prisionero necesita de la metáfora sanadora que representan las bicicletas: Libertad.

La bicicleta, que me transporte al lugar de la felicidad, la que me llevé por los caminos de arena blanca y mar azul turquesa; a donde la gente siempre sonríe; en donde haya fauna silvestre; en el recorrido por las arterias de la ciudad desconocida; a paisajes oníricos olvidados.

La revolución ciclista, será la exaltación de esta largamente añorada libertad; la conquista del respeto por los derechos de todos los habitantes y la batalla por una ciudad más feliz y pacifista.

¡Ciclistas de todos los países, uníos!



Abril, 2013





[1] Tweet de @ GabrielRevilla, Lunes 1 de Agosto 2011, 20:32.