El medio de la arquitectura mexicana contemporánea todavía no se reponía de la pérdida lamentable de Ricardo Legorreta, cuando el pasado 28 de febrero dejó de existir otro de los arquitectos más importantes del siglo XX, Antonio Attolini Lack. Nacido en Ciudad Juárez, Chihuahua en 1931, su obra fue reconocida por sus propuestas de casas habitación, edificios comerciales y religiosos, entre ellos la iglesia Santa Cruz de Pedregal de Ciudad de México, como uno de los más sobresalientes.
El arquitecto Attolini estudió en la Escuela Nacional de Arquitectura de la antigua Academia de San Carlos, tuvo como profesores a los arquitectos José Villagrán y Francisco J. Serrano y se recibió en 1955. Fue profesor del taller de diseño en la misma institución donde se formo y en la Universidad La Salle, donde transmitía a los alumnos su experiencia profesional. Su experiencia se forjo al trabajar desde que era estudiante en el despacho del arquitecto Francisco Artigas, donde asimilo y aplico el método racionalista del estilo internacional. No obstante, más adelante se identifico con una arquitectura que reivindicaba las características locales o regionales, tanto en el uso de materiales y procesos constructivos como en la forma y proporción. Es decir una transición, que reveló el paso de una propuesta con vocación de transparencia —derivada, como en el caso de Artigas, más del estudio de la arquitectura moderna del suroeste de Estados Unidos, que de los movimientos de vanguardia europeos de principios del siglo XX— a otra donde predominó el muro continuo, colorido y con textura.
En esta fase se destaca en sus obras la importancia de la luz, el uso de las dobles alturas, tragaluces y patios interiores, tanto en la construcción del espacio como en la organización del programa arquitectónico. El mismo Attolini hablaba de una búsqueda de lo esencial en cada proyecto que lo llevó a reducir el número de elementos a los mínimos necesarios. A finales de los años setenta y principios de los ochenta, en pleno despunte del posmodernismo, la arquitectura de Attolini, sin abandonar los materiales locales, siguió una geometría más compleja, utilizando circunferencias y triángulos, tanto en planta como en la forma de las ventanas. Sus proyectos nunca estuvieron limitados por una tendencia, pues eran la expresión física de su manera de ser, en sus obras no se percibían rasgos de monumentalidad, sino una arquitectura pensada para la gente. El propio arquitecto consideraba que sus obras evolucionaban porque realizaba cosas diferentes en cada proyecto, con la finalidad de ofrecer algo nuevo, más esencial que lo anterior, diseñar con un mismo estilo lo consideraba un auto plagio.
A lo largo de su vida profesional, fue premiado con el primer premio Casa-habitación en 1961, con la medalla de plata en la Primera Bienal de Arquitectura Mexicana en 1990 y la de oro en la Segunda Bienal en 1992. En 2002 le dieron el Premio Nacional de Arquitectura, que entrega la Federación de Colegios de Arquitectos de la República Mexicana, y en 2010 se publico un libro sobre su obra.
Su legado es el de uno de los autores más importantes de la arquitectura mexicana contemporánea del siglo XX, fundamental para los futuros arquitectos, así como para los profesores y sus procesos de enseñanza-aprendizaje, porque su trabajo siempre se caracterizó por ser de gran honestidad y conocimiento constructivo, en la llamada corriente de arquitectura emocional que proponía en esa época, Esto lo distinguió no solo por ser proyectista contemporáneo sino diseñador, constructor, y artesano racional del espacio. Su partida representa, además de una pérdida para México y su arquitectura, hoy en día se aprecia casi imposible llegar a esa calidad en la ejecución de cualquier obra arquitectónica.
Gracias arquitecto por los conocimientos que dejó a través de sus obras, entrevistas y publicaciones. Hasta luego José Antonio Attolini Lack.
Mazo, 2012
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