El Rule

Ixchel Xaman Ek Zavala Montoya*

 

El tiempo siempre deja huellas como testimonio de su paso. Eso sucede con nuestros cuerpos, con las estaciones del año y con los edificios. El centro cultural El Rule no es una excepción, el espacio donde se ubica tiene una historia que abarca alrededor de quinientos años de existencia y abre las puertas para descubrir los distintos momentos que lo han hecho ser y que lo han enriquecido para renacer como un Ave Fénix después de estar abandonado a lo largo de treinta y dos años.

A un costado de la Torre Latinoamericana y a unos pasos de la esquina más transitada de todo nuestro país se erige este nido cultural, dispuesto a convivir con su pasado virreinal, con su presente contemporáneo y su futuro intangible. El Rule, como ha sido llamado, mantiene este diálogo constante con sus raíces.

                         

Desde que tengo memoria recuerdo caminar y observarlo escondido detrás de tapiales olvidados, desgastados y vandalizados. Llamaba mucho mi atención el hecho de que su estado fuera tan deplorable siendo que al girar mi cabeza hacia arriba la belleza de su fachada parecía no querer ocultarse y aún más cuando su vecino más próximo acapara las miradas de quienes se disponen a deleitar el alma con detalles arquitectónicos.

Han pasado solo cuatro años desde que fue reabierto imponiéndose como un nuevo recinto dedicado a la promoción y difusión de las artes visuales y durante este tiempo lo he visitado dos veces. Aquella primera vez fue grato entrar y descubrir que está vivo a pesar de haber sido abandonado. Lo recuerdo como un espacio lleno de vida, quizás porque estaba habitado por jóvenes que le recargaban las energías y lo revitalizaban. En esa ocasión había una exposición de fotografías que recuperaban la memoria de la Ciudad un siglo antes. Me pareció muy emotivo conocer edificios que nunca vi porque ya no existen, calles que desaparecieron y otras tantas que surgieron con el paso de los años. Mientras recorría la galería logré escuchar que el espacio estaba siendo compartido porque se había transformado en una sala de conferencias. Así que mi recorrido también se acompañó con la conversación que se sostenía, lejos de mí, sobre la Ciudad de México. 


 

En todo momento el espacio fue amable conmigo y parecía invitarme a que lo recorriera porque tenía muchas historias que contarme. Desde el primer nivel, a través de la transparencia que ofrece el cristal en la fachada este, fue posible admirar el pasado novohispano. Un muro de tezontle erigido en la soledad, con unas preciosas claraboyas acentuadas en cantera gris estimulan la imaginación pues resulta inevitable preguntar ¿qué había detrás?, ¿por qué ha quedado solitario ese interesante muro?, ¿quién lo habitó?... En personas curiosas seguro hace cosquillas la intriga y entonces uno comienza a investigar cuál fue su pasado.

 




          Antes de la llegada de los españoles a la antigua Tenochtitlan el predio le pertenecía al tlatoani Moctezuma Xoxoyotzin y en él se encontraba uno de sus zoológicos, llamado “Casa de Fieras” solo cinco siglos atrás.[1] Podríamos pensar que de ese pasado no queda nada; sin embargo, mimetizado entre los muros sobrevivientes a la construcción del siglo XVI, puede hallarse un tesoro: un relieve precolombino que pasa desapercibido y que ahora hace parte de la estructura que fue restaurada. Una vez que la ciudad fue sometida bajo el yugo español e inició el proceso de evangelización comenzó a construirse en el predio el primer convento de los franciscanos en el continente y el vestigio mexica fue borrado. Justo en el punto geográfico que hoy ocupa El Rule estaba ubicada la capilla del Santo Cristo de Burgos. En la actualidad solo quedan algunos elementos que la conformaban.[2] Después de las Leyes de Reforma el predio se dividió y se vendió a particulares. Francisco Rule, un inglés que se enriqueció gracias a la minería en Hidalgo, México, compró este terreno y a finales del siglo XIX construyó un edificio de dos niveles de estilo neoclásico típico de la época; se llamó Hotel Lara. Gracias a la prosperidad de la familia Rule, al edificio se le añadieron otros tres niveles con el mismo estilo durante los primeros veinte años del siglo XX. En los cuerpos que fueron añadidos puede observarse que se mantuvo el ritmo, la relación vano-macizo y la proporción que existía previamente.

 


Fachada del edificio. [Autor y fecha desconocidos.]



 
          Después de la tercera década del siglo pasado el edificio se convirtió en el cine Cinelandia pero el sismo de 1985 provocó el abandonó del mismo debido a que quedó en condiciones deplorables, llegando al punto en el que el objetivo era demoler el edificio. Sobrevivió gracias a que un grupo de artistas reconocían el valor del inmueble y en 1992 lo salvaron de este fin,[1] dejando claro que la permanencia del patrimonio solo es posible cuando existe la valoración del mismo.




Recuerdo que más de dos ocasiones he visitado el patio Gabriel García Márquez, el espacio libre que ha quedado entre el Templo de San Francisco de Asís, la Torre Latino y El Rule; y en cada una he encontrado exposiciones y eventos diferentes. Algunas veces han sido esculturas; otras, instalaciones artísticas y otras más, eventos musicales, pero lo interesante es que en cada una los transeúntes de la calle de Madero eligen parar un poco y disfrutar, solos o acompañados, pero en todo instante dispuestos a aprovechar el espacio que resulta público porque no tiene ninguna restricción. 

El día de hoy, en medio de la pandemia mundial en la que vivimos, el edificio ya no goza de aquella misma vitalidad. Cierto es que todos estamos en proceso de comprender cómo es esta nueva realidad a la que nos estamos enfrentando porque todo es incierto y el sistema en el que vivimos, muy frágil y con facilidad se altera, rompe y modifica. Sin duda, además de aprender a coexistir con este nuevo virus en el área de la salud, también estamos aprendiendo en el resto de los ámbitos y esta no ha sido una tarea sencilla. En la lista de adaptaciones que debemos realizar a nuestro estilo de vida el entorno cultural está en los últimos lugares porque no ha sido una prioridad y ello repercute en el poco aprovechamiento que le damos a edificios con este carácter. 

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De la misma manera que la pandemia ha dejado huellas en nuestra sociedad también lo vemos en los vestigios del pasado religioso del predio, que son marcas imborrables que permanecen como cicatrices en los muros de las construcciones aledañas, recordándonos que todo se transforma y que, quizás, nada es para siempre.

Resulta obvio reconocer la estructura vieja de la actual, pero al visualizarlo uno es consciente de lo poco que queda del inmueble que alguna vez fue un hotel y un cine porque en realidad solo persisten la fachada, que sin duda luce majestuosa con su carácter neoclásico; los muros que limitan el patio, un arco de roca volcánica típico de la época de la Colonia, y algunos otros robustos muros interiores que nos enseñan por qué ellos sí permanecen. Así pues, tenemos un nuevo edificio nacido de entre ruinas, un edificio contemporáneo, donde el acero no solo da soporte a la nueva creación, sino que también brinda apoyo a los muros que luchan por mantenerse en pie.






Más que reutilización del edificio tendríamos que hablar de una completa reestructuración, donde se han utilizados los materiales que crearon un nuevo paradigma dentro del diseño arquitectónico en la era contemporánea: el acero, el concreto armado y el cristal. Vastas columnas de concreto armado son las que se levantan para sostener esta nueva estructura que se consolida, intermedia, entre las dos fachadas iniciales (este y oeste).




Gracias a las intenciones proyectuales del arquitecto Alfonso Govela es que podemos ser testigos de la memoria histórica que los materiales expuestos en los elementos originales nos indican. Así pues, podemos apreciar el tezontle, los tabiques de barro, la piedra y la cantera conformando estos muros anchos de unos ochenta centímetros de espesor aproximado. En el interior del edificio, particularmente en la galería del primer nivel, también se aprecian estos antiguos muros que se abren paso entre columnas de concreto para rememorar su contexto histórico de los sistemas constructivos utilizados en aquella lejana época. Por el contrario, la fachada de lo que ahora es el acceso principal, se contrapone con su blanca apariencia y los estéticos detalles de estilo neoclásico que la ornamentan, facilitando con ello un recorrido por diversas épocas arquitectónicas.

 

Interiores del edificio. [Colección particular, 2019]



             Al final de este recorrido histórico y arquitectónico rematamos con el periodo actual del que emerge esta reciente estructura que presume una amplia capacidad de adaptación según los requerimientos de las actividades que se realizan en el interior. Incorporándose sin pretender ser minimizada ni vestirse de camuflaje con el resto de los elementos, se levanta por fuera adecuándose al entorno inmediato que le ofrece su vecino y al mismo tiempo funcional, pues provee de transparencia que permite apreciar desde dentro el resto del conjunto y los edificios colindantes.

  De entre los detalles interesantes que ofrece en su integración esta reutilización arquitectónica sin duda se encuentra el mobiliario que se localiza en el interior de todo el edificio ya que armoniza con los acabados interiores que la madera de tzalam brinda, contribuyendo a que el interior gane calidez a través de los tonos que esta y los tabiques rojos que perfilan algunos muros otorgan al recinto.

Curioso es el hecho de observar lo mucho que las escaleras del edificio que colindan con los viejos muros y la cortina de cristal y que quedan encerradas entre un simpático juego de luces y sombras que se filtran a través de la estructura metálica con forma de romboides llaman la atención de los usuarios jóvenes para usar esta perspectiva como elemento instagrameable que permite innumerables capturas fotográficas. Finalmente, uno concuerda: las escaleras son un atractivo visual para el visitante; nos gusten o no llaman nuestra atención.

Este proyecto de restauración y reutilización posibilita la revaloración del inmueble a través de una integración constante y permanente llevada a cabo mediante la atracción de su público que potencialmente es el joven. La fundación del Centro Histórico en conjunto con la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, ha sabido planear y ejecutar las actividades necesarias para garantizar su conservación mediante las distintas actividades que se llevan a cabo en el interior, y generar con ello una valoración conjunta de la comunidad que propicia la permanencia del espacio. El hecho de que el edificio sea un espacio con un interior flexible capaz de adecuarse dependiendo de las actividades contribuye en gran medida a la sensibilización de las personas que lo habitan, lo usan y lo operan respecto al valor histórico que el edificio tiene.

 Noviembre 2021

*Arquitecta y estudiante de la Maestría en Reutilización del Patrimonio Edificado. UAM Xochimilco.




[1] González Gamio, Á. (25 de junio de 2017). La historia sobrepuesta. La Jornada. https://www.jornada.com.mx/2017/06/25/opinion/027a1cap




[1] Secretaría de Cultura de la Ciudad de México. (15 de junio de 2017). Abre el Centro Cultural y de Visitantes El Rule, nuevo espacio para la Ciudad de México. https://www.cultura.cdmx.gob.mx/comunicacion/nota/0454-17

[2] Ventura, A. (28 de noviembre de 2015). El Rule, la nueva puerta cultural. El Universal. https://www.eluniversal.com.mx/articulo/cultura/patrimonio/2015/11/28/el-rule-la-nueva-puerta-cultural-al-centro-historico