Aldo Alberto Ordaz Salas*
El pasado 23 de octubre, el
Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM organizó una mesa de
discusión para abrir el debate sobre el retiro preventivo ocurrido el 10 de
octubre, de la estatua de Cristóbal Colón por parte del gobierno de la Ciudad
de México, bajo el argumento de un posible ataque al monumento por parte de radicales.
La idea era reflexionar si debían permanecer en el espacio público diversas
estatuas de personajes históricos, a pesar de que pudieran representar también abusos
y violaciones, como es el caso del personaje en cuestión.
El encargado de abrir la
mesa redonda fue Cuauhtémoc Medina, curador del MUAC quien sentó las bases de
la discusión. Refirió el origen del monumento a Colón y la figura del
empresario Antonio Escandón, quién fuera dueño de la concesión del ferrocarril
que corría de la capital al puerto de Veracruz, y quien promovió y financió la
construcción en bronce del monumento al navegante genovés, el cual se pretendía
instalar originalmente enfrente de la terminal de Buenavista en 1877. También
comentó sus características arquitectónicas, estéticas y simbólicas además de
las críticas y cuestionamientos que en su momento se tuvo por parte de la
prensa y la academia.
MANUEL VILAR (1812-1860) CRISTÓBAL COLÓN, 1858, YESO, 314X138X130, MUSEO
NACIONAL DE ARTE
Posteriormente vino la
participación de Angélica Velázquez Guadarrama, quién dio sus aproximaciones sobre
la invasión y multiplicación de estatuas en la Ciudad de México durante el
siglo XIX. Abordó el contexto político que originó retrasos en la construcción
e instalación del monumento a Colón, principalmente por la Revolución de
Tuxtepec en 1876, su consecuente convulsión electoral y la culminación que
llevaría a Porfirio Díaz a ocupar la presidencia por primera vez. Es en esta
etapa que inicia una ola de rescate de la identidad, que se ve reflejada en la
construcción de elementos alusivos a figuras prehispánicas como Cuauhtémoc o
los Indios Verdes, que abrían el Paseo de la Reforma en 1887, y que empezarían
a configurar la carga simbólica tangible, que tendría la avenida a partir de
entonces.
La siguiente intervención
estuvo a cargo de Hugo Arciniega Ávila, quién elaboró una reflexión sobre
urbanismo y visibilidad histórica. Mencionó que la capital en aquel entonces
requería de monumentos que tuvieran una relevancia mayor, a nivel de escala y
complejidad en comparación con los existentes. También habló de la plena conciencia
que existía durante el Porfiriato de la importancia de los paseos públicos para
la salud física y mental de los individuos, además de también realizar una
comparativa entre la importancia de los árboles y los monumentos; los primeros como
delimitantes del recorrido y los segundos como estimulantes para la
aproximación de la gente. “Las representaciones en mármol y bronce indican
pausas en el recorrido, generan una emoción de memoria y despiertan la
iniciativa de alcanzar las propias glorias”, comentó Arciniega, quien
también puso de ejemplo el caso de El Caballito de Manuel Tolsá, estatua la
cual después de ser reubicada a la explanada del Museo Nacional de Arte originó
un vacío que la historia urbana se ha encargado de demostrar. Finalmente señaló
la importancia del Estado en sus decisiones sobre el espacio público y su
contenido patrimonial.
MONUMENTO A COLÓN, GUILLERMO KAHLO, EN KAHLO, GUILLERMO, MEXIKO 1904, UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA, 2002
A su vez, Renato González Mello puso sobre la mesa aspectos legales que
acompañan a los monumentos, poniendo como ejemplo la controversia que levanto
hace 20 años la conservación del viejo edificio nacionalsocialista del Ministerio
de Aire del Reich, para alojar el Ministerio de Finanzas de la recién unificada
república alemana. En este caso, el reconocido historiador inglés Perry
Anderson sostuvo que la permanencia de esa construcción era innecesaria, si lo
que se pretendía era generar una especie de desagravio simbólico, en el que el
pueblo alemán pudiera tener un espacio de reflexión sobre los crímenes
cometidos en el pasado, comentó González Mello. Añadió también que Anderson
argumentaba con respecto a la conservación, que está no dependía únicamente de
los méritos estéticos y arquitectónicos, sino más bien que las construcciones
de todas las dictaduras deberían demolerse por su carácter intimidante y
brutal. Ante esta postura de Anderson, González Mello se contrapone,
argumentando que si bien existen algunos valores atemporales que transmiten los
monumentos, siempre existe la posibilidad de ser resignificados por nuevas
generaciones con ideologías y reglas totalmente diferentes.
Con respecto a la legislación mexicana, González Mello mencionó que la categoría de monumento histórico es obligatoria, más no la de monumento artístico. En el caso del Monumento a Colón, colocado en 1877, éste se encuentra sujeto a la ley general sobre monumentos históricos en el artículo 36, la cual agrupa todos los inmuebles construidos del siglo XVI al XIX destinados al servicio y ornato público. En cambio, menciona que el artículo 33 dicta de manera ambigua que son monumentos artísticos los bienes que tienen valor estético relevante. Según el investigador, esto genera una noción confusa de lo que es una obra de arte y origina una serie de lagunas legales para la conservación del patrimonio. Finalmente, González Mello concluyó que, si bien se puede simpatizar con la crítica de la colonización, es muy importante que esto de paso a una reflexión colectiva que logre contraponerse a las decisiones unilaterales del estado, dando como resultado final una sensibilidad estética popular de nuestro patrimonio mesoamericano, virreinal y republicano.
La siguiente intervención fue con respecto al simbolismo de los monumentos y estuvo a cargo de Natalia Majluf, historiadora del arte e investigadora peruana, directora del Museo de Arte de Lima de 2002 a 2018. Ante la premisa de que en casi todos los países de América existe al menos una estatua de Colón, Majluf hace una reflexión sobre el origen y carácter burgués de cada una de ellas, a partir de la forma de concebir le mundo en el siglo XIX, y la modernidad que trataba de encontrar un eslabón en el descubridor de América. Mencionó que la memoria de los objetos y monumentos en el espacio urbano va cambiando a lo largo del tiempo, y que, aunque algunas de esas ideas en su momento pueden considerarse como un pensamiento revolucionario, la mayoría de las veces esa connotación cambia. La historiadora pone de ejemplo la adquisición en 1821 de un retrato de Joaquín de la Pezuela, último virrey de Perú, a manos del libertador sudamericano José de San Martín a partir de una idea simbólica de trofeo de guerra. Con el paso de los años esa pintura adquirió una carga iconoclasta política que la transformaba en un documento histórico más que en un objeto artístico. Esto dio origen a que surgiera una iniciativa de recolección de retratos de otros virreyes, para su documentación histórica que lograra recordar para la posteridad los abusos coloniales de tres siglos a los que estuvo sometido Perú.
Majluf considera que de cierta manera se cumple el propósito de activar la memoria colectiva a partir de objetos antagónicos colocados en diversos puntos de las ciudades, sin embargo, considera que, en el caso de los monumentos y estatuas, estos tienen una función memorial que pueden llegar a resignificarse de manera positiva sin necesidad de retirarse, respetando así la historia urbana y a su vez confrontando las narrativas del espacio público. Este argumento toma mucho más sentido si la idea de derribar un monumento se contrapone con la propuesta de tirar todas las iglesias, símbolos de la evangelización o toda aquella historia urbana moderna que represente violentas desigualdades del presente, comentó la investigadora peruana. “Entiendo los deseos de justicia real y de la justicia simbólica, pero no creo que derribar una estatua invierte el orden de las cosas. Hay algo radical, pero a la vez algo en exceso simple y mecánico en ese deseo de derribar estatuas. Demasiado opuesto en ese gesto que, como un sablazo, transformaría la historia. Hay aquí un engaño: la colonialidad que se figura como una situación binaria termina como toda simplificación al servicio de los populismos y es contra esas simplificaciones que debe luchar cualquier debate crítico en la esfera pública” concluyó.
Por último, James Oles, catedrático del Wellesley College y del CCUT de
la UNAM, expuso su punto de vista sobre los renacimientos iconográficos de los
monumentos a partir de la ruptura del status quo que los eleva a una
nueva visibilidad. Tomando como ejemplo la estatua de Colón en Saint Louis
instalada en 1886 u otras más recientes como la de Los Angeles en 1973, ambas
han sido intervenidas por la sociedad civil ya sea mediante la pintura o la
decapitación. El rechazo a las figuras del navegante se remonta al siglo XIX,
cuando un grupo de inmigrantes italianos se opuso a la construcción de dichos
monumentos, bajo la justificación de que Colón era un pirata símbolo del
capitalismo y la esclavitud. Otro dato relevante que menciona Oles es que la
primera estatua de Colón en ser removida fue la instalada en el capitolio en
1844 y retirada en 1958, debido a su connotación racista con respecto a la
comunidad indígena estadounidense.
El investigador del CCUT menciona también las acciones posteriores a la
remoción, como puede ser la sustitución. Ejemplo de ello es el intercambio de una
estatua de Colón por la del héroe indígena Guaicaipuro en Caracas, o bien el
reemplazamiento de la figura del navegante por la de una líder de la
independencia argentina, acompañada de distintos grupos de indígenas frente a
la Casa Rosada en Buenos Aires. Oles también menciona que es posible plantear
otras respuestas para confrontar viejos monumentos, originando así una lucha de
símbolos en el espacio público. Un ejemplo que va más allá de Colón es el
Monument Avenue en Virginia, instalado en honor a la confederación de la guerra
civil norteamericana. Hoy en día se han instalado dos monumentos con una clara
connotación afroamericana casi de manera contigua, el primero del tenista Arthur
Ashe en 1993 y la segunda del artista Kenhide Wiley en 2019, como reflejo de
las manifestaciones contra la violencia racial en Estados Unidos. Finalmente, James Oles recalca la importancia
del dialogo comunitario para la toma de decisiones en cuanto a monumentos se
refiere.
Es evidente que la carga simbólica de ciertos elementos estará siempre
implícita, sin embargo, existe la posibilidad de darle un nuevo significado a
los monumentos, principalmente si los valores e ideas ya no representan a la
sociedad donde están inmersos. A partir de estos puntos de vista, es primordial
reconsiderar todas las ideas de intervención sin tratar de borrar la memoria o
el tiempo al menos en lo tangible. Porque al final, nosotros somos el producto
de ese tiempo, el cual es importante revisar regularmente para encontrar la
bifurcación entre lo pasado y lo posible. Finalmente, me gustaría enfatizar la
idea del tiempo con una cita de Carlos Fuentes en su libro Tiempo Mexicano “La coexistencia de
todos los niveles históricos en México es solo el signo externo de una decisión
subconsciente de esta tierra y de esta gente: todo tiempo debe ser mantenido. ¿por
qué? Porque ningún tiempo mexicano se ha cumplido aún. Porque la historia de
México es una serie de ‘Edenes subvertidos’ a los que, como Ramón López
Velarde, quisiéramos a un mismo tiempo regresar y olvidar.”
Noviembre 2020
*Estudiante de Arquitectura, UAM Xochimilco
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