La interseccionalidad en la arquitectura

 

Javier Caballero Galván*

 

Más allá del paro en la UAM y del problema específico que lo detonó, la violencia de género es un problema estructural que debe atenderse más allá de la presente coyuntura. Efectivamente la sensibilización no es suficiente para solucionar un problema que, de forma literal, es de vida o muerte, y que requiere de acciones contundentes para poder atenuar su impacto. Creo que parte del reto está en lo que se haga en la universidad pública, no sólo porque es este el espacio donde debe imperar el debate y la reflexión, sino porque ésta representa gran parte de la conciencia de una nación. Comenzar por concientizar a las personas que tenemos acceso a la educación académica, es de alguna manera comenzar a difundir una práctica y un discurso que debe hacerse sentido común.

Un aspecto importante para la deconstrucción de esta violencia homicida es que el género nunca va solo, es decir, siempre va acompañado de otras opresiones como lo son la opresión de clase, de etnia, de religión, de orientación sexual, de educación, de idioma o de acceso a la tecnología entre otras. Así que combatir lo que tienen en común todas estas esferas de lo social, es el punto crucial que hemos de enfrentar, a saber, la creencia según la cual existen condiciones naturalizadas que posibilitan la superioridad de unos sobre otros: los hombres sobre las mujeres, los burgueses sobre los obreros, los blancos sobre los negros, los heterosexuales sobre los homosexuales, los académicos sobre los analfabetos, los idiomas occidentales sobre los nativos, o el ser humano sobre la naturaleza.

El reto es mayúsculo y comienza por tener en cuenta que el patriarcado, como el capitalismo, se nutren no sólo de sí mismos sino de muchas otras desigualdades; es la piedra angular para comenzar a desmontar este par ideológico que nos está llevando al colapso. Un ejemplo bastará: en nuestra disciplina, aún se enseña que existe una arquitectura mejor que otra; una arquitectura -casi siempre hecha en los países industrializados- que contiene los patrones de diseño "correctos", y que la hacen por este simple hecho una entidad "superior" de aquella que se construye en los sectores populares de los países periféricos. Los premios y reconocimientos así lo manifiestan, y si acaso se llega a premiar una obra dentro de un contexto popular (véase el caso de la casa Borges Ramos https://bit.ly/3MgEDsH) se hace en la medida en que los cánones de diseño sean fieles a los señalados por los grupos dominantes.

Lo mismo ocurre con el reconocimiento a las mujeres arquitectas, que, si bien es efectivamente un paso importante, la forma en que se hace termina por absorber la práctica y el discurso emancipatorio que lo impulsa. Véase el caso de Zaha Hadid o de Kazuyo Sejima, las cuales reproduciendo exactamente la arquitectura que mandata el modelo hegemónico impuesto por la modernidad capitalista, fueron premiadas mucho más por reproducirla que por ser un ejemplo de valor y resistencia dentro de una disciplina dominada por varones.

Nos urge poner en el centro de la disciplina el concepto de interseccionalidad, ya que de esta manera evitaremos caer en ese “mujerismo”, que además de despolitizar, coadyuva a mantener vigente la violencia de género.


Fotografía, Pedro Kok

*Estudiante del Doctorado en Ciencias y Artes para el Diseño, UAM-X.

Junio, 2023