Durante la segunda modernidad en arquitectura y urbanismo en México, de 1940 hasta 1970, se establecieron paradigmas urbanos que incentivaron el crecimiento de las ciudades a través de nuevos asentamientos humanos, infraestructura vial, equipamiento urbano y nuevas formas de planeación. El pensamiento y la producción teórica permeó a occidente con sus nuevos planteamientos; así lo denotaron los manifiestos del CIAM, la Carta de Atenas, el Team X, los cuales influenciaron a los procesos de planificación en toda Latinoamérica. México, por su parte, contribuyó a su propio proceso hacia la planificación urbana a través de grandes impulsores como Carlos Contreras, Alfonso Pallares, José Luis Cuevas, Domingo García Ramos, Mario Pani, dentro de un contexto donde el propio Estado, y el desarrollo industrial impactaron en las ciudades de permanente expansión y profundos cambios sociales.
El diseño, la planeación y el desarrollo de las ciudades es fundamental para comprender la actual cultura urbana. La conexión entre lo social y lo económico ha provocado la consolidación de la metrópoli en las recientes décadas, aunque sus dinámicas no fueron exclusivas de México, en todo el mundo desde la posguerra, se expandieron las ciudades, y con ello surgieron nuevos planteamientos y formas de entenderlas, que en general buscaban mejorar las condiciones de vida. Las nuevas formas de habitar implicaron también tipologías arquitectónicas, tanto de la vivienda unifamiliar como la de los grandes conjuntos. El fenómeno de la conurbación comenzó en la segunda modernidad, impactando las escalas de las ciudades tradicionales, además sus centros históricos iniciaron un proceso de deterioro, abandono y alteración. A su vez, es pertinente enunciar el centralismo ejercido por el Estado Mexicano, con lo que se agudizó el desequilibrio regional del país; fue ahí donde se plantearon diferentes soluciones desde la perspectiva económica y geográfica de la planificación.
El factor preponderante, hacia mediados del siglo XX, fue el aumento de la tasa urbana, que repercutió hacia el interior de la República. Monterrey creció alrededor del 6% en promedio para la década de 1950. Otros casos fueron las ciudades fronterizas con un crecimiento urbano acelerado, que por su cercanía a los Estados Unidos, como Tijuana, Mexicali y Ciudad Juárez; finalmente, las ciudades de Hermosillo y Culiacán con impulso agrícola integraron la lista. Así el desarrollo urbano en el Sistema Nacional de Ciudades de 1950 contó con 84 ciudades, 17 con fuerte crecimiento; para 1960 fue de 124 ciudades, y al finalizar la década Guadalajara, Puebla, Toluca, Querétaro y Cuernavaca presentaron crecimientos urbanos concluyentes para el país[1]. Lo anterior se encuentra enmarcado por dos determinantes, el inicio del modelo de sustitución de importaciones hacia 1950, y por el agotamiento del “milagro mexicano” con la implantación del desarrollo compartido hacia 1970.
El periodo y los datos demográficos establecen dinámicas coyunturales de la evolución de la ciudad. Cabe destacar que la “ciudad moderna” forma parte de un periodo amplió; no obstante, la segunda modernidad da lecturas de planificación, tanto de continuidad como de ruptura de las urbes hacia el siglo XXI. Finalmente, el urbanismo del siglo XX configuró y estableció los esquemas contemporáneos de las vialidades y estructura urbana; en ellos radica la vertiginosa y abrupta transformación de la ciudad en las últimas décadas.
Octubre, 2011.
No hay comentarios:
Publicar un comentario