Nuevos arquitectos, ¿por qué y para qué?
Hacia el optimismo desde la realidad de la arquitectura
*Mtro.
Juan Eduardo Bárcena Barrios.
Habiendo
superado hasta el momento lo peor que tenía por ofrecer el más reciente
percance mundial en salubridad, emprendemos un sinuoso camino como sociedad
hacia lo denominado como nueva normalidad, acompañada por recurrentes picos de
contagios (afortunadamente no defunciones), y en vísperas de afrontar una serie
de situaciones complejas dentro de los escenarios medioambiental, económico y
laboral, mismos que, implícitamente, ya prometían formar parte de esa irónicamente
llamada nueva normalidad. Ya que estamos en temporada de cambios y reflexiones,
me permito compartir este apunte sobre los lugares que, para los más
afortunados de la realidad nacional, fungieron como refugio ante lo desconocido
y sombrío que significaba la existencia de un patógeno fuera de control, al
acecho más allá de la seguridad del hogar y los pedidos de comida a domicilio.
Este
ensayo no es para hablar de las dificultades por las que atraviesa la vivienda
mexicana, pues sobre ello hay una nada despreciable cantidad de información y
rigurosas investigaciones, abordando el tema desde una amplia diversidad de
perspectivas y enfoques metodológicos. Empero, como todo en esta vida tiene
algo que ver con lo habitable, este comentario es apenas una provocación sobre el
papel a cubrir por parte de los arquitectos en el panorama de la vivienda,
aquella que compete a cerca del 60% de la población total del país, y cerca del
85% si contamos la de la clase media baja.
Sería
injusto cargar toda la responsabilidad a un solo gremio como el arquitectónico
respecto de las condiciones paupérrimas de habitabilidad de las que dan fe las
viviendas de las clases desfavorecidas, pero tampoco puede dejarse de hacer
notar como hay un inmenso campo de incidencia por atender, donde al final, la
sabiduría arquitectónica realmente urgente, la que más hizo falta en estos dos
años de incertidumbre, no pasa de ser una necesidad al ni siquiera ser
imaginada o vislumbrada, dada su localización en el margen de ganancias dentro
del mapa económico de la industria de la construcción.
Acaso
hace falta mencionar que no es culpa del egresado. No hace falta estar
demasiado tiempo afuera para ver en toda su dimensión la magnitud de la realidad,
donde resulta por demás complejo pretender vivir del oficio sin experimentar la
aspiración por involucrarse en el cúmulo de obras fruto de la especulación
inmobiliaria, la recualificación de los cascos urbanos y áreas céntricas para
vivienda en altura o, colaborando en algún proyecto de industrialización de las
localidades semirrurales, en su metamorfosis a convertirse en pueblos mágicos,
o en una suerte distópica de ciudad industrializada, donde lo que conocemos por
espacios públicos brillan por su ausencia para dar paso a infinitas plazas
comerciales y locales para renta.
¿Y
ahora dónde queda el optimismo y la esperanza? La esperanza recae en el hecho
de que pensar la arquitectura es pensar en el futuro común, en todas las
escalas de impacto posibles. Tomando prestadas las palabras de Carlos González
Lobo, “la arquitectura es el albergue espacial de los hechos humanos habitables”,
siendo su última consecuencia la ciudad. Afortunadamente, teniendo la
oportunidad de ejercer ya sea desde la creación de espacios, o la docencia y
difusión, es posible contribuir a ese futuro común planteando las siguientes
preguntas: ¿Qué proyecto de ciudad tenemos? ¿A qué se van a enfrentar los arquitectos
egresados, una vez salgan de las aulas? ¿Cómo insertar la idea de una ciudad
democrática, plural, pública y sustentable ante el fenómeno económico actual?
Como todo lo que vale la pena, no hay respuestas simples o sencillas, menos pragmáticas, a lo que resulta esencial apelar a los esfuerzos académicos y de investigación, por encima de voluntades políticas que se afianzan según se den las tendencias electorales y se enquistan según la duración de las administraciones. El noreste del país hoy brinda testimonio de lo que puede afrontar el país, al no prestar atención desde la sociedad y sus instituciones a cuestiones tan evidentes como el impacto de no regular el consumo y acceso que tienen las empresas sobre los recursos naturales, o cómo solventar el crecimiento poblacional, fruto de la centralización de la industria en territorios que han negado el criterio de la sustentabilidad como posible vía de desarrollo. No es que hagan falta ideas; lo que hace falta es compartirlas, discutirlas y llevarlas a la praxis.
Julio de 2022
*Arquitecto
egresado de la UAM Xochimilco y docente del Instituto Tecnológico de Reynosa
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