La vivienda urbana hasta el fin del siglo XIX se construye en lotes, los cuales constituyen las manzanas o bloques arquitectónicos que dan forma a la ciudad. Estas construcciones se alinean a la calle dejando al interior del lote espacios abiertos que en algunos casos se convierten en corazones de manzana. Las fachadas de estas arquitecturas conforman conjuntos homogéneos que dan marco a la vida de los habitantes que circulan por las calles de la ciudad.
Esta forma de los edificios para vivienda se modificó radicalmente en los primeros años del siglo XX. Los estudios del sistema Dominó de Le Corbusier de 1922 muestran ya un edificio implantado en una colina natural. Un estudio de viviendas para estudiantes de 1925, del mismo autor, refuerza estas ideas pues si bien están en un predio urbano, se remeten para dejar un área de prado al frente de la calle. Finalmente, la publicación de su proyecto para “Una ciudad contemporánea” concreta esta nueva tipología: las “Unidades Habitacionales”, que se va a difundir por todo el mundo.
En la Ciudad de México, en el periodo que va de 1940 a 1970 se construyen múltiples Unidades Habitacionales por parte de los organismos del Estado, creadas con el propósito de resolver el problema de la carencia de vivienda que en esos años se agudiza. Diversos son los motivos de este incremento y para enfrentar el problema los referentes son los proyectos que han sido ya construidos sobre todo en Europa que recurrió a la nueva tipología luego del desastre que significó la Segunda Guerra Mundial. Dicha tipología materializa los conceptos urbano-arquitectónicos a los que me he referido y que en muchos de sus planteamientos siguen las ideas plasmadas en 1933 en la Carta de Atenas la cual es propiamente redactada por Le Corbusier.
Estos conceptos pueden encontrarse reinterpretados en diversos artículos escritos por arquitectos mexicanos y en documentos que exponen las políticas de los organismos dedicados a la construcción de vivienda, que amplían su actividad en estos años. Se trata de crear conjuntos de vivienda de considerable escala que a su vez sean una nueva forma de vida urbana.
Estos proyectos carecieron de alguna consideración sobre el entorno que rodeaba a dicho conjuntos. Estos podían estar al menos en tres condiciones con respecto a la ciudad: en la periferia deshabitada que todavía mantenía una cierta relación con la vida rural, en una zona intermedia que iniciaba su desarrollo urbano donde pequeñas casas en lotes de escasa dimensiones eran construidas por las clases medias y en áreas al interior de la ciudad que habían llegado a un grado de deterioro considerable lo que obligaba a su regeneración.
Esto llevó a la generación de entornos que resultaron absolutamente diferentes a lo que se venía produciendo en la ciudad, la cual crecía siguiendo, en las zonas donde habitan los más pobres, el viejo modelo decimonónico. El resultado de la implantación de esta tipología urbano-arquitectónica, a lo largo de los años se ha convertido en una especie de isla dentro de la ciudad actual. La falta de previsión y la adopción acrítica de la misma, ha hecho que este fenómeno hoy sea fácilmente perceptible acentuando el desorden morfológico de la ciudad. Ojalá nuestros estudiantes puedan encontrar respuestas a la carencia de vivienda, más acordes con nuestra cultura en los próximos años.
Febrero, 2012
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