El acelerado crecimiento de la población y el
desarrollo tecnológico de nuestras sociedades, demandan tal cantidad de
recursos naturales que se está provocando un declive en la calidad y capacidad
del planeta para sustentar la vida. Hoy es común observar cómo se incorporan
más terrenos agrícolas a las ciudades mediante desarrollos habitacionales;
provocando con ello, la explotación de
otros ecosistemas para satisfacer las necesidades de estos nuevos núcleos
urbanos. Ante esta situación es necesario modificar el enfoque antropocéntrico
que beneficia al ser humano en detrimento del medio ambiente.
Es imperativo equilibrar las necesidades humanas
y la capacidad de carga medioambiental del planeta; es decir, que los efectos
de las actividades humanas se mantengan dentro de los límites adecuados para
evitar la destrucción de la diversidad y la complejidad de los ecosistemas que
soportan la vida. Para ello es necesario entender en primer término, que muchas
de nuestras necesidades y actividades afectan al medio ambiente por más
elementales que éstas nos parezcan.
A lo largo de la historia, la vivienda ha sido
una necesidad básica que ha modificado al medio ambiente natural. Para
satisfacer la necesidad de techo, el ser humano ha modificado su hábitat,
creando espacios muy rudimentarios hasta los grandes desarrollos habitacionales
que se construyen en la actualidad. Sin bien el tipo de vivienda que generan
las sociedades es reflejo de las formas de habitar y la cultura de los
pobladores de una localidad, los procesos de industrialización de materiales y
las técnicas constructivas modernas han modificado las formas de hacer
vivienda, en muchos casos se ha
privilegiado al capital inmobiliario por encima de las necesidades específicas
de los usuarios, dando como resultado extensas zonas habitacionales con
“prototipos estándar”, que nada tienen que ver el medio ambiente donde se
implantan, ni con las formas de vida de sus compradores.
Nos hemos alejado de la forma tradicional de
hacer vivienda que consideraba en su construcción una serie de factores
sociales, culturales y de tradiciones constructivas adecuadas al medio
ambiente, logrando con ello –aunque de forma empírica– equilibrio entre el
medio ambiente natural y el medio ambiente construido; es decir el equilibrio entre
la naturaleza y la vivienda. De los saberes tradicionales para construir, que
deberíamos rescatar desde el inicio del proceso constructivo o de
transformación de la vivienda, están la orientación y el asoleamiento, que en
buena medida inciden en las condiciones de confort térmico y lumínico al
interior de la vivienda, además de ayudar a reducir su consumo energético.
Asimismo, es de gran importancia considerar en el
diseño, las características ambientales del emplazamiento, ya que conocer las
cualidades ambientales del lugar nos permitirán hacer una elección más adecuada
de los materiales y técnicas constructivas que nos garanticen un mejor confort
térmico, acústico y lumínico, sin necesidad de consumir combustibles fósiles o
materiales que requieran importantes cantidades de contaminantes en su
elaboración. Captar energía solar, reciclar agua y los desechos producidos en
la vivienda, nos permitiría aminorar el impacto de su funcionamiento en el
medio ambiente, de esta formal las viviendas dejarían de ser únicamente
consumadoras y podrían ser productoras de su propia energía mediante el uso de
paneles fotovoltaicos, de su propia fuente de enfriamiento a través del uso del
viento; y productora de sus alimentos con huertos en los espacios exteriores o
azoteas.
Indudablemente el uso de ecotecnias representan una herramienta para hacer más “amigable”
nuestro habitar con la naturaleza, sin embargo, es necesario un cambio profundo
de mentalidad por parte de los usuarios. Se trata de hacer mucho por nuestros
ecosistemas, de forma activa y consciente; en ese sentido el arquitecto puede
jugar un papel relevante para alcanzar el equilibro entre el ser humano, sus
actividades, su vivienda y el medio ambiente.
Febrero, 2013